¿Hubo relación entre los cordobeses de Creta y los piratas de al-Balansĩ?
Aquellos expatriados durante el reinado de al-Haqem I a causa de los graves sucesos del Motín del Arrabal de Shaqunda en Córdoba (818 d.C.) no eran piratas, aunque Bizancio propalara esta idea.
Es razonable e inevitable que a veces nos asalte la duda de que aquellos infelices ciudadanos de un arrabal cordobés, levantados contra los abusos fiscales de un emir, habitantes de una ciudad interior, profanos en conocimientos sobre mar y navegación, sencillos artesanos, labradores, comerciantes y funcionarios, pudieran no obstante llegar a protagonizar por sí solos gestas y conquistas —a veces con violencia— y sin ayuda de nadie. Y, en efecto, debieron de contar con apoyos en determinadas ocasiones y, sobre todo, durante el periplo marino anterior a su llegada a Alejandría.
Así mismo, algún escritor occidental defiende esta tesis, como es el caso de Clifford Edmund Bosworth y de Manuel Harazem, y esa idea, aunque hipótesis, es una hipótesis razonable y que, personalmente, no descarto en su totalidad. Plantean lo extraño que es que artesanos urbanos pudieran llegar a ser los peligrosos piratas de que hablan las fuentes medievales bizantinas —aunque no podemos olvidar que los bizantinos solían inventar intencionadamente cosas así como descalificación de sus enemigos—. Los autores citados ponen en duda que los desterrados solos pudieran llegar a hacerse con el control de Alejandría e incluso a conquistar Creta. Defienden que los piratas andalusíes y beréberes, que habían sido tropas de Abdallãh al-Balansĩ (tío rebelde del emir al-Haqem I), conquistaron años antes Alejandría e, incluso, ayudaron en la expedición marítima de Abũ Hafs al-Ballutĩ y su grupo de desterrados, y que hasta pudieron colaborar en la conquista de Creta. En “The History of al-Tabari”, de C. E. Bosworth, haciéndose eco este autor del historiador del califa abbasida y cronista al-Tabarĩ (839-923 d.C.), menciona en efecto la posibilidad de que piratas andalusíes y aventureros pusieran sus barcos al servicio de los proscritos cordobeses.
Personalmente, opino que en el periplo por mar y asalto a las islas del Mediterráneo oriental, en efecto, los desterrados necesitaron refuerzos de quienes tuvieran conocimientos marinos y navíos, que bien pudieron ser los piratas de al-Balansĩ; no lo descarto, ni descarto incluso que pudieran prestar su ayuda para el control inicial de Alejandría. Por otra parte, siempre tuve el convencimiento de que los desterrados que partieron al exilio desde el puerto de Pechina lo hicieron con la ayuda, entre otros, de la Federación de Marinos de Pechina que gobernaba dicha provincia. Bayyãna (actual Pechina; Almería aún no existía) era la capital de la cora y gozaba de una autonomía casi total, generalmente consentida por los emires omeyas. El verdadero poder, el gobierno efectivo de Pechina lo ejercía dicha Federación de Marinos que era muy poderosa; la figura del gobernador o walĩ representante de Córdoba fue en esta comarca meramente nominal y a veces casi una figura decorativa.
Pero, respecto a los piratas de al-Balansĩ, aunque fuera cierto que dichos corsarios hubieran atacado Alejandría con anterioridad (que es una hipótesis), habría de puntualizarse:
1– Que los piratas sin duda acudirían a los zocos alejandrinos para comerciar con objetos de su botín y fruto de sus rapiñas, así como al gran mercado de esclavos de Alejandría para deshacerse de sus cautivos, y que en esos mercados contarían con sus representantes y contactos. También podían acudir a la gran ciudad egipcia para abastecerse, pero nunca buscando asentamiento como alguno de estos autores defiende en su obra: “No sabemos gran cosa de las actividades de los piratas levantinos andalusíes en su nuevo ámbito de acción hasta que no terminan asentándose en Alejandría“. No lo dan ya como hipótesis, lo afirman. Este aserto ya no lo comparto, ante todo porque los piratas no son de mucho asiento y menos en una ciudad cosmopolita como aquella (el puerto de mayor tráfico de todo el Mediterráneo entonces) cuando lo que procurábanse siempre eran calas inaccesibles o la playa de alguna isla desierta (la ciudad-estado de Tarra en el sur de Creta o la playa de Sarakinikos de Gávdos, por ejemplo) pues les convenía estar siempre ilocalizables. Sin embargo, hubiera sido muy expuesto para ellos residir en una ciudad como Alejandría, localizados, y donde hubiera sido fácil atacarlos en represalias por sus incursiones y rapiñas. Quienes sí se asentaron en dicha ciudad fueron los cordobeses desterrados porque ellos sí necesitaban ese asentamiento al viajar con sus familias —con ancianos, con niños de pecho y mujeres embarazadas— y porque sus oficios eran urbanos.
