Averroes, un sabio integral
Por: Carmen Panadero Delgado
“Por la amplitud de su horizonte intelectual, que abarca desde la Medicina a la Lógica y desde el Derecho a la Astronomía, Averroes puede compararse con el griego al que más admiró, Aristóteles”
(Miguel Cruz Hernández).
Abu Al-Walid Muhammad bin Ahmed bin Muhammad bin Rushd
Abũ-l-Walid Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rušd (Averroes) nació en Córdoba en 1126 d.C. en una familia de juristas, familia hispana autóctona y conversa al Islam, es decir, muladí, según el mismo declaró más de una vez en sus escritos. Rušd es la arabización de Ruíz. Era nieto de un qadĩ (juez) de Córdoba; su padre, juez también, procuró para su educación los mejores educadores en la ley, como ben Pascual (en el campo de las tradiciones) o Abũ Ŷafar Hãrũn de Trujillo (en el campo de la Medicina). Pero las más decisivas influencias las recibió de ben Tufayl en Filosofía y Medicina, y de ben Zohr (Avenzoar) asimismo en Medicina.
Realizó estudios de Teología, Derecho, Poesía, Medicina, Matemáticas, Astronomía y Filosofía. Gracias a su memoria privilegiada consiguió conocer de memoria el Corán, la Muwatta de Malik ben Anas y toda la obra de Aristóteles.
Uno de sus maestros, ben Tufayl de Guadix, fue quien lo presentó a Avenzoar y, en torno a 1153, al emir almohade Abũ Yaqũb Yũsuf; desde entonces gozó del favor de los emires, llegando a desempeñar cargos en la Administración almohade, como qadĩ en Sevilla y, más tarde, en Córdoba. Con este soberano mantuvo una íntima amistad, que se vio favorecida por el gusto que el emir sentía por la filosofía; idéntica relación logró mantener con su sucesor en el trono, su hijo Abũ Yũsuf Yaqũb al-Mansur, de tal modo que en 1182 sucedió a ben Tufayl como médico de la Corte.
Ben Rušd gozó de enorme fama ya desde muy joven, porque con poco más de 30 años, ben Quzmãn le dedicó un zéjel laudatorio, en el que dice de él:
Puro y de miras altas es.
Los que no saben a él van.
Volvió a nacer su padre en él,
Ser cual su padre no es error,
le viene cerca el heredar.
Pero su enorme fama no quedó reducida al ámbito del Islam, sino que pronto se extendió por todos los reinos cristianos de España y Europa. Sus obras influyeron de tal manera en el mundo occidental, sobre todo las filosóficas, que en el siglo XV llegó a decirse respecto a él: “La luz no procede de Oriente, sino de España“. Fernán Pérez de Guzmán, poeta e historiador español del siglo XV, alude a los sabios cordobeses, y de Averroes castellaniza su nombre, dejando claros su origen y enorme trascendencia en aquella composición poética “Loores a los claros varones de España”, en la que decía:
….e de Aven Ruíz, pagano,
nos place su comentar.
Si del sabio egipciano
Rabí Moysen (Maimónides)
se recuerda el reino hispano,
bien verá que non en vano
otra Atenas llamé a Córdoba…
Con el tiempo, su fama habría de perdurar más en el ámbito latino que en el árabe. Fue citado por Dante en su obra y considerado “el más grande entre todos los filósofos que han escrito en árabe” por Motgomery Watt. Averroes había penetrado profundamente en el pensamiento de Aristóteles, tanto que su interpretación del pensamiento del filósofo griego fue plenamente aristotélica. Hasta entonces, en el mundo musulmán las teorías aristotélicas casi se identificaban con las de Platón. El acierto y la enorme trascendencia de ben Rušd consistieron en recobrar la verdadera esencia de Aristóteles, transmitir su filosofía y contribuir a la aparición del tomismo.
Con él se superó la vieja disputa entre platonismo y aristotelismo, adhiriéndose a la línea de síntesis que también planteara Avicena. En efecto, la principal aportación filosófica de Averroes la hallamos en sus Comentarios al pensamiento de Aristóteles, traducidos al latín ya en el siglo XII y de enorme repercusión en Europa durante el Renacimiento.
