LA BATALLA DE ZALACA
LA BATALLA DE ZALACA
Juan José Valle
– El cinco de julio de 1086 del calendario cristiano o veinte de rabí 1 del 479, llegaron los embajadores de Yusuf ben Taxufin a Sevilla. Aceptaron ayudarles pero pidieron la ciudad de Al Yacira al Jadra, (La Isla verde) o sea Algeciras y el auxilio de la flota sevillana, para tomar la ciudad costera de Sebta; Ceuta.
Al-Motamid de Sevilla aceptó a regañadientes, pues comprendió que Algeciras sería una cabeza de puente para volver cuando quisiera. Las condiciones establecían que Yusuf se marcharía pero que se quedaría con la ciudad costera. Comentó: “Parece que hay que elegir entre ahogados o quemados”, y a su hijo Al-Radi su famosa frase:
¡Prefiero ser camellero en Marrakech a pastor de cerdos en Castilla!
Y envió embajadores que dijeron a Yusuf:
“Permanece treinta días en Ceuta, para que nuestro amo pueda evacuar Algeciras, y así te instalaras en ella».
Yusuf pensó que el sevillano intentaba ganar tiempo para llegar a un acuerdo con Alfonso, y le hizo una jugada Los embajadores de Sevilla, al terminar las negociaciones en Marrakech, salieron de Ceuta hacia Algeciras escoltados por una pequeña flota de Yusuf. El 30 de Junio de 1086 llegaron a Algeciras, y al mismo tiempo que ellos desembarcaban, salieron de los barcos cincuenta jinetes que se apoderaron de los muelles. A continuación cien arqueros que se situaron en puntos claves de los muelles para que pudieran salir con sus bagajes quinientos guerreros. Los embajadores asustados se refugiaron en el alcázar.
En Algeciras estaba de gobernador el príncipe Al-Radi, hijo de Al-Motamid, tan poeta como su padre, al cual mandó palomas mensajeras pidiéndole instrucciones, pero antes de recibir respuesta, llegaron navíos desembarcando tropas. Por la mañana el jefe de las fuerzas desembarcadas, el emir Dawud ben Aixa, le dijo:
“Nos habéis prometido Algeciras. No venimos a tomar ciudades o arreglar problemas internos de príncipes. Venimos a hacer la guerra santa, vas a evacuar la plaza de aquí al mediodía, hoy mismo. En caso contrario defiéndete como puedas”.
Al-Motamid ordenó a su hijo que entregase Algeciras al emir. Más tarde el l3 de Julio llegó Yusuf ben Taxufin que tras examinar la plaza, retornó a Ceuta, para esperar al resto de las tropas. Con todas las fuerzas en Algeciras, Yusuf ordenó ponerse en marcha hacia Sevilla.
En los alrededores de Sevilla se iban congregando las tropas Almorávides mandadas por sus mejores generales. Además del hijo de Yusuf, estaban Ibn Aísa, el emir Sir mano derecha de Yusuf y también los emires: Garrur al-Hasimi, Abu al-Hayy, Abu Zakariya etc.
Salió a su encuentro Motamid con sus altos dignatarios; entre los cuales venía su pequeño poeta Ben al-Labbana. El príncipe se inclinó para besar la mano de Yusuf pero éste se lo impidió. Al-Motamid llenó de regalos a Yusuf y mientras se repartían entre sus tropas, varios poetas le cantaron alabanzas. Viendo su rostro inmutable el sevillano preguntó:
– “¿Ha entendido el Gran señor lo que le han dicho?”
A lo que contestó Yusuf con esta frase lapidaria:
«No los he entendido, pero sé que piden pan»
Dos días después se le unieron doscientos caballeros mandadas por el príncipe Temín de Málaga, y al día siguiente la caballería de Almería al mando del joven príncipe Motacin que pidió disculpas de parte de su padre, pues un aventurero cristiano estaba reforzando el castillo de Aledo, en las montañas cercanas a Murcia.
Las tropas salieron camino de Badajoz, y se les unieron trescientos caballeros granadinos mandados por Abdallah, príncipe de Granada; y ya en las puertas de Badajoz se presentó su príncipe, Mutwakkil, hijo del gran escritor Muzaffar con su ejército. Los únicos que no llegaron fueron los montañeses de Zaragoza, pues Alfonso estaba sitiando la ciudad y al enterarse del desembarco, envió aviso al otro lado de los Pirineos para que se le uniesen tropas francesas, pues su segunda mujer era francesa.
