Anemas, el último andalusí de Creta
En el momento en que los bizantinos reconquistan Creta en 961 d. C. —según ya quedó constancia en mi artículo “La aniquilación de los cordobeses de Creta”—, reinaba en dicho emirato el sucesor e hijo de Suhayb II, Abd al-Aziz ben Suhayb al-Qurtubĩ (“el Cordobés”), al que en Bizancio conocían como “Kourupes” por helenización del término Qurtubĩ.
Al tomar para sí el último emir este laqab o sobrenombre, nos deja clara evidencia de que, después de casi siglo y medio de su injusto destierro de Córdoba y al-Ándalus por al-Haqem I, aún se enorgullecían los descendientes de aquellos proscritos de su origen y su identidad.
Theodosios Diáconos nos presenta al último emir de Creta, en la única descripción que sobre él existe, como “viejo, pálido, lleno de dolores, pequeño, calvo y de rostro feroz”. Pero… ¡cualquiera sabe, cuando la única descripción aportada la hace un enemigo!
La reconquista de Creta y su capital Khandaq por Bizancio en 961 fue una guerra de exterminio, un asedio feroz e implacable, una destrucción despiadada. El estrategos Nicéphoro Phocas hizo allí una labor concienzuda.
Vassilios Christides asevera que “esta masacre fue el resultado de la indignación del ejército bizantino por el prolongado asedio, pero hay que subrayar —añade— que el exterminio de los musulmanes de Creta se llevó a cabo en contra de las instrucciones que Nicéphoro Phocas dio a sus soldados”. Esta opinión también la defienden otras fuentes, pero todas griegas, y suena a intento de exculpación del general que dos años más tarde se convertiría en emperador de Bizancio.
No cuadran las descripciones que de la personalidad de Nicéphoro Phocas nos brindan esas mismas fuentes con el hecho de que sus soldados se atrevieran a desafiar sus órdenes e insubordinarse, ya que nos lo han presentado siempre como un general enérgico, autoritario e incontestable, a quien nadie osaba discutir sus mandatos. Yãhya ben Said de Antioquía, historiador árabe del siglo XI, manifiesta: “Las incursiones de Nicéphoro se convirtieron en un placer para sus soldados, porque nadie les atacaba ni se les oponía. Avanzaba a donde quería, destruía lo que deseaba sin encontrar un musulmán ni hombre alguno, fuese quien fuera, que le hiciese retroceder o le impidiese obrar a su grado…¡Nadie podía resistirlo!” Nikolaos Panagiotakis es el único autor griego que cuestiona el que Nicéphoro Phocas tratara de contener a sus soldados y manifiesta que, entre los defensores de la capital, Khandaq, fueron exterminados incluso quienes depusieron las armas y pidieron clemencia. Si los bizantinos fueron generosos en algunas ocasiones con los musulmanes vencidos, no acaeció así en Creta, donde, por el contrario, se mostraron feroces e inclementes.
La derrota del emirato de Creta trajo consigo el inicio de la recuperación del poderío de Bizancio, pero, al mismo tiempo, de nuevo el empobrecimiento de la isla. Panagiotakis afirma que una característica del segundo periodo cretensebizantino es la lentitud con que la economía de Creta se desarrolló, la cual no volvió a alcanzar un esplendor similar al del emirato andalusí hasta bien entrado el siglo XII.
Las crónicas defienden que tras la capitulación de la isla tuvo lugar una depuración étnica y religiosa (según avancé en mi anterior artículo ya citado, “La aniquilación de los cordobeses de Creta”), en la que los cretenses nativos conversos al Islam sufrieron igual final que los andaluces.
Afortunadamente, no todos murieron; Abd al-Wahid al-Marraqušĩ y Humeydi afirman que muchos supervivientes lograron embarcar en navíos de la flota andalusí en los puertos del sur de la isla y se diseminaron por Egipto, Ifrĩqiya y Sicilia, y que algunos incluso consiguieron retornar a al-Ándalus.
Vassilios Christides, en su obra “The Conquest of Crete by the Arabs (CA. 824)…”, escribe: “En la época de la expedición de Nicéphoro Phocas, mientras los lazos entre España y Bizancio se mantenían amistosos, la relación entre los musulmanes de Creta y su país de origen se había vuelto más estrecha y los intercambios culturales eran muy frecuentes. Más aun, no es coincidencia que un número indeterminado de los musulmanes de Creta que escaparon a la cautividad de Nicéphoro retornaran a España”.
Nicéphoro Phocas no hizo más cautivos que los que necesitaba para engrosar la cuerda de presos que aportaría lucimiento y esplendor al triunfal desfile militar que llevaría a cabo en Constantinopla, cuando regresara a la capital imperial como conquistador de Creta. Entre aquellos cautivos se encontraban el último emir, Abd al-Aziz al-Qurtubĩ, y su hijo y príncipe heredero, al-Nũ`man, a quien en Bizancio se conocía como “Anemas” (por helenización del nombre al-Nũ`man).
