Relaciones entre al-Ándalus y los cordobeses desterrados
Gran parte de esos autores se han traducido por primera vez para poder realizar mi trabajo.
Por: Carmen Panadero Delgado
Tan desconocidos son los hechos de este emirato de origen cordobés que en 2011, antes de iniciar la escritura de mi ensayo “Los Andaluces Fundadores del Emirato de Creta“, hube de viajar a los escenarios de estos hechos, no solo con intención de seguir el rastro de aquellos proscritos, sino sobre todo con el fin de conseguir las fuentes textuales (griegas, arábigas, etc) que documentaran los hechos, porque nada existía aún traducido al español.
Era justo desterrar ya el tratamiento sesgado y plagado de prejuicios que las fuentes bizantinas habían propagado sobre nuestros paisanos; no fueron piratas como propalaron y ha sonado la hora de hacerles justicia.
Como dejamos constancia en mis artículos anteriores, tras la conquista de Creta instauraron en ella un emirato tributario de Bagdad con capital en la ciudad por ellos fundada, “Khandaq” (más tarde Candia, actual Heraklyon). Los cordobeses acuñaron su propia moneda, aclimataron en la isla cultivos que no le eran propios, implantaron la industria de la seda, fundaron la primera fábrica de Europa refinadora de azúcar blanco (que se adelantó en varias décadas a la fundada en Nerja, al-Ándalus), recuperaron la actividad minera, impulsaron un comercio interior y exterior floreciente.
Pasado un tiempo, cuando los cordobeses aún hallábanse asentados en Alejandría, los barcos mercantes andalusíes que allí hacían escala trajeron nuevas de importancia que debieron de conturbar los ánimos de aquellos desterrados; los correos decían que el implacable emir al-Haqem I había entregado su alma a la justicia de Alá el 22 de mayo del año 822. Un suspiro de alivio expandió los pechos de todos los pobladores de al-Ándalus, y también de los exiliados. El nuevo emir, Abd al-Rahmãn II, afortunadamente era muy diferente a su padre, por lo que en la vieja Iberia se elevarían continuas alabanzas a Dios.
La comunidad andaluza de Alejandría debió de alegrarse de la muerte de al-Haqem como de la de su peor enemigo. Muchos debieron de ser los que acudieron a Abũ Hafs al-Ballutĩ, su caudillo, para decirle que quizás había sonado la hora de regresar a Córdoba; que el nuevo emir había dejado muy probado su desacuerdo con las disposiciones extremas adoptadas por su padre cuando el motín del arrabal de Sequnda y que, si se dirigieran a él con humildad, tal vez lograran el perdón y consintiera en su retorno. Y arduo y doloroso debió de resultar a Abũ Hafs desengañar a sus gentes: Abd al-Rahmãn sabía de sobra dónde estaban los desterrados; sus espías lo tenían informado de todos sus pasos, sin embargo, en Alejandría sólo se recibió una vitela real para el alfaquí Yãhya ben Yãhya al-Laythĩ, enviada desde el Alcázar de Córdoba, sellada y lacrada, en la que el soberano instaba al alfaquí a regresar, prometiéndole mucho[1].
Aunque el nuevo emir estuviera disconforme con lo que había acaecido en Sequnda (Shaqunda), jamás tomaría él medida alguna que supusiera la desautorización de su riguroso progenitor. Abd al-Rahmãn II amaba y veneraba el recuerdo de su padre. Es sabido que, a lo largo de su reinado, cada vez que venía a sus manos algún documento escrito o firmado por al-Haqem I, lo besaba y lo ponía sobre sus ojos [i].
La nostalgia de aquellos cordobeses debió de verse muy espoleada con aquellas noticias y les resultaría inevitable el soñar con la posibilidad de volver. Pero, en verdad, los infelices proscritos no podían arriesgar todo lo ganado. Y no solo habían logrado un hogar en Alejandría, sino que, además, mandaban en él. No podían perder la seguridad alcanzada.