Las tropas cristianas se concentraron en Toledo y a su gran ejército se unieron franceses sedientos de botín. Alfonso llamó a gallegos y leoneses; y al Cid, que convaleciente por heridas no pudo acudir.También Sancho Ramírez de Aragón envió tropas al mando de su hijo y heredero el infante Pedro, y de Valencia llegaron las de Álvar Fáñez sobrino del Cid. El ejército de Alfonso partió a principios de Octubre hacia Badajoz con unos treinta mil hombres, y seguro de su triunfo envió a Yusuf este mensaje:
“Aquí me tienes, que he venido para encontrarme contigo, y tú, en cambio, estás quieto y te escondes en las cercanías de la ciudad.”
Los guerreros almorávides y los andalusíes, permanecieron en Badajoz para que Alfonso se fuera internando confiado en territorio musulmán alejándose de sus dominios. Tras recibir el mensaje de Alfonso se movió el ejército musulmán, y el jueves 22 de Octubre cuando los ejércitos estaban a tres kilómetros de distancia uno del otro, los portavoces de ambos decidieron dar la batalla el sábado. Al día siguiente era viernes, día de los musulmanes y el domingo día de los cristianos, y como no había judíos, se podía dar en sábado.
El príncipe sevillano conociendo lo poco que valía la palabra de Alfonso, no se fió. Mientras descansaban y dormían sin problemas, envió exploradores para vigilar a las tropas enemigas. Al día siguiente, el 12 de rayab del 479 de la hégira, viernes 23 de octubre de 1086, cuando al-Motamid terminaba la primera oración, sus ojeadores avisaron que Alfonso se preparaba para atacar. Había vuelto a intentar engañarles, y avisó a todos los aliados.
La vanguardia la formaban las tropas andalusíes. En el centro los sevillanos con su príncipe, que tenía a su lado a su pequeño poeta Ben al-Labbana. A su derecha el ejército de Badajoz, y en la izquierda los granadinos con los de Málaga y Almería; la caballería en las alas. La segunda línea estaba formada por tropas almorávides, y los lanceros del Sudán, guerreros negros protegidos con escudos hechos de piel de hipopótamo y de buey, que tenían llamativos colores y también los flecheros de las tribus aliadas; la retaguardia, mandada por el propio Yusuf permanecía escondida tras una colina.
Apareció a lo lejos la caballería pesada de Alfonso, caballería cubierta de hierro que al mando de Alvar Fañez venia galopando tres kilómetros y arrolló materialmente a los andalusíes. Los extremos del ejército musulmán se rompieron, y las tropas de Badajoz, Málaga y Granada fueron deshechas; y perseguidas huyeron con sus príncipes a resguardarse bajo los muros de Badajoz. De la primera línea solo resistía el centro dirigido por el Al-Motamid de Sevilla, que herido y cubierto de sangre se mantenía en su puesto a pesar de la muerte de la mayor parte de sus capitanes.
La caballería de Alfonso llegó a la línea almorávide. No pudo deshacerla en el primer envite porque los caballos estaban agotados tras tres kilómetros de desenfrenada carrera y tras destrozar las líneas andaluzas. Los caballeros cristianos que veían la victoria al alcance de la mano intentaron rehacerse para dar la última embestida, mientras tras ellos, pero a mucha distancia venía la infantería de Alfonso, un ejército de treinta mil guerreros. En momento tan crítico Yusuf ordenó por medio de banderas a Sir, que ayudase al príncipe sevillano y a la primera línea almorávide que resistían a duras penas, mientras él dando un rodeo, atacaba por detrás el campamento cristiano
Cuando Alfonso deshacía la primera línea almorávide y saboreaba el triunfo, el cielo pareció temblar. Un estruendo espantoso se oyó por toda la meseta, un ruido desconocido que llenó de pavor a hombres y bestias. Las colinas cercanas transmitían el eco, el sonido era escalofriante, y la tierra temblaba. Los caballos relinchando de miedo, enloquecían saltando y derribando a los jinetes, pues parecía que un terremoto iba a abrir la llanura y tragarse el mundo.
El estruendo se debía a órdenes dadas por Yusuf, que se transmitían por medio de tambores. Eran cientos de tambores golpeando al unísono detrás de las colinas, y oyéndose a kilómetros de distancia. Un principio de miedo invadió los corazones de los caballeros cristianos. El conde de Nájera ayudante del rey, cayó del caballo que por el estruendo se encabritó, y uno de los capitanes, Rodrigo Ordoñez asustado, señaló al rey la masa de los que creía eran demonios negros que avanzaban hacia ellos en perfecta formación.
Era la infantería de Sir Abu Beker, al frente de zenetes, gomeres, masmudas y lanthunas, que con el rostro tapado con el lithan y vestidos de negro avanzaban al ritmo infernal de los tambores. Al mismo tiempo los treinta mil guerreros de Alfonso que corrían a pie para alcanzar y ayudar a su caballería, oyeron el mismo terrible sonido de los tambores. Pararon de correr y se detuvieron paralizados mirando al cielo que creían se desplomaba sobre sus cabezas. Entretanto la caballería musulmana atacaba el campo enemigo, y sin detenerse al pillaje atacó por detrás a los aterrorizados infantes.
