Zaida, reina de Castilla y León
Zaida no es un mito, es un personaje histórico.
Por: Carmen Panadero Delgado
Nacida en la España musulmana del siglo XI, se ha rodeado a la figura de Zaida de tanta leyenda que no resulta fácil desbrozar de hojarasca la verdadera Historia de la que sí fue protagonista.
Respecto a su origen, se ha dicho de ella que si pertenecía a la familia de los abbadíessevillanos —hija del mismo al-Mutamid—, que si era una princesa omeya llegada a la Corte de Sevilla para contraer matrimonio con uno de sus hijos… Ni era abbadí ni era omeya; existen datos fiables, suficientes y contrastables como para poder afirmar que pertenecía a la familia de los hudíes de la taifa de Zaragoza, aunque descendiente de la rama de estos afincada en Danĩyya (Denia) tras su conquista por ellos. La fecha más aproximada del nacimiento de Zaida es en torno a 1073 d.C.
Según el “Cronicón Villarense” y también según el “Cronicón de Cardeña II”, este es el origen verdadero de Zaida: sobrina de Ben al-Haŷib al-Mundhir ̀Imad al-Dawla, que fue rey de Lérida y de Denia desde 1081 a 1090 y era hijo de al-Muqtãdir de Zaragoza, de la dinastía Beni Hud. El rey taifa de Zaragoza al-Muqtãdir podía ser, por tanto, abuelo o tíoabuelo de Zaida.
Fue conducida a la Corte sevillana de los abbadíes con quince años para contraer matrimonio con uno de los muchos hijos de al-Mutamid de Sevilla y de su esposa Itimãd al-Rumaiqiyya, sin saberse hasta mucho después de su llegada a cuál de ellos sería destinada. Finalmente, fue desposada con el cuarto de sus varones, Fath al-Mamún, en el año 1089, cuando ella contaba dieciséis de su edad.
Estos sucesos se narran en mi novela histórica “El Collar de Aljófar“, de los que ofrezco el siguiente fragmento:
Siguieron días de gran ajetreo, pues mucho era lo que había de organizarse para casorio de tanto abolengo; y llegaron luego la alegría y bullicio de los esponsales.
La belleza de Zaida se ensalzó en poemas y cantares, y, pese a la maestría que para la Poesía tenían muy probada las mujeres y los hombres de la Corte de Sevilla, nadie logró expresar los matices y la intensidad de la hermosura de aquella desposada. Se enaltecía la luz y el fulgor de sus grandes y rasgados ojos, el misterio que les procuraba la sombra de sus pestañas, la tersura de seda de su piel, el color de su tez que solo las rosas podían haberle prestado, el aroma lozano que a su paso embalsamaba el aire, la noche de azabache de su largo cabello.
Tal vez fuera ben al-Labbãna, el ingenioso poeta de Denia que la conocía desde niña, quien mejor consiguiera aproximarse con su cálamo a la esencia de la hermosura de la joven princesa. Pero ni aun así; las palabras no alcanzaban a expresar fielmente su ser, e incluso las más excelsas se mostraban pobres y torpes para lograr contener en ellas a una mujer como Zaida.
Apenas casados se asentaron en Córdoba, pues el joven esposo había sido nombrado por su padre walĩ[1], su representante en la antigua capital califal, perteneciente por esos días a la taifa de Sevilla. Pero a partir de esos momentos los sucesos se agravaron; poco después (1090) los almorávides hollaban la península ibérica por tercera vez, y en esta ocasión sin ser llamados. Los reinos taifas fueron cayendo en poder de los fanáticos africanos uno tras otro, empezando por el de Granada, cuyo rey, Abdallãh, fue desposeído de sus bienes y desterrado a África con todos sus familiares.
No tardaron mucho los invasores en dirigirse a Córdoba, a la que sometieron a férreo cerco. La ciudad resistió a los atacantes durante tres meses, pero los alfaquíes y puritanos facilitaron al fin la entrada a los fanáticos, que irrumpieron en las calles de la ciudad el día 3 de la luna de Šaferdel año 484 (27 de marzo de 1091).