Cuando en 827 fueron vencidos por las tropas del califa de Bagdad y expulsados de Egipto, y cuando arrebataron Creta a Bizancio para instaurar un emirato, Yãhya ben Yãhya sí regresó a Córdoba, aceptando por fin la invitación de Abd al-Rahmãn II de al-Ándalus con quien siempre mantuvo excelentes vínculos de amistad. El insigne alfaquí creería poder ser ya de más utilidad a los desterrados desde Córdoba y se impuso la misión de conseguir del soberano andalusí el establecimiento de relaciones con el Emirato de Creta. Le haría ver lo alto que los cordobeses del arrabal habían dejado el nombre de al-Ándalus por doquiera habían pasado y la ingente gesta de que habían sido artífices a lo largo de aquellos años de destierro, hasta culminar en el hecho de arrebatarle un reino al imperio de Bizancio. Trataría de conseguir de él, no el perdón para los proscritos, puesto que, respecto a ese asunto, no había que confiar en una rectificación por parte de Abd al-Rahmãn en consideración a su padre, pero sí el mantenimiento de lazos preferentes entre Córdoba y Creta.
Es sabido que Yãhya ben Yãhya, a su llegada a Córdoba, fue recibido con mucha honra y afecto por el emir Abd al-Rahmãn II y se le restituyeron sus propiedades confiscadas; no había transcurrido un mes de aquel recibimiento cuando el soberano andalusí le nombró preceptor de sus hijos, así como prometió estudiar la sugerencia del alfaquí de apoyar a los aglabíes en sus ataques a la isla de Sicilia, ya que ese sería un buen modo de lograr mantener a los bizantinos entretenidos lejos de Creta, pues la decadencia de Bizancio en aquellos momentos no le permitía reunir naves y tropas suficientes para combatir en ambos frentes.
Poco después, el Mediterráneo central estaba en pie de guerra y, junto a la armada aglabí, habíanse visto navíos con el pabellón de al-Ándalus atacando a Sicilia. La labor de intercesión del alfaquí parecía dar sus frutos. Sicilia era para el imperio de vital alcance; si perdían aquella isla, toda la Italia bizantina se vería seriamente amenazada. Dos años después, en 830, los refuerzos que al-Ándalus prestó a los aglabíes fueron de trescientos barcos y treinta mil hombres, al mando del general Asbag ben Wakĩl.
En el hecho de que al-Ándalus se implicara con tan generosos refuerzos en aquella campaña contra los bizantinos, creyeron ver los cordobeses desterrados el ascendiente de Yãhya ben Yãhya sobre Abd al-Rahmãn II. Los andalusíes desterrados habían llegado a saber que Yãhya habíase convertido indiscutiblemente en el ulema más sabio de su añorado país, que Abd al-Rahmãn no solo lo había elegido como instructor de sus hijos, sino que, además, no nombraba a un solo juez sin antes consultarle y que incluso aceptaba las penitencias que Yãhya le imponía para redimir sus yerros. El alfaquí debió de aplicarse con afán en la ardua tarea de convencer a su soberano y conseguir involucrarlo en las guerras de Sicilia.
En aquel asunto, lo más duro para el emir de Córdoba era tener que prestar ayuda a los aglabíes, con quien al-Ándalus mantenía muy limitadas y frías relaciones por ser estos tributarios de los abbasidas, encarnizados enemigos de los omeyas. Mas, tras esta enorme concesión de Abd al-Rahmãn, no solo se hallaba el alfaquí, sino seguramente también su mala conciencia respecto al destierro de aquellos cordobeses. El sentimiento de culpa de los soberanos omeyas de al-Ándalus por la injusticia cometida contra aquellos proscritos perduró durante generaciones. Según el cronista del siglo X Aben Abi Zar`, en su obra Raw al-Qirtãs (“El Cartás: Noticia de los reyes del Mogreb e Historia de la Ciudad de Fèz”), cuando en 956 d.C. se restauraron las dos mezquitas de Fèz, la de al-Qairwaniyyin y la de los Andaluces (al-Andalusiyyin), fue Abd al-Rahmãn III, tataranieto de Abd al-Rahmãn II, quien financió las obras desde al-Ándalus, edificándose en ambas varias naves de nueva planta y los alminares, que aún hoy subsisten. Otra fuente que también abunda en esta opinión es Al-Chazna`i en su obra Zahrãt al-As, y de ellos se hacen eco autores europeos como Levi-Provençal, H. Terrasse (La mosquée des Andalous à Fés) y el español Menéndez Pidal. Si el emir de Córdoba se había injerido en Sicilia, todo parecía indicar que lo hacía pensando en el beneficio indirecto que tal acción podía acarrear a Creta.
