La aniquilación de los cordobeses de Creta
Los andaluces del siglo IX triunfaban en el mar Egeo.
Por: Carmen Panadero
El emirato fundado en Creta y otras islas bizantinas por los cordobeses desterrados del arrabal de la capital de al-Ándalus fue pasando de padres a hijos durante siglo y medio; todos descendientes del primer emir Abũ Hafs al-Ballutĩ —nacido en Pedroche (Córdoba)—. Fue la estirpe del arrabal.
La victoria de los cordobeses de Creta sobre Bizancio en la batalla naval de Almiros (narrada en mi artículo anterior) no fue la única. Durante el tiempo que duró el emirato cretenseandalusí fueron numerosos los enfrentamientos entre ambos adversarios y casi todos ellos favorables a los descendientes de los desterrados de Córdoba. No logró la “Historia Oficial” de los cronistas bizantinos ocultar la desmoralización que los imperiales llegaron a padecer por esta causa. Por los salones de Costantinopla llegó a circular un augurio que decía que el general que lograra vencer a los cordobeses y reconquistar Creta para el imperio se vería impulsado por la gloria hacia el trono. Tal era la mezcla de respeto, temor y mitificación que aquel emirato llegó a inspirar a los bizantinos. La gloria estaba reservada para el estrategos de las tropas imperiales Nicéphoro Phocas.
Reinaba por entonces en Creta Abd al-Aziz ben Suhayb al-Qurtubĩ (“el Cordobés”). Al tomar para sí el último emir el “laqab” o sobrenombre de al-Qurtubĩ, nos deja clara evidencia de que, después de casi siglo y medio de tan injusto destierro, aún se enorgullecían los descendientes de aquellos expatriados de su origen y su identidad. Theodosios Diáconos nos presenta al último emir de Creta, en la única descripción que sobre él existe, como “viejo, pálido, lleno de dolores, pequeño, calvo y de rostro feroz”. Pero… ¡cualquiera sabe, cuando la única descripción aportada la hace un enemigo! Historiadores griegos actuales reconocen la distorsión, manipulación y prejuicios con que las fuentes bizantinas y griegas han tratado hasta hoy a la Historia del emirato de Creta y a los cordobeses que lo fundaron. Nikolaos Panagiotakis escribe: “La imagen que nos ofrecen las fuentes bizantinas sobre el Estado que fundó Abũ Hafs no puede ser una imagen favorable, pues está dictada por el fanatismo y el odio. Es todo menos objetiva la actitud hacia los andaluces de Creta por parte de los historiadores. Presentan a los musulmanes de Creta como despiadados piratas”. Por otra parte, Vassilios Christides dice: “Muy lejos de ser sanguinarios piratas, como han afirmado algunos autores, ellos desarrollaron su propia civilización”.
En efecto, los cordobeses desterrados implantaron una avanzada civilización como también era habitual en todos los Estados arabizados de aquella época, pese a que no sean demasiadas las referencias que de ello podamos brindar, ya que Nicéphoro Phocas, el reconquistador de Creta para Bizancio, tras su ocupación puso harto empeño en el exterminio, la destrucción de todo documento y en no dejar piedra sobre piedra, asegurándose así de la extinción concienzuda de aquel pueblo. Pero existe información en las fuentes arábigas, tanto acerca de autores naturales del emirato y títulos de sus trabajos como de constantes intercambios culturales entre Bagdad, Egipto o al-Ándalus y la Creta andalusí. Levi-Provençal sostiene que está verificado que los lazos culturales de la isla con al-Ándalus y con los demás países árabes se reforzaron con el paso del tiempo.
La reconquista de Creta por Bizancio fue una guerra de exterminio. El cerco de la capital, Khandaq, largo y penoso, se prolongó desde principios de agosto de 960 hasta marzo de 961 d.C. Las tropas imperiales, para minar la moral de sus adversarios, se mofaban de ellos de muy diversas maneras, exhibían frente a las murallas las cabezas de sus soldados clavadas en picas y los cuerpos mutilados y vejados de cretenses y andaluces, o les arrojaban inmundicias y animales descompuestos cuando sabían que ya los asediados estaban siendo roídos por el hambre.
Los habitantes y defensores de Khandaq respondían con arrojo y astucia a sus sitiadores: exponían sobre las murallas y ante sus puertas, en rigurosa formación, a sus intimidantes guardias negros, altos, fuertes, fieros, desafiantes, con sus cabezas rapadas —pues de sobra era sabido que inspiraban terror a las fuerzas de Bizancio—, y sus augures musulmanes vociferaban a los bizantinos desde las almenas terribles vaticinios en griego. Pero el cerco a la capital se intensificó por tierra y por mar. La brava resistencia de los defensores de Khandaq se trocó entonces en heroica; el hambre y las epidemias se cebaron en los moradores de la ciudad y, pese a tanto quebranto, asegura Christides que fueron escasos los que desertaron. Y al fin, los estragos causados por la hambruna forzaron a las autoridades andalusíes a la rendición de Khandaq, la capital fundada por ellos a imagen y semejanza de su llorado arrabal cordobés.