[2] Había sonado una vez más para Córdoba la voz del hado inexorable.
Logró Fath poner a salvo a su esposa Zaida y a las damas de su séquito burlando el cerco en una embarcación que siguió el cauce del Wadi al-Qabir, mientras él, junto al ejército leal, luchaba denodadamente contra los invasores y contra los traidores que lo habían vendido. Y sucumbió con la bravura del león. Su cabeza cercenada fue paseada por toda la ciudad en la punta de una lanza. Imaginé el dolor de sus desventurados padres, al-Mutamid e Itimãd, cuando recibieran tan infortunadas nuevas.
Entre tanto, Zaida y su séquito, fugitivos, alcanzaban el amparo de los recios muros y las altas torres de la fortaleza de Almodóvar. Había enviado la joven por delante un correo a al-Mutamid, dándole cuenta de lo que acaecía y solicitando su venia para regresar a Sevilla. Poco después recibía la respuesta con otro correo que llegaba reventando caballos. Rompió Zaida los sellos del pergamino que le enviaba su suegro y lo leyó tragándose las lágrimas. Le decía al-Mutamid que, después de ganada Córdoba por el africano, érale ya cosa llana sojuzgar Sevilla. Nuestro señor, con muy desmayado corazón, pues ya es sabido lo muy dado que era a la estrellería y que para el más insignificante acaecimiento consultaba a sus augures, añadía:
“…Los astrólogos anuncian el fin inmediato de mi dinastía; presto, Sevilla correrá pareja suerte a la de la capital califal y por ello lo más cuerdo es que tú, querida Zaida, desvíes tus pasos y los encamines a Toledo, que si alguien tiene arrestos para torcer el agüero de los astros y las aves ese es Alfonso de Castilla y León; te ruego y encomiendo que seas en buena hora embajadora de Sevilla, con autoridad para entregar al rey cristiano las plazas de Cuenca, Ocaña, Consuegra, Amasatrigo, Uclés y los castillos del Tajo a cambio de su auxilio en refuerzos y pertrechos. Decreto que aquesta misiva tenga validez de cédula y, para másgarantía, acompañan a mi firma las del qadí y varios de mis visires…”
El sábado 18 de Rabĩ` I de 484[3], también Carmona caía en poder de los invasores africanos y, a partir de este momento, comenzó el asedio de Sevilla. Hacia esta ciudad confluyeron dos de los más poderosos ejércitos almorávides que campeaban la península; el cerco con que atenazaron a la capital taifa fue inhumano, y los sevillanos se vieron en mucho aprieto.
Al-Mutamid mantenía viva una esperanza: Alfonso VI, ante las contrapartidas y los ruegos de Zaida, habíase comprometido a enviar socorros al señor de Sevilla. Y un gran ejército de cristianos, al mando del avezado caudillo Alvar Fáñez, cruzó las sierras. Les salieron al encuentro las huestes africanas de Sir, que derrotaron a los refuerzos de infieles castellanos en los términos de Almodóvar. Supo entonces al-Mutamid que este trance había de pasarlo solo.[4]
Zaida y Alfonso se conocen probablemente en Toledo aquel mismo año de 1091, con motivo de esa petición de ayuda de al-Mutamid de la que ella era mediadora. El rey de Castilla tiene por ese tiempo en torno a 50 años y estaba casado con la que fue su segunda esposa, Constanza de Borgoña, muy enferma por entonces, que moriría dos años después. Alfonso fue un hombre de muchas mujeres:
- – 1ª esposa, Inés de Aquitania, muerta en 1078.
- – 2ª esposa, Constanza de Borgoña, muerta en 1093.
- – 3ª esposa , Berta (probablemente de la familia Saboya), muerta en 1099.
- – 4ª esposa , Zaida (Isabel), casados en 1100, hasta la muerte de ella en 1107-08.
- – 5ª esposa , Beatriz de Poitiers, casados en 1108 hasta la muerte del rey en 1109.
– Concubina, Jimena Muñoz (entre 1078 y 1080) con la que tuvo dos hijas.