Entre las muchas concesiones que Yãhya ben Yãhya logró arrancar a su señor, hubo una en la que el alfaquí puso su mayor afán por conseguirla y estuvo largo tiempo empeñado: que Abd al-Rahmãn II estableciera relaciones comerciales con el emirato cretense. Finalmente, se obtuvo la autorización para el intercambio de algunos productos. El consumo de aceite en Creta durante el emirato musulmán fue superior a su producción y viéronse sus moradores obligados a tener que importar, probablemente incluso desde su patria perdida[ii]. Por tanto, los cretenses recibieron de al-Ándalus aceite de oliva, azafrán, azófar y cinabrio bermellón, del cual la península ibérica poseía el monopolio mundial. Mientras que Creta correspondió con antimonio y su derivado al-kohol, así como con el tinte púrpura procedente de los líquenes de sus costas, con el orégano díktamo y otras especias endémicas cretenses, y con halcones para la caza, que aventajaban los de Creta incluso a los tan renombrados de Lisboa, sobre todo en su adiestramiento.
A comienzos del verano del año 840, recibiéronse correos en la capital cretense, enviados desde Córdoba —el origen pudo ser Yãhya ben Yãhya o algún otro confidente de los cretenses—, que informaban de una embajada que el emperador de Bizancio, Theóphilos, había enviado a Abd al-Rahmãn II de al-Ándalus y que, hasta cierto punto, atañía a los desterrados cordobeses. Al parecer, los embajadores, encabezados por un traductor de la corte de Constantinopla, un tal Qartiyus el Griego, habían llegado a Córdoba en el verano del año anterior, 839, y habían permanecido en la capital andalusí hasta el mes de mayo de 840 (Levi-Provençal, Jorge Cedreno, Vassilios Christides, etc).
Levi-Provençal nos da a conocer únicamente la respuesta de Abd al-Rahmãn II al emperador de Bizancio, pero resulta un documento muy esclarecedor que el historiador cordobés del siglo XI ben Hayyãn rescató en su obra “Al-Muqtabis”, y que fue reproducido también por ben al-Abbar, en el cual, además, ambos resumen la carta de Theóphilos.
Según estas fuentes, el legado bizantino entregó en propia mano a Abd al-Rahmãn II el mensaje oficial de Theóphilos, además de muchos y ricos presentes. En ese mensaje, que el emperador basaba en el principio de “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”,solicitaba al emir firmar un tratado de amistad entre al-Ándalus y Bizancio; y, tras lisonjearlo descaradamente reconociéndole que, como directos descendientes de los omeyas de Siria, los soberanos andalusíes eran los únicos legitimados para reinar en Damasco y Bagdad, lo alentaba para reivindicar en oriente ese patrimonio heredado de sus antepasados y expulsar a los usurpadores abbasidas, para lo cual le ofrecía su ayuda.
Como puede colegirse, sugería luego la contrapartida que a cambio de tal apoyo esperaba recibir de Abd al-Rahmãn. El taimado Theóphilos, antes de plantear a las claras lo que quería, indagaba hábilmente, preguntando al emir andalusí si la ocupación de Creta por musulmanes cordobeses suponía la ocupación de la isla por al-Ándalus; el emperador recelaba que los invasores de Creta pudieran ser simples enviados de Abd al-Rahmãn II y que actuaran obedeciendo sus órdenes.