Uno de los puntos que mayores dudas plantean en el desarrollo de esta expedición de reconquista es el de la actitud observada por la población autóctona cretense respecto a los bizantinos durante la campaña. Solo un autor, Schlumberger, dice que los antiguos habitantes de la isla fueron corriendo alegremente al encuentro de la armada de “liberación”. Vassilios Christides se sorprende de tal afirmación, pues nada hay en las fuentes relativo al comportamiento de la población indígena para con el ejército de Nicéphoro Phocas.
Todo parece indicar que, si hubo alguna cooperación de los naturales, debió de ser algún caso aislado; esto se deduce de la falta de abastecimientos que padeció el ejército bizantino en aquel invierno mientras sitiaba a Khandaq, encontrándose en una isla eminentemente agrícola y que siempre logró excedentes para la exportacion. El ejército bizantino padeció meses de hambre sin que los descendientes de los cretenses autóctonos se sintieran tentados de abastecerlos. Sobre este asunto, Christides añade: “En general, la población de Creta reaccionó con apatía. (…)”.
Los estragos no se limitaron a las vidas, sino que, además, la destrucción fue concienzuda. Christides afirma que Nicéphoro Phocas no sentía simpatía alguna por los edificios musulmanes, y ordenó la demolición de todas las mezquitas, palacios, baños y centros públicos y oficiales, así como la quema de todos los libros sagrados y de cuantos fueran hallados escritos en árabe, desapareciendo así pergaminos, papiros y libros de Ciencia de gran valor.
Estos sucesos provocaron desaforadas revueltas de protesta en todos los Estados musulmanes, sobre todo en Egipto, donde se produjeron, sobre todo en Alejandría y El Cairo, quemas de iglesias coptas y ataques a cristianos en respuesta al cruel trato infligido por los bizantinos a los cretenses (Panagiotakis).
Por otra parte, siendo el emirato de Creta tributario del califa abbasida, formando parte de la Umma musulmana y manteniendo siempre tan excelente relación con Egipto, su más cercano vecino, ¿cómo no llegó a recibir la isla refuerzos de sus aliados, habiendo durado tantos meses el asedio? En el códice medieval “Skyllitzes Matritensis” se dice que, mientras Nicéphoro se ocupaba de Creta, su hermano León Phocas atacaba a los árabes orientales —sirios y abbasidas— para impedir que acudieran en ayuda del emirato. En lo que respecta a sus aliados mediterráneos, de haber acudido los Estados africanos en auxilio de la isla, la balanza podría haberse inclinado en favor de los andalusíes, y el resultado de la expedición de Nicéphoro Phocas habría sido muy diferente[1].
Sin embargo, la situación y las relaciones entre los países musulmanes del norte de África ya no eran las mismas que en el siglo anterior. En Ifrĩqiya ya no reinaban los aglabíes, sino los fatimíes, que profesaban las creencias chiíes, mientras que en Egipto gobernaban los ikshidíes, y, tanto estos como los andalusíes cretenses, permanecían fieles a la ortodoxia sunní.
El emir fatimí, Muizz, era tan fanático chií que pensaba que la ŷihãd islámica no debía limitarse a la lucha contra los cristianos, sino que antes incluso debía dirigirse contra aquellos muslimes que se negaban a adoptar el dogma chií. Egipto se sentía amenazado por el emir fatimí y mantenía su flota paralizada desde hacía treinta años, debido a dicha amenaza y a sus constantes problemas internos. Que la amenaza fatimí era real lo prueba el hecho de que en 969, solo ocho años más tarde de la recuperación de Creta por Bizancio, el Creciente Fértil era conquistado por el general fatimí Ŷawhãr. Egipto no reunía ya las condiciones necesarias para continuar patrocinando al emirato de Creta[2].
En lo que se refiere a la ayuda de los fatimíes de Ifrĩqiya a los andaluces del emirato, se daba situación muy parecida, siendo aquellos chiíes y estos sunníes; en vano los gobernantes de Creta enviaron a Muizz una embajada suplicando su ayuda contra la incursión de Bizancio, que no obtuvieron respuesta. Afirma Christides que, “en sus desesperados esfuerzos finales para frustrar la expedición de Nicéphoro Phocas, seguramente, hasta debieron de llegar a considerar el abrazar el chiísmo para recibir ayuda de los fatimíes. El líder de estos, Muizz, se quejaba amargamente de que los musulmanes de Creta no estuvieran bajo su guía espiritual”. Pero es evidente que los andaluces no lo hicieron y continuaron fieles a sus creencias.