El rey Alfonso VI sólo había tenido hijas de sus uniones anteriores. Ansiaba, por tanto, el hijo varón que pudiera sucederle en el gobierno de sus reinos. Poco después de conocer a Zaida, murió su esposa doña Constanza y, con la obsesión del hijo varón, contrajo aquel mismo año nuevas nupcias con doña Berta, quien pronto enfermó y no le daría el hijo anhelado.
La belleza de Zaida cautivó al rey; las fuentes aseguran que el amor surgió entre ellos pese a la diferencia de edad porque la joven, desde sus años en Sevilla y Córdoba, sentía hacia el rey cristiano profunda admiración, por lo mucho oído sobre él a los gobernantes andalusíes, capaces de admirar al enemigo que sabía ganarse su respeto. Tanto las Crónicas, como las obras literarias que más tarde se le dedicaron nos presentan a una Zaida muy enamorada platónicamente del rey castellano desde antes de que se conocieran. …Y apuntan una cualidad de ese amor, la de haberse enamorado de oídas (“Zaida. La que es maravilla del mundo”, de Mª Jesús Fuente). “Sonando la su muy grand fama deste rey, ouolo a oyr et saber aquella donzella donna Cayda; et tanto oyo deste rey don Alfonso que era cauallero grand et muy fermoso et libre en armas et en todos los otros sus fechos, que se enamoro dell, et non de uista, que nunqual uiera; mas de la su buena fama et del su buen prez, que crescie cada día et sonaua mas, se enamoro dell donna Cayda, tanto que fue ademas”.
Si las prisas por lograr el hijo varón no hubieran precipitado su matrimonio con doña Berta, la relación entre Zaida y Alfonso hubiera seguido distinto derrotero desde el principio. Cuando el rey se supo enamorado de la hermosa princesa musulmana, ya estaba de nuevo casado. Por ello, la unión entre ellos comienza siendo de concubinato, eligiendo al principio para ella un lugar discreto y apartado —según algunas fuentes el castillo de La Adrada (Ávila)— donde vivir su amor. Y aquella relación, que comenzó al convertir la política y la guerra a Zaida en peón de intereses y alianzas, se trocó pronto en sólida unión con el nacimiento de hijos.
La reina, enferma; Zaida joven, sana y hermosa; pero, sobre todo, en 1095-96 ella da al fin a Alfonso aquel hijo varón tan anhelado que no logró tener con sus esposas y concubinas anteriores. Nacido Sancho Alfónsez, la relación entre ellos y la posición de la princesa andalusí en el reino de Castilla va a variar mucho desde entonces. Es fácil imaginar que aquella unión no era bien vista por la Iglesia Católica, y menos aún por los maridos de las dos hijas del rey habidas de uniones precedentes, ambos extranjeros de la casa de Borgoña, pero que habían creado ya su grupo de influencia en Castilla, en León y en los sectores más conservadores de la Iglesia Católica española.
En 1099 o 1100 falleció la reina doña Berta. Antes de este suceso y aunque se desconozca la fecha exacta, Zaida habíase convertido al cristianismo, siendo bautizada con el nombre de Isabel en Burgos —lugar generalmente aceptado para este hecho—. Pero, al morir la última esposa del rey, ya nada se oponía al matrimonio entre los dos amantes, y el 14 de mayo de aquel mismo año, Alfonso VI se casaba con Zaida (ya Isabel por su anterior bautismo) e, inmediatamente, ella convertíase en su cuarta esposa y reina, quedando legitimado su hijo Sancho Alfónsez como príncipe heredero de Castilla y León.
Por eso es inútil la dicotomía de posturas entre las fuentes sometidas a la manipulación de la Iglesia más recalcitrante, que defienden que sólo fue su concubina, y las fuentes que no se dejaron manipular, que aseguran que fue su cuarta esposa; y es inútil, afirmo, porque fue las dos cosas: primero, concubina, y después, esposa. Esto es asumido por numerosos cronistas e historiadores, incluso algunos de ellos miembros de la Iglesia, como el arzobispo de Toledo don Rodrigo Ximénez de Rada que, en su crónica De rebus Hispaniae, la cuenta entre las esposas de Alfonso VI.