Pero hasta el final del mensaje, después de los halagos y las dudas, no manifestaba el emperador sus deseos, insinuándole a Abd al-Rahmãn que, si le apoyaba en la recuperación de Creta para Bizancio, a cambio él le prestaría ayuda plena en la expulsión de los abbasidas del califato de Bagdad, lo que convertiría al soberano andalusí en cabeza de la Ummaislámica. ¡Cómo no iba a ser Creta la contrapartida solicitada!
Los embajadores bizantinos permanecieron en la capital de al-Ándalus cerca de un año, rodeados de lujos y honores, hasta que en mayo de 840 retornaron a Bizancio con la respuesta oficial de Córdoba a aquellas pretensiones. Abd al-Rahmãn II los envió de regreso a Constantinopla, acompañados por los embajadores de Córdoba, Yahya ben Haqem al-Gahzãl y Sãhib al-Munayqiba, además de por una diputación musulmana, que con idéntico boato portaban el mensaje del emir y tantos y tan ricos presentes como los recibidos del emperador.
En su respuesta, no menos ladina que la del soberano bizantino, Abd al-Rahmãn II le hacía saber que no podía distraerse en recobrar el califato oriental porque le era menester centrar todos sus esfuerzos en combatir a los reinos cristianos de Hispania, que acechaban a al-Ándalus como halcones a su presa, por lo que “todo estaba en manos de la providencia de Alá”. En lo que atañía a Creta, contestaba que “aquellos infames cordobeses invasores no reconocían la autoridad de al-Ándalus, ya que fueron desterrados durante el reinado de su padre por rebeldía contra el Estado”. Concluía diciendo “que hiciera Bizancio con aquellos miserables intrusos de Creta lo que quisiera, que no por eso al-Ándalus le iría a la mano” [iii].
Pero, en resumidas cuentas, el emir de Córdoba no le brindaba su ayuda para lograr expulsarlos. Y no solo eso; poco después de estos hechos, Abd al-Rahmãn II daba también su consentimiento para intercambios culturales que, a través de Yãhya ben Yãhya, los cordobeses de Creta habían solicitado, así como autorizaba a un grupo de estudiantes andalusíes de Teología y Leyes, aconsejados por el alfaquí, a completar estudios en la escuela cretense malikí de Muhammad ben Ayšĩ.
Puede deducirse de todos esos hechos que Abd al-Rahmãn, mientras por una parte procuraba hacer buena cara al soberano bizantino, en realidad, si analizamos los sucesos posteriores, no solo negó su colaboración en la derrota de los cretenses, sino que, íntimamente, hasta parecía sentirse complacido con su bienandanza. Aseguraban desde Córdoba que aquel cruce de embajadas entre Bizancio y al-Ándalus sembraría entre ambos Estados muy buenas palabras, pero ningún resultado práctico. Es de imaginar el enorme alivio que para el emir Abũ Hafs al-Ballutĩ debió de suponer el resultado infructuoso de aquellas embajadas.
En 848 murió Yãhya ben Yãhya y la noticia debió de causar consternación en Creta. Años después, el Alcázar cretense volvería a conmocionarse: el 22 de septiembre de 852 d.C. falleció el emir de al-Ándalus, Abd al-Rahmãn II, a los sesenta y cinco años de su edad y después de un fecundo reinado de treinta y un años; habíale sucedido en el trono su hijo Mohamed. Debió de inquietar al emir de Creta y a sus visires en qué medida podría afectarles aquel suceso y en qué situación quedarían las relaciones y el comercio con su país de origen. Desaparecidos Yãhya ben Yãhya y Abd al-Rahmãn, ¿habían de resignarse a perder lo conseguido y ver cómo de nuevo se ensanchaba la brecha que los separaba de al-Ándalus?