La plaza pasó a manos bizantinas el día 7 de marzo de 961 d.C., y tras ella cayeron todas las provincias, así como las islas menores. A la capitulación de la capital y la isla siguió una encarnizada matanza, acompañada de saqueo y destrucción; la toma de Khandaq se convirtió en un baño indiscriminado de sangre, en el que no se distinguió entre cordobeses y cretenses, entre musulmanes y cristianos, ni entre hombres, mujeres y niños. El número de muertos es estimado por Nuwayri en 200.000.
Las crónicas defienden que tras la capitulación de la isla tuvo lugar una depuración étnica y religiosa; los cretenses autóctonos conversos al Islam corrieron igual suerte que los cordobeses, y se nombraron investigadores religiosos para tratar de desenmascarar entre los cretenses a presuntos cristianos de quienes se recelaba que su fe no era sincera. Diéronse, como suele acaecer en estos casos, denuncias falsas de unos vecinos contra otros por envidias, codicia o venganzas personales. Pero “el problema real que se les presentó a los bizantinos no fue la recristianización de los naturales, puesto que a nadie se había obligado a islamizarse, sino su rebizantinización” (Vassilios Christides). Que aquella guerra perseguía el exterminio —y no solo de cordobeses, sino también de nativos— lo prueba el hecho de que el general Phocas se vio en la necesidad de repoblar la isla, y lo hizo con miles de soldados “bárbaros” aliados de su ejército y con sus familias; por ello, Creta fue repoblada con armenios, tsáconas, rusos y eslavos, entre quienes se distribuyeron tierras fértiles, y con el paso del tiempo constituyeron la nueva aristocracia cretense. Pero Nikolaos Panagiotakis afirma que la economía de Creta se paralizó desde entonces y que no volvió a alcanzar un esplendor similar al del emirato hasta muy avanzado el siglo XII, casi dos siglos después. (1)
La reacción que se produjo en los países árabes por el exterminio de los andaluces de Creta fue descomunal, sobre todo en Egipto —país con el que mayor relación mantuvieron—, donde llegaron a incendiarse numerosas iglesias de cristianos coptos y ellos mismos a ser perseguidos durante algún tiempo.
Nicéphoro Phocas no hizo más cautivos que los que necesitaba para engrosar la cuerda de presos que aportaría lucimiento al triunfal desfile militar que llevaría a cabo en Constantinopla, cuando regresara a la capital imperial como conquistador de Creta. Entre aquellos cautivos se encontraban el último emir, Abd al-Aziz al-Qurtubĩ —”Kourupes” para los bizantinos—, y su hijo y heredero, al-Nũ`man (helenizado su nombre como “Anemas”). Como trofeos fueron exhibidos ambos, junto con los demás cautivos. Poco después moriría el emir en su exilio y Nicéphoro Phocas sería proclamado emperador de Bizancio, cumpliéndose así el vaticinio.
Las crónicas bizantinas afirman, siguiendo la consigna oficial, que nada legaron a la isla los cordobeses en el campo de las Artes y de la Cultura, sin embargo, tras su reconquista por Bizancio, después de más de dos años de aniquilación, demolición, piras de pergaminos, papiros, documentos y devastación plena por parte de Nicéphoro Phocas y su ejército, zarparon de Creta trescientos navíos cargados de Arte y riquezas. Escribe Christides: “La riqueza de la Creta andalusí se ilustra en el botín recogido por Nicéphoro Phocas, que fue fletado en 300 barcos después de su reconquista”. Según León Diáconos, el botín incluía “alfombras orientales, labores y tejidos en sedas e hilos de oro, armas de oro y plata, lámparas y puertas talladas en bronce, relieves en piedra, y, en general, objetos de arte de exquisita elegancia”.
Es de todos sabido que las primorosas puertas cinceladas en bronce del monasterio de Lavra, en Athos, procedían del botín obtenido en Creta entre 961 y 963, arrancadas de sus mezquitas y palacios antes de su demolición. Y no fueron las únicas riquezas andalusíes con que Nichéphoro Phocas engalanó el monasterio donde quería ser enterrado después de su muerte.
Eran aquellos los mismos cordobeses que, durante su éxodo, a su paso por Fèz, dejaron allí asentadas a 7000 de las familias desterradas, que marcaron para siempre con su impronta a la ciudad marroquí y cuyo legado cultural aún hoy es patente, ¿y no tenían nada que aportar en Creta? En cualquier caso, pese a la destrucción intencionada y esmerada de la isla por parte de los reconquistadores bizantinos, aquellos trescientos navíos sobrecargados de botín en Arte y riquezas hablaban por sí solos.
A partir de entonces los prejuicios lograron que Creta, todavía hoy, ignore la verdadera trascendencia que llegó a alcanzar en ese siglo y medio de su Historia. Pero la arqueología no ha dicho aún su última palabra.
(Cabecera: Fortaleza del Foso, de Khandak – Heraklyon, que levantaron los venecianos sobre la planta de la auténtica fortaleza andalusí)
1 – Skyllitzes Matritensis (códice bizantino del s. XI), “De Ceremoniis Aulae Bizantinae” de Constantinos Porfirogéneta, Nuwayri, al-Maqqarí, “Crónica” de Abu-l-Fath, Levi-Provençal, Reinhart Dozy, Vassilios Christides, Christos Makrypoulias, Nikolaos Panagiotakis, “Los andaluces fundadores del Emirato de Creta” (ensayo de Carmen Panadero), etc.