El arabista Ángel González Palencia escribe que la corte de Alfonso VI, casado con Zaida (sic), residente en el Palacio de Galiana de Toledo, tomó aires de corte andalusí en lo que respecta a su vida cultural, aportando un soplo nuevo y fresco a la Corte castellana con numerosos sabios, poetas y literatos. Para Jaime de Salazar y Acha, Zaida y la cuarta esposa del rey, Isabel, son la misma persona, “pese a los ímprobos esfuerzos de los historiadores posteriores por intentarnos demostrar que no era la mora Zaida”; y ella no solo fue madre del heredero, también lo fue de Elvira y Sancha Alfónsez, y en el parto de esta última murió.
Pero ese sector manipulador de la Historia, encabezado por buena parte de la Iglesia (clunyacenses y compostelanos, en especial) aliada de los borgoñones yernos de Alfonso VI, no reconoció jamás a Zaida como reina castellana y la degradó al papel de simple concubina para siempre, pese a su bautismo y a su matrimonio cristiano. ¡Cuánto daño hicieron en aquellos momentos los “yernísimos” Raimundo y Enrique de Borgoña al ver en peligro la posesión de los reinos de Castilla y León, que ya creían suyos!
El más autorizado para callar las bocas de los difamadores de Zaida y manipuladores de la Historia es el propio rey Alfonso VI, y bien que lo hizo en vida y a través de documentos e inscripciones en piedra que han llegado a nuestros días: Don Jaime de Salazar y Acha encontró y estudió un documento de la Catedral de Astorga, de fecha 14 de abril de 1107, por el que el rey Alfonso concedía fueros a los pobladores de Riba de Tera y Valverde, diciendo textualmente el soberano antes de su firma “… cum uxore mea Elisabet et filio nostro Sancio”. En la concesión de este diploma deja claro el rey que Sancho es hijo de los dos al decir “filio nostro“. Existe otro documento por el que el rey de Castilla y León otorgaba y confirmaba donaciones al Monasterio de San Salvador de Villanueva, en el que aprovechaba para decir: “… eiusdemque Helisabeth regina sub maritali copula legaliter aderente, fórmula insólita para confirmar un matrimonio legítimo.
Desde el mismo momento en que nació Sancho Alfónsez, el rey lo reconoció como su descendiente más directo, destinado a gobernar León, Castilla, Galicia, Portugal y sus demás condados. En “El quirógrafo de la moneda” aparece la noticia de que su padre habíalo designado como gobernador de Toledo en 1107. Salazar y Acha, junto con Gonzalo Martínez Díez y otros defienden que, desde que Alfonso y Zaida contrajeron matrimonio en 1100, su hijo Sancho quedó legitimado, convirtiéndose en príncipe heredero de Castilla y León a todos los efectos. Lo avalan sus actuaciones posteriores, pues desde entonces el infante Sancho comienza a confirmar diplomas regios, y eso prueba que Zaida era ya la nueva reina, puesto que (de no serlo) el rey no hubiera permitido ese protagonismo de Sancho en perjuicio de otros posibles herederos legítimos. Desde ese momento, la hija mayor de Alfonso VI, Urraca —casada con Raimundo de Borgoña— perdía sus derechos, con los que ya contaban. Era previsible una sucesión tormentosa.