Su principal afán en filosofía estribó en tratar de conciliar fe y razón, religión y filosofía. Escribió “Tahãfut al-tahãfut” (“Destructio destructionis” en su versión latina o “La incoherencia del incoherente”), en la que realiza una apasionada defensa de la capacidad de la razón para comprender los más profundos misterios del universo. La actitud positiva de Averroes ante ambos conceptos —fe y razón— le lleva al convencimiento de que ambos son verdaderos y demuestra concienzudamente cómo conciliar las aparentes contradicciones. Según él, “el filósofo no tiene que rehuir el contacto con la religión popular, sino que debe escoger la mejor religión de su época, aceptar sus formulaciones y explicarlas……. Al hacerlo, contribuye a la vida del Estado. Averroes es tan plenamente consciente del papel de la religión en la sociedad que considera que una religión revelada, aunque filosóficamente entendida, es superior a la religión de la pura razón” (Montgomery Watt). Tomás de Aquino le debe nociones básicas de metafísica, psicología y hasta de teología, y eso sin perder de vista el conflicto que podía ocasionar un pensador como ben Rušd, que ponía la filosofía, si no por delante de la teología, sí al menos al mismo nivel. “Para él los dogmas religiosos son símbolos de una verdad filosófica superior que lo engloba todo” (La modernidad de Averroes, Alberto Monterroso.- Aires de Córdoba, julio 2018).
Su obra arriba citada “Tahãfut al-tahãfut” (Destructio destructionis) fue escrita para refutar los ataques de al-Gazalĩ contra la filosofía, pero no fue entendida por todos los teólogos coetáneos suyos y, deformada por algunos de ellos, condujo a muchos de sus adversarios a culparlo de lo que llamaron “doble verdad”. Estas doctrinas de Averroes, a veces mal entendidas y peor transmitidas, crearon la falsa idea de que el sabio cordobés era un ateo. Pero nada más lejos de la realidad: el era un hombre de fe que siempre luchó por conciliar esta con la razón. Aseguran las fuentes que en una ocasión llegó a ser agredido en el interior de la Mezquita Mayor de Córdoba cuando oraba en compañía de uno de sus hijos, según dejé reflejado en mi novela “La Cruz y la Media Luna”.
Así mismo, falsa es la creencia que los sufíes y, entre los cristianos, Raymond Llull (Raimundo Lulio) trataron de propalar sobre que Averroes se adhería con demasiada facilidad a las teorías de Aristóteles, sin detenerse en profundos análisis. Falsa y frívola imputación; quienes más han profundizado en el pensamiento de Averroes, por el contrario, defienden que poseía tanta inteligencia, talento e inconformismo como para no adherirse a ciegas e incondicionalmente al pensamiento de nadie, ni siquiera al de Aristóteles. Aquellos que quisieron reducir su enorme importancia a su papel de comentarista de Aristóteles silencian su ingente cultura, su erudición, su capacidad de asimilación, la agudeza de su intelecto, su pensamiento crítico, sus profundos saberes en ciencias de la naturaleza y su gran sentido empírico como observador de los fenómenos naturales.
“El pensamiento de Averroes representa la más lograda labor filosófica del Islam andalusí y constituye el final dialéctico de los falasiya islámicos… Es un pensador profundo, original en el sentido que tenía este término en la Edad Media, observador de la Naturaleza, comprometido con su patria y religión, científico y médico de aportaciones considerables” (Historia del pensamiento en el mundo islámico II, de Miguel Cruz Hernández).
Desde finales del siglo XII y, sobre todo, durante el siglo XIII, mientras Miguel Escoto permaneció en España, tradujo varios libros de Averroes: “De ánima” y “Metafísica” (ambos de Aristóteles pero con los comentarios de Averroes). Poco después, Hermann Alemán traducía “Poética”, lo que contribuyó a que, a través de los siglos, la mayoría de los filósofos europeos conocieran a Aristóteles por la voz excepcional de su comentador, Averroes.
Nuestro gran filósofo cordobés se adelantó también a su tiempo en la defensa de los derechos de la mujer, sobre todo de su derecho a la educación. Denunciaba la relegación que hacíase de la mujer en las sociedades de su tiempo y reprochaba el desaprovechamiento de los talentos femeninos y el que no se fomentaran sus habilidades ni se las educara para que destacaran todas su virtudes humanas.
Afirmamos en la primera parte de este artículo que los sufíes, Raimundo Lulio y otros autores opinaron que Averroes se adhería con demasiada facilidad a las teorías de Aristóteles, sin detenerse en profundos análisis. Esta segunda entrega de mi trabajo bastará para probar la frivolidad de tal imputación.
“Su espíritu crítico reconoce en los tratados estrictamente científicos las lagunas y errores en que incurrió el Estagirita, hasta el punto de que sus ideas sugirieron posiblemente a Copérnico la necesidad de explicar los movimientos de nuestro sistema planetario de modo distinto al aristotélico-ptolemaico, y de que un discípulo directo de Averroes, al-Bitrũŷŷĩ (Alpetragius), propusiera una nueva teoría al respecto” (Lo que Europa debe al Islam de España, de Juan Vernet).