También coincidió que el Imperio Bizantino había firmado por entonces unas treguas con los búlgaros y pudo concentrar la mayor parte de sus recursos en el frente isleño. Con la reconquista de Creta por parte de Nicéphoro Phocas, el tradicional enfrentamiento entre bizantinos y musulmanes tomaba muy diferente rumbo, y las funciones que ambos actores habían desempeñado en el Egeo comenzaban a trocarse.
Dos años discurrieron después de los cruciales y aciagos sucesos que pusieron fin al emirato cretenseandalusí; dos años que empleó Nicéphoro Phocas en borrar todo rastro de los andaluces en la isla. Por su gusto, el estrategos hubiera preferido tornar a Constantinopla cuanto antes y hacer la entrada triunfal con que soñaba, arrastrando tras de sí en su desfile sartas de cautivos y riquezas sin cuento.
Pero el emperador Romanos II tenía otros designios; temía que el augurio que anunciaba que el conquistador de la isla se sentaría en el trono imperial llegara a cumplirse; él, como usurpador que había sido del trono, se sentía en precario y temía que esta conquista, tan anhelada por los bizantinos, legitimara a sus ojos como emperador al conquistador. Aplazaba por ello el regreso de Nicéphoro una y otra vez, con el pretexto —más o menos real— de asegurar la isla, refortificarla, reconstruirla, así como extremar la vigilancia en sus costas y en los mares porque los árabes podían tratar de recuperarla.
Panagiotakis escribe que, “con las operaciones de limpieza sistemática, Nicéphoro liberó Creta, borró hasta las últimas huellas de los árabes y la restituyó al Imperio Bizantino”. Y añade este mismo historiador: “El miedo a la verdad del oráculo fue la razón por la que Romanos II dilató durante dos años el regreso triunfal del general Phocas a la capital”.
Las riquezas de los musulmanes de Creta eran fabulosas, tanto que, pese a la devastación rigurosa llevada a cabo, no lograron ocultar todas sus huellas [3]. Como ya informé en mi artículo anterior ya citado, cuando aquellos bienes y enseres cayeron en manos bizantinas hubieron de emplearse trescientos barcos de carga para poder fletarlos hasta Constantinopla, y puertas de sus mezquitas y palacios, lámparas, artesonados y ricos elementos decorativos aún pueden admirarse en el monasterio de Lavra (Monte Athos), al que terminaron por engalanar. No obstante, en lo que se refiere a las huellas andalusíes en Creta, quien esto escribe cree, al igual que Christides, que la Arqueología no ha dicho aún su última palabra.
Como trofeos fueron exhibidos el emir Abd al-Aziz, el príncipe al-Nũ`man y sus familias en Constantinopla, junto con los demás cautivos. Las fuentes bizantinas aseguran que fueron tratados con honra, que recibieron tierras y que el emir pudo haber ocupado un cargo político en el Senado si hubiera consentido en convertirse al cristianismo.
Sin embargo, aseguran las crónicas que su heredero al-Nũ`man sí que apostató y se bautizó. A partir de entonces, fue conocido por su mismo nombre helenizado, “Anemas“, que adoptó oficialmente. ¿Fue la suya una conversión sincera o abrazó la fe cristiana por salvar la vida de su padre, la suya propia o la de sus hijos? Las fuentes no aclaran nada más a este respecto, pero pueden plantearse dudas relativas a tan súbita conversión. Poco después, el príncipe entraba a formar parte del cuerpo de la Guardia Imperial.
El 15 de marzo de 963 moría prematuramente el emperador Romanos II, y su esposa Theóphano era nombrada regente de los dos hijos menores, Basilio y Constantino. Al punto, el domesticos y estrategos Nicéphoro Phocas, “El Gordo”, era proclamado emperador en Cesárea por sus soldados[4]. La emperatriz, que se sabía en situación precaria, determinó aliarse con él. Nicéphoro regresó con sus tropas a Constantinopla y, el 14 de agosto del mismo año, ganándole a Joseph Bringas —Primer Ministro, Mayordomo de Palacio y mano derecha de Romanos II— en enconada lid la capital, calle por calle, alcanzó los centros de poder y se autoproclamó emperador, siendo coronado por el Patriarca Poleiuctos.
Poco después, el nuevo usurpador creyó legitimar su cargo casándose con Theóphano, la viuda de Romanos II, y presentándose como emperador protector de los dos príncipes. El oráculo, según el cual se entronizaría al conquistador de Creta, habíase cumplido. No obstante, en lo militar, Nicéphoro Phocas es considerado uno de los mejores emperadores, junto con sus sucesores Juan Tzimiszés y Basilio II.
