EL EMIRATO ANDALUSÍ DE LA ISLA DE CRETA
Reseña sobre el libro «Los Andaluces Fundadores del Emirato de Creta». de Carmen Panadero Delgado
Al hablar de las gestas navales de los andalusíes no se puede dejar de reseñar la hazaña de uno de los pobladores del populoso arrabal de Saqunda de Córdoba que sin más formación marinera que la del río que cruza la ciudad fue capaz de dirigir a su pueblo expulsado del emirato cordobés hasta la isla de Creta y fundar allí un emirato andalusí.
La historiadora Carmen Panadero Delgado nos ofrece en uno de sus rigurosos libros esta asombrosa y casi desconocida expedición de miles de cordobeses que se vieron obligados a abandonar sus viviendas y emprender un éxodo hacia Oriente. Toda la información sobre este suceso épico que contiene el modesto trabajo de divulgación que presento sobre los navegantes hispanoárabes la he obtenido de la documentadísima obra de la historiadora mencionada.
Los sangrientos sucesos de Córdoba desencadenados un día de Ramadán del año 818 se debieron a una explosión de indignación de los habitantes de ese barrio cordobés hartos de las vejaciones y abusivos impuestos que les imponía el emir al-Hakam I. Era un pueblo de artesanos, mercaderes y funcionarios que convivían pacíficamente en Sacunda, arrabal al otro lado del puente Romano, que tuvo el valor de sublevarse contra uno de los emires más tiranos que hubo en Córdoba.
El día del levantamiento los habitantes de Secunda contemplaron consternados desde la otra orilla cómo se levantaban cruces de las que ya pendían los primeros capturados y sacrificados de la revuelta. Seguramente las autoridades del emirato pensaron que esto arredraría a la población pero provocaron el efecto contrario: la cólera del pueblo los indujo a intentar asaltar el alcázar. El emir omeya ordenó a la caballería cargar sin miramientos contra la multitud. Al cabo de tres días de algarada, se habían producido trescientas ejecuciones por crucifixión, dos mil muertos en la refriega y el arrabal de Saqunda sería incendiado y luego arrasado.
A los que quedaron con vida se les conminó a abandonar el emirato. Familias enteras salieron hacia el exilio, se les obligó a iniciar un camino hacia ninguna parte puesto que no había un destino para ellos. Abandonaron la ciudad con lo puesto ya que sus viviendas habían sido saqueadas antes de incendiarlas y los pocos enseres que habían quedado habían sido comprados por los judíos a precios ínfimos aprovechándose de las circunstancias. Este fue el principio de una de las más grandes epopeyas vividas por los andalusíes.
Se les marcó una primera etapa obligada: los dos principales puertos del emirato cordobés: Algeciras y Pechina, desde donde unos barcos los trasladarían al norte de África abandonándolos a su suerte.
Abu Hafs Umar ben Suhayb ben Isa al-Balluti era un muladí cordobés, es decir, por sus venas correrían la sangre árabe, bereber, y también la romano-visigoda de antepasados cristianos. Llevaría la misma composición genética que la mayoría de los habitantes de al-Ándalus, desde los más humildes hasta los propios califas posteriores. Había nacido en Bitrawj (actual Pedroche) en la comarca del Campo de las Bellotas al norte de Córdoba, de allí su apodo al-Balluti y vivía en Saqunda con su familia cuando se produjo el motín.
Según señala Carmen Panadero, en la historiografía de ese confuso primer momento de la rebelión de Saqunda no figura todavía este personaje que sería indispensable en la epopeya de la conquista de Creta, pero los acontecimientos posteriores nos dan suficientes datos como para pensar que lideró el éxodo desde la salida de Córdoba como más adelante veremos.
Durante la larga estancia en Qayrwan se reunieron las familias que habían salido de Algeciras con las que lo hicieron de Pechina. Habían recorrido separadamente parte de Marruecos asentándose algunos temporalmente en las ciudades y pueblos que los acogieron. Otros se habían quedado a vivir definitivamente en Xauen o en la recién fundada Fez que ayudaron a edificar dejando su impronta cultural andalusí. En esa etapa surge el genio carismático del navegante Abu Hafs al-Balluti. Este decidido vecino de Sacunda constata que en la costa magrebí va a ser muy difícil asentar de forma permanente las miles de familias andalusíes y opta por explorar la posibilidad de encontrar una isla que pudiera acogerlos. Con ese objetivo se hace a la mar zarpando desde el puerto de Bizerta en Ifriqiya (Túnez).