En la lápida del monasterio de San Benito de Sahagún que cubría los restos de Zaida (según Elías Gago, Quadrado y otros) aparecía esculpida la siguiente inscripción: UNA LUCE PRIUS SEPTEMBRIS QUUM FORET IDUS SANCIA TRANSIVIT FERIA II HORA TERTIA ZAYDA REGINA DOLENS PEPERIT… Traducción: Un día antes de los idus de septiembre (12 de septiembre), cuando existió (nació) Sancha, falleció en la feria II y hora tercia la reina Zayda que parió doliente…
Se conserva otra lápida en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León que muestra esculpido el siguiente epitafio: H.R. REGINA ELISABETH, UXOR REGIS ADEFONSI, FILIA BENAUET REGIS SIVILIAE, QUAE PRIUS ZAIDA FUIT VOCATA. Traducción: H.R. Reina Isabel, esposa del rey Alfonso, hija del rey de Sevilla Benauet (Ben Abbad), que antes fue llamada Zaida. Al decir en esta inscripción “hija del rey de Sevilla”, aunque fuera nuera, se debe a que las mujeres musulmanas (al menos en la época), cuando se casaban, a todos los efectos pasaban a pertenecer a la familia de su esposo y seguía siendo así aunque enviudasen. Benauet es la latinización de Ben Abbad, refiriéndose a Muhammad ben Abbad al-Mutamid. Que el rey eligiera para las lápidas de Zaida la palabra “Regina” lo deja todo claro.
En las lápidas no aparece el año, por lo que existen dudas de si murió antes que su hijo Sancho o después. Sabemos que 1107 aún estaba viva pues la nombra el rey en el documento antes citado, y que Sancho Alfónsez murió en Uclés en 1108; por tanto cabe preguntarse: ¿Murió de postparto antes de la batalla de Uclés o, por el contrario, le afectó la muerte del hijo hasta el punto de adelantar o perjudicar el parto?
La muerte del heredero del rey Alfonso, Sancho Alfónsez, se nos presenta rodeada de idéntica confusión. El príncipe muere aún niño (unos 12 o 13 años) en la batalla de Uclés el 30 de mayo de 1108. El que hubiera sido futuro rey Sancho III, nacido de una relación que seguía sin ser aceptada por los sectores conservadores de la Corte y la Iglesia, sufrió una muerte con altos indicios de conspiración.
En la primavera de 1108, las tropas almorávides atacan la plaza de Uclés, en poder de Castilla; los habitantes y defensores de la villa se refugiaron en la fortaleza, quedando la puebla en poder musulmán. La edad del rey Alfonso impedía que entrara en campaña, por lo que los refuerzos fueron enviados al mando del heredero don Sancho, mando sólo nominal debido a su corta edad, y en verdad el mando efectivo lo ostentaba Alvar Fáñez; con el príncipe y para su protección iba don García Ordóñez, conde de Nájera y ayo del infante.
La Crónica de al-Bayãn al-Mugrib de ben`Idãrĩ (fragmentos descubiertos por Levi-Provençal), así como la Crónica Rawd al-Qirtãs y las Crónicas Arábigas de José Antonio Conde dejan claro que con los refuerzos para defensa de Uclés venía el heredero Sancho Alfónsez, hijo del rey cristiano y de Zaida la nuera de al-Mutamid de Sevilla. Las fuentes cristianas discrepan sobre la forma en que murió: unas dicen que murió durante la batalla y otras que después. Pero la verdad parece más cercana de los que aseguran que fue después de la batalla, cuando huía con su ayo el conde de Nájera y otros caballeros; algunos dicen que ocurrió en el camino de Sicuendes, otros que cuando ya trataban de acogerse al castillo de Belinchón, pero todos coinciden en asegurar que, al ser descabalgado el infante de su caballo, el conde de Nájera, su ayo, se lanzó a cubrirlo con su cuerpo y su escudo, y que no murió el niño hasta haber muerto su protector.
Las crónicas arábigas y cristianas nos ofrecen diferentes versiones sobre estos hechos:
– Para el arzobispo de Toledo don Rodrigo Jiménez de Rada, en su obra De rerum hispaniae, murió en el campo de batalla.
– La Primera Crónica General de España de Alfonso X dice que murió cuando escapaba de la batalla.
– Según la crónica árabe Nazm al-Ŷumãn, murió, después de la batalla, al pretender refugiarse en el castillo de Balšũn (Belinchón) de Cuenca.
– “…en el camino de Sicuendes hay una cruz de piedra (ya desaparecida) donde dicen las escrituras antiguas que murieron el infante don Sancho y su ayo…” (Relación Topográfica de Felipe II – 10 diciembre de 1575).