En Física son de elevado alcance sus aportaciones sobre la energía motriz (impetus), de la que Averroes defiende un enfoque dinámico, en consonancia con su discípulo Alpetragius. Sus tesis sobre el problema de los impetus, traducidas después por Miguel Escoto y difundidas por Santo Tomás, influyeron con el tiempo en el enfoque de la cinética del medievo y Renacimiento, que daría paso al posterior estudio científico del movimiento uniformemente acelerado.
Enorme difusión por Europa alcanzaron también sus comentarios sobre “De caelo et mundo” y de la “Física” aristotélica, traducidos asimismo del árabe al latín por Miguel Escoto. Estos comentarios de Averroes “dieron lugar a una de las reformas científicas más trascendentes en la evolución del pensamiento humano: la reforma copernicana” [Copérnico, de Juan Vernet], porque se trataba nada menos que de la crítica del sistema geocéntrico y, además, en dichos comentarios tratábase de convencer de la conveniencia de separar los estudios de la filosofía natural y de la teología.
Copérnico, a través de sus maestros —muy influidos por Averroes— conoció al final del siglo XV los comentarios del sabio cordobés, así como su “De caelo et mundo” y a su teoría de los impetus. También Copérnico, en los inicios del siglo XVI, conoció más a fondo las teorías de Avicena y Averroes a través de las universidades de Bolonia, Padua y Ferrara (Juan Vernet). En consecuencia, en Europa el conocimiento de estas doctrinas científicas condujo a centrarse en el estudio del aspecto cosmológico, y las ideas básicas procedían de los comentarios de Averroes y de la obra “Astronomía“ de su discípulo Alpetragius (traducida por Gerardo de Cremona). En el campo de la ciencia y al igual que Azarquiel, tuvo enorme influencia en el desarrollo de la Astronomía en Persia, Turquestán y Siria hasta bien entrado el siglo XVI.
Tampoco es menor la aportación que nos hace de su creencia de que el mundo habitado continuaba al sur del Ecuador, que contribuyó a que los Beni Maymũn y, después, otros marinos del final de la Edad Media e inicios del Renacimiento se vieran impulsados a circunnavegar África en ambos sentidos y a que tanto cristianos como musulmanes trataran de hallar nuevas vías comerciales.
En 1169 d. C. ben Rušd, nuestro Averroes, escribió su gran obra médica el “Kitãb al-Kulliŷãt”, traducida al latín a mediados del siglo XIII por Benacosa con el nombre de “Colliget”, y que llegaría a editarse más tarde en Venecia, en 1482. El “Colliget” consta de siete libros: Anatomía, Fisiología, Patología, Semiótica, Terapéutica, Higiene y Medicación. En la conclusión de este último volumen sobre medicación dedica Averroes un encendido elogio a su maestro Avenzoar y a su obra el “Taysĩr…”. Ambos eminentes médicos llegan a conclusiones de gran alcance como al afirmar que los enfermos que han contraído viruela quedan inmunizados frente a dicha enfermedad.
Rodríguez Molero asegura que el “Colliget” puede ser considerada una obra plenamente renacentista y que presenta ya más afinidades con Vesalio que con Galeno. Averroes, como cualquier otro médico de su tiempo, ya fuera musulmán, judío o cristiano, no podía conocer el cuerpo humano por su estudio y disección directa, ya que estaba prohibido, sino por el de los cuerpos de animales que se consideraban con más similitudes respecto al cuerpo humano, como los de monos y cerdos.
Tan renacentista es ya el conocimiento médico de ben Rušd que defiende, por ejemplo, que el acto de la respiración no se trata solo de un hecho voluntario, sino que responde también a “una potencia natural involuntaria”. El gran sabio cordobés muestra en esta su gran obra su espíritu sistematizador. Su concepto del cuerpo humano se encuentra entre la idea antigua y la moderna, es decir se trata todavía del animal antiguo, pero ya racionalizado. En embriología, Averroes se inclina por la teoría de la ontogénesis —o preformismo—, contraria a la tesis que defendía Aristóteles de la epigénesis.
Entre sus principales obras filosóficas citaremos:
- Tahãfut al-Tahãfut (Destructio destructionis).
- Kitãb fasl al-maqãl, sobre la conciliación de fe y razón.
- Exposición de la República de Platón.
- De Theriaca (sobre la Triaca), traducido por Andrea Alpagp hacia el año 1500 d.C.
- La armonía entre Religión y Filosofía.
- Comentarios a Aristóteles.