Al-Balluti fletó dos barcos en dicho puerto, uno de ellos de guerra, es decir con remos. Embarcaron en las naves lo varones más vigorosos y dispuestos a hacer una travesía por un mar para ellos desconocido. De las islas que tuvieron ocasión de visitar la que llamó principalmente el interés de al-Balluti fue la gran isla de Creta que se encontraba bajo dominio bizantino. También advirtió la pequeña isla de Gávdos que se encuentra a unas 18 millas al sur de la primera. Gávdos le podía servir de base de operaciones para invadir Creta.
El resto de la expedición seguiría a pie por el litoral, cruzando a Trípoli, Misurata y Tobruk. De allí, sorteando el desierto del al-Alamein, llegarían a la ciudad egipcia de Matruh y por último arribarían a Alejandría.
La travesía, que Carmen Panadero describe con minuciosa precisión, sería penosa e imprevisible. Tan pronto acogidos en su camino por pueblos y ciudades afines a su causa contra el despota emir omeya, como sufriendo agresiones de los pueblos aliados de los emires cordobeses y de las cabilas bereberes enemigas. Causaría sorpresa ver llegar a ese pueblo unido pero compuesto por un mosaico de culturas como una pequeña reproducción trashumante de al-Ándalus. No se hacían distinciones ni por origen ni por religión entre musulmanes, muladíes y mozárabes.
Habían pasado varios años desde que salieron de Córdoba, y a pesar de haberse tenido que separar en varias ocasiones en ningún momento perdieron su conciencia de pueblo. Al final todos debían reunirse en Alejandría. Atrae nuestra atención ese intrépido muladí llamado Abu Hafs al-Balluti, que se hizo a la mar liderando una proeza que podríamos considerar fantástica: conquistar la mitológica isla de Creta y fundar en ella un emirato andalusí.
Algunos cronistas, como al-Nuwayri, consignan que la invasión de la isla de Creta se produjo en esos momentos, sin embargo no fue así, como lo demuestra con claridad Carmen Panadero. Ese primer contacto con la isla fue sólo de exploración y se realizó antes de su llegada a Alejandría a reunirse con el resto de andalusíes que habían hecho la ruta a pie. Lo que sí es posible es que Abu Hasf al-Balluti ya se fijara en ese momento que Creta era una isla periférica del Imperio Romano de Oriente poco defendida y reunía las condiciones para el asentamiento final de su pueblo hispanoárabe.
Antes de llevar a cabo sus planes de conquista de la isla bizantina, las naves de Hafs al-Balluti se dirigieron a Alejandría donde ya los esperaban sus hermanos de nación. Los andalusíes se integraron en la sociedad musulmana/cristiana de la ciudad y llegaron a representar un papel importante en los acontecimientos que se sucedieron en su tierra de acogida. La ciudad fundada por Alejandro Magno vivía tiempos convulsos con un pueblo que sufría el despotismo de un gobernador impuesto por el califato de Bagdad. Sorprendentemente los andalusíes de Sacunda se encontraron en Egipto una situación similar a la que habían dejado en Córdoba.
Lograron intervenir en la política y contiendas intestinas de Egipto poniendo a disposición del pueblo su gestión diplomática respaldada por un poderoso ejército que habían logrado formar durante los tres años de éxodo. El éxito de los andalusíes fue contundente y pasaron de extranjeros recién llegados a ser reconocidos como los libertadores del pueblo alejandrino frente a la opresión del gobernador del califato abbasí. Esto les permitió instaurar una república independiente. El elegido para presidir el nuevo gobierno fue sin duda alguna Abu Hafs al-Balluti. El valiente caudillo de la epopeya vivida por los pobladores del arrabal de Sacunda había llegado a ser el máximo dirigente de Alejandría.
La heterogénea república alejandrina estaba formada por musulmanes, cristianos de distinto signo, entre los que se contaban los coptos como los más importantes, a los cuales se añadieron los andalusíes con su propia diversidad hispánica llegados del lejano emirato cordobés de occidente.
Si hubieran empleado la misma fiereza cuando los sucesos de Sequnda en Córdoba contra el emir al-Hakam I, seguramente habrían cambiado el curso de la historia de al-Ándalus, pero en aquel entonces era una población de trabajadores, artesanos sin ninguna preparación militar, era gente de paz que como hemos dicho llegaron a sublevarse por estar asfixiados a impuestos y vejaciones. Luego, en el éxodo, se habían convertido en un poderoso ejército multicultural y lejos de su patria no dudaron en participar en el restablecimiento de la justicia allí donde fueran.