Pero, presto, una misiva de Ubayd-Allãh ben Yãhya, hijo del llorado alfaquí, tranquilizaba a al-Ballutĩ, asegurando que el nuevo emir, Mohamed, en lo que a los andalusíes desterrados se refería, había dado órdenes de que se mantuviera idéntica política a la aplicada por su padre. Por su parte, Ubayd-Allãh prometía asumir el cometido de Yãhya respecto a Creta: perseverar en las exportaciones regulares de plata[iv] desde sus tierras del norte de África hacia el emirato, como su padre venía haciendo, y continuar su labor de intercesión a favor de la isla ante el nuevo soberano de al-Ándalus, Mohamed. Y así fue, en efecto; el cronista ben al-Daya refiere los estrechos lazos de los cordobeses de Creta con su tierra de origen, una vez pasado algún tiempo.
Respecto a las relaciones culturales entre los desterrados y Córdoba, según informa Vassilios Christides, existe información en las fuentes arábigas acerca del constante intercambio entre visitantes intelectuales de Bagdad, Egipto o al-Ándalus y los de la Creta andalusí. El qadĩ Iyad nos proporciona noticias sobre este asunto al añadir que “un erudito, Ahmãd ben Khalid ben Yhazid, apodado Abũ`Umar, natural de Córdoba y discípulo de ben Waddãh, viajó por motivos de estudio a la Meka, Yemen, Creta e Ifrĩqiya”. Este mismo erudito, ben Khalid, es mencionado por Humeydi para añadir sobre él que, después de muchos viajes de estudio, finalmente retornó a morir a su país de origen, al-Ándalus (España).
Ben al-Faradĩ y Humeydi mencionan asimismo a un andalusí, Maslama ben al-Qasim, como uno de los estudiosos que acudió a ampliar conocimientos a Creta. Según añade Christides, “este caso es de particular interés porque muestra cómo los musulmanes que viajaban a los grandes centros culturales árabes, para adquirir una excelente educación, incluían a Creta en su itinerario”. Levi-Provençal afirma que se ha demostrado que los lazos culturales de Creta con al-Ándalus y con los demás países árabes se reforzaron con el paso del tiempo[v].
Tras la reconquista de la isla por Bizancio, pese a ser una guerra de exterminio, afortunadamente no todos murieron; al-Marraqušĩ y Humeydi afirman que muchos supervivientes lograron embarcar en los puertos del sur de la isla y se diseminaron por Egipto, Ifrĩqiya y Sicilia, y que algunos incluso consiguieron retornar a al-Ándalus. Vassilios Christides, en su obra “The Conquest of Crete by the Arabs“, escribe: “En la época de la expedición de Nicéphoro Phocas, mientras los lazos entre España y Bizancio se mantenían amistosos, la relación entre los musulmanes de Creta y su país de origen se había vuelto más estrecha y los intercambios culturales eran muy frecuentes. Más aun, no es coincidencia que un número indeterminado de los musulmanes de Creta que escaparon a la cautividad de Nicéphoro retornaran a España”.
(Cabecera: El olivo de Vouves – Creta. El árbol más antiguo de oliva en el mundo)
[1] – “Los Andaluces Fundadores de Emirato de Creta”, Carmen Panadero.
[i] – Historia de la Dominación de los árabes en España, sacada de varios manuscritos y memorias arábigas, traducción y compilación de José Antonio Conde.
[ii] – Según asegura Vassilios Christides en “The Conquest of Crete by the Arabs”.
[iii] – Levi-Provençal, Jorge Cedreno, Vassilios Christides, Miguel Cruz Hernández, Fátima Roldán, Pedro Díaz Macías, E. Rolando, etc.
[iv] – Según Maribel Fierro en “El alfaquí bereber Yahyã ben Yahyã al-Laytĩ (m.234-848). El inteligente de al-Ándalus”.
[v] – “Los Andaluces Fundadores del Emirato de Creta”, de Carmen Panadero.