Durante los años de gobierno almohade, las doctrinas zahiríes habían presidido la vida religiosa y jurídica, mientras que las malikíes habían perdido su influencia, pero la situación política se había agravado en al-Ándalus en torno a 1195, por lo que, necesitando el emir al-Mansur ganarse a los alfaquíes malikíes —que tanta preeminencia mantenían aún sobre el pueblo llano— con vistas a tenerlos favorables a su causa en vísperas de la campaña que se estaba gestando (Alarcos), cedió a sus presiones plegándose a sus deseos. Los religiosos y puritanos, que rechazaban los avanzados planteamientos de Averroes sobre Fe y Razón así como todo estudio de la Filosofía, lograron que el sabio cordobés cayera en desgracia y que al-Mansur le retirara su apoyo.
El historiador al-Marraqusĩ asegura que sus delatores fueron personajes influyentes de Córdoba que actuaron por envidia; sin embargo, al-Idari sostiene que los motivos que primaron fueron los políticos e ideológicos. Pero la conclusión fue que el emir retiró su confianza al viejo filósofo y, dos años después (1197 d. C), se le sometió a juicio en Córdoba. La sentencia le fue desfavorable y el emir lo destituyó como juez de la ciudad, ordenó la prohibición y quema de todas sus obras filosóficas y lo desterró a Lucena, principal enclave judío de todo al-Ándalus. Así se narran estos sucesos en la novela histórica “La Cruz y la Media Luna” de Carmen Panadero:
Unos días después (14 de abril de 1197), antes de llevarse a cabo la nueva campaña contra Castilla, salió el Emir de Ichbilia camino de Córdoba, donde alojó a su ejército hasta la llegada de la temporada de la siega. Entre tanto, se personó en la causa contra Abu-l-Walid Muhammad ibn Rušd. La envidia y el fanatismo se aliaron para presentar ante el Emir cargos contra ben Rušd. Algunos muslimes cordobeses inculparon de heterodoxia al egregio médico y filósofo. Los indicios presentados por los alfaquíes ante la Corte llevaron a ben Rušd a la cárcel y a sus discípulos a la dispersión.
Enojoso le resultó este proceso al Emir, a quien mucho impresionaban la figura y personalidad del sabio cordobés, mas, finalmente, ante la continua instigación a aplicar la ley de forma rigurosa de imanes y alfaquíes, que insistían en que la demasiada blandura y miramiento los volvía insolentes, decidió su destierro y encarcelamiento en la villa de Elisana [Lucena]. Al fin del verano, concluida la campaña por Castilla y de regreso a Ichbilia, recibió el Emir tantas cartas de petición de clemencia, llegadas desde los cuatro puntos cardinales y aun de fuera de al-Ándalus, que resolvió levantarle la pena de cárcel, y ben Rušd fue desterrado a Marrakech. Pero el anciano filósofo había sido herido de muerte y únicamente sobreviviría un año a este inmerecido quebranto. Su vida acabó en la ciudad norteafricana en 594 (1198) sin volver a pisar su amada patria.
Solo unos meses le sobrevivió Al-Mansur; como si la justicia de Alá hubiera tomado cartas en el asunto, nada más firmadas las treguas y llegado a Marrakech procedente de Ichbilia, rindió su alma al que la creó. (La Cruz y la Media Luna, Carmen Panadero).
Al-Mansur lo obligó a vivir en Marrakech en arresto domiciliario hasta su muerte, que acaeció el 10 de diciembre de 1198 d. C., a los 72 años de edad. El imán de la mezquita Kutubía de Marrakech, en su entierro, lo llamó “alma extraviada” en presencia de al-Mansur. Su cadáver fue trasladado meses después hasta Córdoba. Ibn ‘Arabī refiere el transporte de los restos de Averroes hasta el cementerio cordobés de Ibn ‘Abbãs, donde estaba el mausoleo familiar de los Beni Rušd; asegura que él asistió al entierro y narra que su ataúd colgaba de un lado de una mula y del otro, como contrapeso, sus libros, con los que fue sepultado.
BIBLIOGRAFÍA
- Historia de España” (Tomo 8) Los reinos medievales.- Dirigida por John Lynch.- EL PAÍS. Mª Jesús Viguera Molins, etc. Madrid, 2007.
- Arte, Arqueología e Historia, nº 22.- Córdoba.
- Lo que Europa debe al Islam de España, de Juan Vernet.- Edit. Acantilado, Barcelona 2013.
- Historia de la España Islámica, de Montgomery Watt.- Alianza Editorial.- Madrid, 1970.
- Enciclopedia del Islam (Emilio Galindo Aguilar).- Darek Nyumba, Madrid-2004.
- La Cruz y la Media Luna, Carmen Panadero.- Ed. ViaMagna, 2008.- Amazon, 2015.
- Historia de España, tomo V, de Ramón Menéndez Pidal.- Espasa Calpe, Madrid, 1987.
- Histoire des juges d´Andalousie intitulé Kitáb al-marqaba al-`ulyá, de Al-Nubáhi, edic. de Levi-Provençal, El Cairo 1948.