El califato abbasí de Bagdad no podía permitir que lo despojasen de una plaza tan importante como Alejandría y pusieron todos sus medios para reconquistarla. Lo lograron al cabo de cinco años. Ante la derrota, al-Balluti volvió a desplegar sus dotes diplomáticas para salvar a su pueblo del exterminio y logró un acuerdo muy favorable para los hispanoárabes. Pactó con los representantes de Bagdad abandonar la ciudad de Alejandría para ir a conquistar la isla de Creta. Al califa al-Mamun de Bagdad le interesaba que los andalusíes tomaran esa isla bizantina porque significaba extender el islamismo por el Mediterráneo. Para lo cual puso a disposición del navegante cordobés cuarenta barcos totalmente equipados y con remeros mercenarios. Las condiciones obtenidas por Hafs al-Balluti eran inmejorables, aparte de sus extraordinarias condiciones de caudillo demostraba ser un gran negociador, aunque esto supuso un nuevo éxodo para los transterrados de Saqunda, esta vez su éxodo sería por mar.
De esa manera se lanzaron a la conquista naval de Creta y las pequeñas islas aledañas. En la primera expedición tomaron parte solo los guerreros y utilizaron como centro de operaciones la pequeña isla de Gávdos que ya conocían. Desde ella organizaron la invasión de Creta. Los cretenses se vieron sorprendidos ante la llegada del aguerrido ejército andalusí y no parece que opusieran demasiada resistencia. En viajes sucesivos fueron llegando las familias que habían quedado en Alejandría para establecerse definitivamente en el teritorio conquistado. Fundaron la capital Khandaq y ocuparon gran número de ciudades y pueblos, luego paulatinamente incorporaron el resto de poblaciones de los extremos de la isla, cosa que les llevó varios años.
Se constituyó el emirato y Hafs al-Balluti fue proclamado emir. El emirato de Creta era independiente políticamente, pero dependía en cuanto a lo religioso del califato de Bagdad, igual que el emirato de Córdoba. A partir de ese momento se constata la prosperidad que le proporcionó el gobierno andalusí. Se acuñó moneda propia y entablaron vínculos comerciales principalmente con Egipto y con muchos de sus vecinos, incluso llegaron a tener relaciones con su antigua patria andalusí donde ya reinaba Abderramán II, hijo del siniestro al-Hakam I.
Las ciudades cambiaron de aspecto, los colores bizantinos de las casas fueron reemplazados por la cal andaluza dando lugar a pueblos blancos y por las calles se oiría un idioma nuevo aparte del árabe: el romance andalusí que aún se hablaba en al-Ándalus.
Como ya hemos dicho, Carmen Panadero no ha encontrado mención en las crónicas del adalid, al-Balluti, hasta la llegada de los andalusíes a Alejandría. Esto podría hacernos suponer que las primeras exploraciones marítimas de las islas del Egeo iniciadas desde Ifriqiya pudieran haber sido encabezadas por otros. Asímismo argumenta con acierto en contra de esta hipótesis que en la negociación de las capitulaciones con los representantes del califato de Bagdad, Hafs al-Balluti tuvo que demostrar su amplio conocimiento de Creta y de las islas aledañas. Está claro que para proponer la conquista de la isla bizantina como contrapartida, al-Balluti tenía que saber de lo que hablaba por experiencia propia. No sólo tenía que tener los conocimientos geográficos necesarios, sino exponer una estrategia para la conquista de la isla bizantina y evaluar los riesgos que corría. Estos conocimientos sólo podía haberlos adquirido estudiando él mismo las costas de la isla en su primera expedición. Sin estas garantías el gobernador abbasida no le hubiera entregado cuarenta barcos perfectamente pertrechados para realizar la empresa. No parece haber duda pues que este cordobés de Pedroche fue el protagonista de la mayor proeza llevada a cabo por los andalusíes en el Mediterráneo.
Algunas fuentes bizantinas, según señala Carmen Panadero, tacharon de piratas a estos esforzados exiliados de Córdoba que se convirtieron en temibles marinos entre las islas orientales del Mediterráneo. Algún escritor como Manuel Harazem (citado por Panadero) ha hecho suya la hipótesis de que los piratas levantinos ayudaran a los de Saqunda en sus expediciones por el mar Egeo, la historiadora cordobesa no descarta que pudieran haber recibido algún tipo de apoyo por parte de Abdallah al-Balansí (el Valenciano). Pero hay que tener en cuenta que Abdallah no era estrictamente un pirata, era el gobernador de Valencia, por lo que sólo se puede pensar que amparara de alguna forma la actividad de los piratas levantinos. Pero no se debe confundir las tradicionales aceifas árabes contra enclaves cristianos, que eran frecuentes, con los actos de piratería. Al-Balansí era tío del emir al-Hakam I y en los primeros años de reinado, éste tuvo enfrentamientos con su sobrino a raíz de la sucesión al trono de Hixem I. Aunque habían cerrado un pacto de paz no es extraño que al-Balansí hubiera visto con buenos ojos la subversión del arrabal de Saqunda contra su viejo rival monárquico. Colaborar en la expulsión podía tener un doble objetivo: ayudar a esa gente que le caería bien y a su vez prestar un servicio a su sobrino que no dejaba de ser su emir.