– La Crónica de ibn al- Qattãn, de siglo y medio después de la batalla, da la versión de que murieron al intentar refugiarse en el castillo de Belinchón.
– Y, finalmente, un documento decisivo en la aclaración de este suceso es la Carta Oficial de Tamĩn (gobernador de Granada y militar que dirigió la batalla) a su hermano Alí, el emir almorávide hijo de ben Tašufĩn, para rendirle cuentas del desarrollo y resultado de la contienda. En la carta oficial, al referirse a los muertos —tanto musulmanes como cristianos—, Tamĩn no informa al emir de la muerte del infante de Castilla y León. Unos dicen que porque, en efecto, no murió en la batalla, mientras que los cristianos dicen que porque Tamĩn se marchó hacia Granada y escribió la carta antes de que acabase el recuento.
Aseguran las fuentes que cuando los nobles, magnates y caballeros, con Alvar Fáñez a la cabeza, se presentaron ante el rey Alfonso VI para anunciarle el resultado de la batalla y la muerte de su hijo, el rey dio rienda suelta a su dolor y los increpó, acusándolos de falta de valor y de lealtad; pudiera ser que en algunos de ellos incluso sospechara traición. La muerte de Sancho Alfónsez supuso un golpe despiadado e irreparable para el rey, su padre, pero un alivio para la Corte y la Iglesia castellanas, donde los clérigos franceses adictos a los Borgoñas campaban a sus anchas. Un año después, el 1 de julio de 1109, fallecía el rey de Castilla y León, pasando sus reinos a manos de los borgoñones.
Numerosas han sido las voces que acusan a nobles cristianos presentes en Uclés de haber dado muerte al hijo de su rey (y no seré yo quien los defienda). El único libre de sospecha es don García Ordóñez, conde de Nájera. En efecto, pudo morir don Sancho a manos de sus propios caballeros. El que el rey siguiera tan pronto al sepulcro al hijo y a Zaida dejó indefensa la memoria de estos. La figura de la reina fue presentada desde entonces como una concubina más del rey y que nunca llegó a más; pero no han podido evitar que los hechos se fueran probando.
La Iglesia católica española jamás quiso la conversión de los musulmanes españoles. Mienten si lo dicen; y lo prueba el hecho de que de nada les sirvió a Zaida y a otros muchos sus conversiones, como de nada les sirvieron a los moriscos españoles siglos después. Los querían muertos, exterminados o expulsados del país. No querían otra cosa, es lo que tiene el fanatismo.
El rey Alfonso VI dispuso que los restos mortales de Zaida descansaran en el mismo lugar que había destinado para él mismo y sus demás esposas e hijos en el monasterio de Sahagún, pero todo indica que murió en León, donde fue en principio enterrada, siendo trasladados sus restos a Sahagún cuando, tras la muerte de Alfonso VI en 1009, él también fue inhumado en este lugar.
– VELOS Y DESVELOS–Cristianas, Musulmanas y Judías en la España medieval, de Mª Jesús Fuente.- Edit. La Esfera de los Libros, S.L.- Madrid, 2006.
– Historia de España- La España musulmana y los inicios de los reinos cristianos (711-1157),de V.A. Álvarez Palenzuela y Luis Suárez Fernández.- Edit. Gredos, S.A.- Madrid, 1991.
– Las grandes batallas de la Reconquista durante las invasiones africanas, de Ambrosio Huici Miranda.- Edit. Universidad de Granada, 2000.
– Historia de la Dominación de los árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas, facsímil, traducción y recopilación de José Antonio Conde.- Marín y Cª, Madrid 1874.- 2001
– El Collar de Aljófar, de Carmen Panadero.- Edit. Leer-e Pamplona, 2014 .- 2ª edic. Amazon, 2018.
[1] – Walĩ, gobernador, representante del gobierno en una región o provincia. [2] – Fragmento de la novela histórica “El Collar de Aljófar”, de Carmen Panadero. [3] – Sábado, 10 de mayo de 1091 d.C. [4] – Puede completarse este tema con la lectura de mi artículo “Al-Mutamid de Sevilla“.