Nicéphoro conquistó Cilicia en 964; en 965 se apoderó de Tarsos, Mopsuestia y Chipre; en 966 comienza sus incursiones contra Antioquía y Alepo, aunque no las lograría definitivamente hasta 968. Restauró el poder de Bizancio en el Mediterráneo oriental y, junto con su sucesor, recuperó Siria para el imperio. Sin embargo, su reinado solo duraría seis años; el 10 de diciembre de 969 era asesinado mientras dormía por Juan Tzimiszés, el amante de su esposa Theóphano. El asesino le sucedió en el trono.
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En lo que respecta al emir Abd al-Aziz al-Qurtubĩ, murió en Constantinopla, al parecer debido a su mucha edad. Su hijo Anemas distinguiose tanto en el ejército bizantino que el emperador lo eligió para formar parte de un nuevo cuerpo militar creado por él, que incorporó a los más escogidos guerreros de todos sus dominios, los Athanatoi —los “Inmortales”—, un tagma integrado por unos 10.000 hombres, los más hercúleos, valientes y avezados del ejército imperial.
Anemas se cubrió de gloria el año 972, durante el reinado de Juan Tzimiszés, en la batalla de Dorostolon contra los rusos [5]; al mando de estos iba el propio príncipe escita Sviatoslav I de Kiev. La batalla duró tres días y, en la segunda jornada, Anemas recibió honores de héroe y fue vitoreado tras descabezar de un solo tajo al comandante de las tropas rusas, Sphengel (Esfendeslavo por helenización), personaje de la nobleza, caudillo de los varegos y brazo derecho de Sviatoslav. Desalentados, los rusos retrocedieron hacia el interior de las murallas de la ciudad. Los bizantinos pusieron sitio a la plaza durante sesenta y cinco días. La descripción de la última batalla es muy precisa tanto en la narración de Skyllitzes como en la de León Diáconos. El emperador participaba continuamente en todas las acciones y batallas, mostrando siempre sus habilidades militares. La estrategia de Tzimiszés y la habilidad de su ejercito hicieron evidente la eficacia de un nuevo entrenamiento militar que les proporcionó numerosos exitos militares en los siguientes cincuenta años. Incluso en los momentos más complicados de la batalla el emperador Tzimiszés fue capaz de ordenar un delicado movimiento estratégico o de fingir una oportuna retirada.
Pero, además del emperador, otros soldados bizantinos también ganaron prestigio durante este conflicto: Theodoro de Misthia y, sobre todo, Anemas fueron glorificados por su heroísmo y virtudes guerreras. Las acciones de espectacular valor de Anemas fueron narradas con gran detalle y proporcionan una descripción realista de la batalla. Cumplidos los sesenta y cinco días de asedio, los rusos decidieron salir y dar un violento rebato, causando numerosas muertes entre sus adversarios. El emperador de Bizancio envió entonces a los “Inmortales” a cubrir la retirada del centro de su ejército.
Al advertir Anemas que entre la vanguardia de las fuerzas contrarias se divisaba al príncipe ruso, al que reconoció por su refulgente coraza, en un alarde suicida de valor, lanzose al punto contra la primera línea rusa y, valiéndose de lo imprevisto de su impulso, logró abrirse camino entre la guardia personal del príncipe y alcanzarlo con un golpe certero de su maza y derribarlo del caballo. El hecho de que Skyllitzes y León Diáconos no muestren acuerdo en el lugar exacto en que Anemas golpeo a Sviatoslav I —uno dice que en la cabeza, el otro que en el cuello— no le resta credito a ambas descripciones. Pero ambos dejan constancia de un Anemas tan habil y arriesgado en sus objetivos como admirable en su valor. En la descripción de León Diáconos, Anemas fue capaz, en un acto final de heroísmo, de acabar con numerosos rusos antes de ser herido él de muerte.
Sviatoslav cayó derribado de su caballo a causa del golpe del príncipe andalusí, pero la calidad de su armadura hízose patente, salvándole la vida. No así ocurrió con Anemas, que fue atravesado por las lanzas y espadas de los guardias del séquito de su adversario. Algunos autores informan de que el autor de la muerte de Anemas, un alto oficial del ejército ruso, llamado Ikmor, asesinó vilmente al príncipe andalusí en aquel instante, matándolo por la espalda, en venganza por la muerte de su padre durante el asedio de Khandaq, la capital de Creta, once años antes.
La crónica de Skyllitzes sobre la batalla de Dorostolon termina bruscamente con la resolucion de la contienda por intervención divina. Como en casi todas las grandes batallas medievales, en esta tampoco podía faltar el santo que aparece montando un caballo blanco en auxilio del bando de los “buenos”. Una tormenta de viento y la presencia del martir Theodoro a caballo, justo tras la muerte de Anemas, levantaron la moral de los bizantinos y dieron al Imperio la victoria.
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