2- Que si bien los piratas del levante andalusí podían llevar ya años actuando por aquella zona, no obstante, todos los cronistas identifican a los desterrados del arrabal de Córdoba con los conquistadores de Alejandría asentados en ella. Además hay algunos testimonios que diferencian claramente la actuación de los shaqundíes respecto de la de unos piratas; por ejemplo, al-Maqrišy informa de que, a su llegada a la ciudad egipcia, los cordobeses tuvieron algunos choques con miembros de la tribu de los Beni Madlaji, pues estos trataban de impedir que se asentaran allí, pero “los andaluces, despechados por tan dilatada desventura, se defendieron violentamente. Los Beni Madlaji resultaron vencidos y expulsados del arrabal”. Estas palabras nos hacen ver que los cordobeses tuvieron que defenderse de los que iniciaron las provocaciones y, además, nos proporciona la causa: los largos años de calamidades y sinsabores que habían sufrido. El dato que nos aporta este cronista guarda más relación con los desterrados que con los piratas.
Otro autor viene a confirmarnos que los llegados a Alejandría son los del arrabal; se trata de al-Nuwayri, quien asegura que “los desterrados andaluces llegados a Alejandría se asentaron y contribuyeron al crecimiento de su cultura”. El cronista no solo identifica con los cordobeses a los recién llegados, sino que afirma que hicieron aportaciones culturales a la ciudad, algo que los piratas no solían estar en condiciones de poder aportar y, además, sus intereses eran muy otros.
Además, los vaticinios de al-Kindi y del monje Juan que Manuel Harazem cita — “Creedme, vendrá del oeste un pueblo que destruirá sin compasión este pueblo y esta ciudad y saqueará todo lo que hay en ella“— aparte de ser solo eso, augurios, de resultar ciertos deberían referirse con más razón a la invasión posterior de los fatimíes, que también vendrían del oeste, conquistarían Egipto entero (y no solo una ciudad como los cordobeses), y por mucho más tiempo, dos siglos (no cuatro o cinco años como duró el asentamiento andalusí); y esos sí fueron muy temidos, porque además eran chiíes, mientras que en aquellos años los egipcios eran sunníes como los andalusíes. Ocho años después de la pérdida de Creta por los cordobeses, en 969, el emir fatimí al-Muizz envió a Egipto un ejército de 100.000 hombres, mandados por al-Siqilĩ (el Siciliano), y realizó una irrefrenable conquista, la segunda que llegó del oeste según Afaf Lutfi al-Sayyid Marsot; la primera, dice, fue en la era faraónica. Muizz usó en Egipto la filosofía del palo y la zanahoria; decretó leyes extraordinarias para la población, impuso sus soldados extranjeros (beréberes y sudaneses), sus religiosos chiíes discriminaron y aislaron a los alfaquíes y ulemas nativos, etc. etc.
3- Que aquellos cordobeses proscritos que llegan a Alejandría tres o cuatro años después de haber abandonado la península en 818, en torno a 15.000 familias según la mayoría de las fuentes y según algunos 15.000 hombres (15.000 sin contar las mujeres y los niños quiere decir 15.000 familias), tras un baño de sangre como fue el motín de Córdoba, tras años de penalidades a la búsqueda de asentamiento por tierra y por mar, después de un penoso éxodo durante el que tendrían forzosamente que defenderse de ataques enemigos en muchas ocasiones y luchar por su supervivencia, hay que colegir que los desterrados cordobeses que llegaban a Alejandría ya no podían ser los mismos infelices que se exiliaron; los que sobrevivieran llegarían muy cambiados, mucho más preparados y fortalecidos, y además de sus armas comunes, empuñaban las armas de la desesperación y de la rebeldía contra la injusticia. Si ya en Córdoba, durante el motín, supieron defenderse de tal modo como para que hubiera de intervenir también el ejército regular, ¿cómo se defenderían cuando, además, llevaban varios años rodando por el mundo y sufriendo calamidades? Aun así, no podemos descartar que los piratas levantinos andalusíes les ayudaran en el control inicial de la ciudad egipcia.
4- Que es imposible que llegaran hasta Alejandría en barco 15.000 familias (alrededor de 90.000 personas, si como aseguran las fuentes la media de miembros por familia en el al-Ándalus del siglo IX era de seis), porque hubieran necesitado una flota, y no cualquier flota, una inmensa. Forzosamente tuvieron que hacer buena parte de ellos el éxodo por tierra. Lo dice la lógica, pero sobre todo lo dice el conocimiento de la navegación medieval y de los barcos del siglo IX.
Un birreme de los de mayor tamaño podía llevar 250 remeros (y los menores navegaban con 60, 108, 120, 140, 200 remeros) y podía cargar, como mucho, trescientas personas —incluidos esos remeros—, mientras que un mercante grande, a vela, podía fletar algo más, pero con 400 personas ya iba sobrecargado. Si el barco llevaba además cuadra para 40 caballos (el máximo que podía portear un birreme grande), la configuración para remos y cuadra restaba mucho espacio. Por otra parte, el esfuerzo de los remeros implicaba que necesitaban más aprovisionamientos y restar más espacio para las tinajas de agua. Había que calcular para cada remero ocho litros de agua diarios en verano (que era cuando los barcos de remos podían navegar con seguridad), más el agua de los caballos, de los tripulantes y viajeros. Esto suponía tener que abastecerse de agua cada cuatro días, por tanto hacer escalas cada cuatro jornadas y, por la misma razón, hacer navegación de cabotaje.[5] Con estos datos, hay que concluir que hubieran necesitado más de 300 barcos.