Alfonso VI luchando con la infantería de Sir, ante las noticias del intento de destrucción de su campamento, considero más fácil unirse con su infantería y derrotar a la caballería ligera de Yusuf, y sus sinhachas. Dejando a Alvar Fañez para acabar con Al-Motamid y los lanceros sudaneses, ordenó dar la vuelta e intentó ir hacia su campamento con sus agotados caballos.
Fue un desastre. Se encontró con la masa ingente de sus guerreros de infantería que sin nadie que los guiara huía hacia adelante de las tropas de Yusuf, que con banderas desplegadas y batiendo tambores avanzaba tras los huidos. Tras un terrible encuentro entre ambos, Alfonso intentó defender el destrozado campamento, pero con la perfecta formación de los almorávides y el atronador sonido de los tambores haciendo temblar la tierra, el valor de sus caballeros empezó a declinar
En el otro lado, las diezmadas y heroicas tropas del sevillano Al-Motamid, vieron que los caballeros de Alvar Fañez se replegaban ante la llegada de Sir y aunque agotados se unieron a la persecución al ordenárselo su príncipe. Ante este ejemplo, los derrotados andalusíes refugiados en Badajoz, se avergonzaron y acudieron a luchar. Y mientras Alfonso intentaba mantenerse a la defensiva, se oyó otro redoble más fuerte, un sonido que al ser más agudo se sobrepuso a los anteriores. Era la orden de Yusuf, que mandaba entrar en combate a su guardia negra. Esta, compuesta de cuatro mil guerreros armados con delgadas espadas, y escudos de piel de hipopótamo fue lanzada de refresco al combate, y abriéndose camino, atravesaron los aterrorizados guerreros de Alfonso, y fueron al encuentro de la guardia del rey.
Uno de los lanceros negros derribó con su lanza a un caballero de la guardia quedándose sin el arma, el rey atacó con su espada al lancero, que esquivando el golpe, se agachó ante el caballo que se le echaba encima, lo cogió por las riendas y sacando un puñal atravesó el muslo del rey Alfonso cosiéndolo a la silla.
Mientras los tambores seguían sonando, las tropas cristianas fueron deshechas, y Alfonso se refugió con los guerreros restantes en un cerro. Allí herido, resistió viendo como su ejército, el mayor que había existido era aniquilado, y su campamento incendiado y sometido al pillaje. Al caer la noche, el rey pudo huir con quinientos caballeros. Perseguido, herido y muerto de sed, necesitaba agua y al no encontrarla bebió vino y estuvo a punto de morir. Sus caballeros lo llevaron enfermo al castillo de Coria.
Al terminar la batalla que había durado todo el día, llegó ante Yusuf un guerrero con un brazo roto e irreconocible por la sangre que le cubría. Se inclinó y le llamó “Emir- al Muslimin“; era la primera vez que Yusuf ben Taxufin fue llamado “Príncipe de los musulmanes”. El héroe que se inclinaba ante él, era el príncipe Al- Motamid de Sevilla al que su poeta acababa de arrancar una flecha de un brazo. En el descanso tras la batalla, mientras los médicos cuidaban a los heridos y los guerreros se dejaban caer agotados al suelo, el príncipe de Sevilla dictó a su poeta Ben al-Labbana, un mensaje para comunicar la victoria a su hijo Al-Rasid en Sevilla. El poeta tomó un pequeño trozo de papel de un dedo de ancho, y escribió:
– “A mi hijo Al-Rasid, que Dios lo conserve. Sabe que se han encontrado las tropas musulmanas con el tirano y mentiroso Alfonso, Dios ha dado la victoria a los musulmanes, y ha derrotado por su medio a los politeístas. Gracias a Dios, Señor de los mundos. Comunica esto a los que estén delante de ti, de nuestros amigos los musulmanes. Salud.
En la noche de aquel glorioso viernes, ató el papel a una de las palomas que habían llevado consigo y la lanzó. La gente de Sevilla inquieta desesperaba del resultado de la batalla, hasta que llegó la agotada paloma. Se leyó el mensaje en la gran mezquita de Sevilla, con lo que se generalizó la alegría y se multiplicaron los votos de gracias.
Al día siguiente se contaron cerca de treinta mil muertos enemigos. Y en la oración de la mañana, el almuecín dio gracias a Dios por la victoria lograda. Después Yusuf hizo bordar en sus estandartes su emblema: “El reino y la grandeza proceden de Dios”. Luego mandó mensajeros a todas las tierras de al-Andalus y del Magreb comunicando la gran victoria. La única gran batalla conseguida después de la muerte del gran Almanzor, casi cien años atrás.