Más difícil me parece que los piratas levantinos de Valencia y Tortosa intervinieran de forma desinteresada porque esa actitud no es propia de piratas. ¿Se plantearon entonces un posible saqueo de Alejandría? Habría que descartar esta hipótesis porque en aquellos momentos ni los propios expulsados conocían aún cuál iba a ser su destino.
Por otro lado, Carmen Panadero apunta en el apéndice de la 2ª edición de su obra el apoyo que pudo proporcionar la Federación de Marinos de Pechina. Esta ciudad, como hemos mencionado en otros capítulos de este trabajo llegó a ser casi una república independiente poseedora de uno de los principales puertos de al-Ándalus. La poderosa Federación de Marinos era el órgano de gobierno ejecutivo de esa ciudad-Estado. Sabiendo que parte de los expulsados debían embarcar en Pechina, no sería extraño que la Federación, motu proprio o cumpliendo ódenes de Córdoba, hubiera colaborado con los de Sacunda, aunque su contribución no fuera más lejos que hacer posible su traslado a las costas de África.
Años después, cuando los andalusíes llegan a Alejandría, no parece probable que volvieran a aparecer los piratas levantinos con intenciones de saquear la ciudad y desaparecer con el botín. Los que llegan son los desterrados de Sacunda con sus familias después de haber recorrido miles de kilómetros en busca de un lugar donde fijar su nuevo hogar, como al fin lo hicieran en Creta. Por otra parte, llamaría la atención que habiendo supuestamente participado los piratas en Alejandría no participasen después en Creta.
Durante el emirato los andalusíes-cretenses se preocuparon en fortalecer la flota, al-Balluti siempre la consideró el “Pilar del Estado”, porque sabían que su principal enemigo llegaría tarde o temprano por via marítima desde las costas del Imperio Romano de Oriente. No tardó mucho el primer enfrentamiento y la primera victoria del emirato que tuvo lugar al año siguiente de su llegada. Muchos fueron los intentos fallidos de Bizancio durante más de un siglo para recuperar la isla, pero la pericia naval de los cretenses-andalusíes lograron siempre repelerlos.
El año 855 muere Abu Hafs al-Balluti después de haber fundado el emirato y reinado durante 28 años. Se calcula que tendría entre 65 y 70 años. El emirato continuó los veinte años siguientes bajo el reinado de su heredero Suhayb I. Este segundo emir de Creta también era cordobés, había sufrido de niño el horror de la represión del arrabal de Saqunda y luego el penoso exilio hasta llegar a Alejandría. A éste le sucedió su hijo Abu Abdallah ben Suhayb, nacido ya en Creta posiblemente. La dinastía iniciada por el pionero Abu Hafs al-Balluti se extinguió el año 961con el último emir llamado Abd al-Aziz ben Suhayb al-Qurtubí (el Cordobés) que moriría años después de la reconquista bizantina de la isla. Ese mismo año de 961, fallecía en la lejana Córdoba uno de los más esclarecidos califas que tuvo al-Ándalus: Abderramán III y le sucedía su hijo al-Hakam II, no menos ilustre.
El emirato andalusí de Creta había durado casi siglo y medio hasta que el Imperio Romano de Oriente logró al fin recuperar la isla. La reconquistaron mediante una expedición que no fue precisamente naval. Sigilosamente desembarcaron en la bahía de Almiros, al oeste de Khandaq, después de una dura batalla los cretenses-andalusíes tuvieron que replegarse tras las murallas de la capital. Los bizantinos establecieron un asedio que terminaría con la toma de la ciudad y la masacre de aproximadamento 200.000 personas entre nativos cretenses y descendientes de los pioneros cordobeses que fundaron el emirato.
Se cerró así la etapa floreciente del emirato de Creta que Carmen Panadero describe de forma exquisita. En la historia de esta isla conocida en la mitología griega por haber sido el lugar donde se hallaba el laberinto del Minotauro donde Teseo mató al mítico monstruo, los andaluces de Sacunda escribieron unas páginas heroicas de emotiva humanidad.
(Leopoldo de Trazegnies Granda. Sevilla, año de la pandemia, 2020)