Por todo ello, la lógica y el conocimiento de la navegación de la época avalan la conclusión de que la mayoría de ellos tuvieron, necesariamente, que hacer el viaje por tierra. El cronista al-Tabarĩ dice que “los andalusíes llegaron a Alejandría en barcos cargados de hombres”, lo que confirma que mujeres y niños (es de suponer que acompañados además por otros muchos hombres para su protección) realizaron mayoritariamente el éxodo por tierra. Vassilios Christides, aunque cree excesivas las cifras, defiende en su ponencia “La Odisea de los Andaluces conquistadores de Creta“, del Simposio “Graeco-Arabica XII” (2017), que la gran mayoría eran mujeres y niños, porque gran número de ellos partirían al destierro sin el cabeza de familia; en efecto, durante el motín y las crucifixiones habían muerto ya entre 2.000 y 3.000 hombres, por lo que el número de viudas y huérfanos que partieron al exilio debió de ser considerable.
Numerosos autores actuales tratan de solventar esas dudas que tan masivo éxodo nos pueden plantear acogiéndose a la salida más fácil y concluyendo que las cifras de 22.000 familias desterradas y 15.000 de ellas dirigidas a Alejandría son excesivas, y alguno añade incluso la palabra “evidentemente”, término que no convierte en más cierto lo que solo es una opinión, cuando la mayor parte de las fuentes que pueden aportar datos reales —que son precisamente las arábigas y, sobre todo, las contemporáneas de los hechos—, repiten dicho número de desterrados. Quienes afirman que esas cifras son exageradas están dando una opinión mientras no consigan demostrar los números que ellos consideran razonables. Una prueba de que las cifras son ciertas radica en la ciudad de Fez; en esta ciudad se acogieron según las fuentes unas 7.000 familias de las 22.000 desterradas. Es sabido que allí crearon, en la ciudad recién fundada, el arrabal aún llamado Madinah al-Andalusiyyĩn o Ciudad de los Andalusíes, asentándose entre el río y la muralla que ya había sido edificada. La extensión existente entre río y muralla nos prueba que tenían cabida allí (y siguen teniéndola) unos 7.000 fuegos u hogares. Si los cronistas dicen verdad respecto a esta cifra, ¿por qué van a mentir respecto a las 15.000 familias restantes que continuaron viaje hacia Alejandría?
Además, no podemos perder de vista que ese es un número adecuado para llevar a cabo la conquista de la ciudad egipcia y la posterior de la isla de Creta. Con un número inferior hubieran sido imposibles ambas conquistas; incluso con 15.000 ya es una gesta muy meritoria.
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Los desterrados del arrabal cordobés de Shaqunda o Sequnda eran, como dijimos, gentes sencillas del pueblo, que no poseían conocimientos de navegación ni disponían de navíos. Para alcanzar las costas del norte de África, bien el emir debió de facilitarles embarque en naves de sus puertos y atarazanas, bien contribuyó con las suyas la Federación de Marinos de Pechina o bien prestaron ayuda los piratas levantinos, pero no cabe duda que se limitarían a hacerlos llegar a la costa africana más cercana: Ceuta, Orán o Bujía. Para poder fletarlos a todos, demasiados viajes tendrían que hacer los barcos como para llevarlos más lejos. Sin embargo, según ya antes avanzamos, un grupo de los desterrados, encabezados por Abũ Hafs al-Ballutĩ, llevó a cabo un largo periplo marítimo que los condujo hasta el Mediterráneo oriental, donde exploraron buena parte de las islas del Egeo[6] e, incluso según algunas crónicas, atacaron a muchas de ellas, haciéndose con cierto botín.
El escritor Manuel Harazem, en su obra ya citada, defiende que debieron de realizar dichas acciones en unión de los ya mencionados piratas andalusíes. No me parece descabellada esta versión, sino por el contrario muy plausible. Añade que pudo ser el mismo al-Haqem I quien pidiera ayuda a su tío al-Balansĩ —con quien había mejorado sus relaciones— para que sus marinos transportasen a los exiliados.
Abdallãh al-Balansĩ (hermano de Hixem I) había declarado la guerra a al-Haqem I al reclamar el trono para sí; aquel pleito dinástico enturbió durante décadas las relaciones familiares —hasta que firmaron la paz en 802 d. C.— Y esto lleva a pensar que el alfaquí Yãhya ben Yãhya, como uno más de los desterrados que era, pudo ser quien ideara el contacto con los piratas, puesto que él debía de conocer sin duda a sus más altos mandos. En efecto, Yãhya incluso conocía a algunos de aquellos jefes piratas levantinos, porque afirma Levi-Provençal (y de él se hace eco Maribel Fierro) que fue este alfaquí el que en 802 llevó a Valencia el amán o perdón del emir al-Haquem I para su tío rebelde Abdallãh al-Balansĩ.
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