La historia del Islam como método de contranarrativa
La historia del Islam como método de contranarrativa
Profesora de Historia y Arte del Islam. Investigadora Predoctoral Universidad Pablo de Olavide de Sevilla.
Desde sus inicios, el grupo fundamentalista DAESH ha utilizado como medio propagandístico para expandir su política de terror imágenes que tienen que ver con el Islam histórico. La mayoría de las obras de arte que consideramos “islámicas” tienen como protagonista principal la palabra escrita, aquella palabra revelada al Profeta Muhammad y que se manifiesta en lengua árabe. Muchas de estas aleyas, azoras y suras del Corán o de los Hadices, las cuales aparecen en las principales mezquitas del mundo sunní, buscaban en su momento la legitimidad de los gobernantes como máximos representantes de la ley de Dios. Además, se ha creado todo un ceremonial al servicio de la cruel imaginería terrorista que incluye mezquitas que fueron muy importantes en el momento en el que se construyeron, ubicadas en los centros de poder del Califato `Abbasí de Bagdad, los Califatos Omeya de Damasco y de Córdoba o el Califato Otomano. Estos centros religiosos son utilizados como imagen de poder en la actualidad para reivindicar el “Estado Islámico”, aunque otras veces sirven como escenario de cruentas prácticas terroristas.
En el presente artículo se han seleccionado ejemplo muy significativos que podemos poner en relación con la propaganda de DAESH, propaganda que ya se había utilizado en otras épocas y que podríamos denominar como movimientos fundamentalistas a lo largo de la Historia. En primer lugar haremos referencia a la insignia principal de los grupos terroristas, lo que se conoce como la bandera del Yihad; en segundo lugar, atenderemos a los “mitos fundacionales” con los que DAESH se siente identificado. Mitos asumidos también por Occidente y que tienen un significado importante en la historia cultural del Islam. Por último, y en relación con la historia comparada, veremos cómo este grupo terrorista está codificando su programa con los mismos mecanismos de legitimación del pasado, como sucedió con la reforma religiosa de los almohades en el siglo XII.
La historia puede ser contada desde diversos puntos de vista. Es lo que a los que hacen historia comparada les gusta llamar “la realidad poliédrica”. Una de las fuentes fundamentales para trabajar con este tipo de método es la Arqueología. Los datos más significativos que nos dan los restos arqueológicos –no así las crónicas escritas- es que el Islam nunca fue homogéneo. A priori parece una afirmación absurda. No obstante, la historiografía -y la misma historiografía árabe- se empeña en difundir una serie de hechos monolíticos que parten del desierto de Arabia, pasan por Jerusalén, de repente están en Damasco y en menos de un siglo el Islam ha conquistado la mayor parte del mundo. Estamos en el siglo VII. Los arabistas saben que la realidad es mucho más compleja y que simplificar la Historia de esta forma no hace más que alimentar los alegatos nacionalistas en la mayor parte del mundo, los cuales nos llevan a problemas más preocupantes. Con un discurso anclado desde el siglo XIX y que no se esfuerza en comprender la complejidad de un escenario tan diverso como es el que llamamos “mundo islámico” difícilmente vamos a poder avanzar. ¿Cuál es la razón de esta reflexión? Que, primero, no se conoce la historia del Islam –ni en los países islámicos ni en los europeos- en sus distintos espacios y/o manifestaciones, ni siquiera desde los orígenes; y segundo, que se debe empezar a analizar tal desarrollo de un sistema de creencias desde un punto de vista científico. Y reiteramos, tanto en los países áraboislámicos como en los occidentales. Por tanto, conocer la historia del Islam, sus manifestaciones culturales y ubicarlas en un contexto amplio es una forma de contranarrativa a tener en cuenta.
La bandera del Yihad.
“No hay más dios que Dios y Muhammad es el mensajero de Dios”. Esta es la profesión de fe en el Islam (shahada), un testimonio presente en la vida de todos los seguidores del Islam y que en la actualidad ha tomado una connotación negativa por ser la frase que leemos en la “bandera del yihad”. El hecho de que la profesión de fe aparezca en la bandera automáticamente hace que ésta sea un símbolo sagrado.
Shahada en la Mezquita de Ibn Tulún, El Cairo.
Aunque se ha asumido que en el arte del Islam está prohibida la figuración, hemos de aclarar que esta afirmación es del todo falsa. Un ejemplo sería la puerta de la Mezquita de los Omeyas de Damasco, plagada de ricos mosaicos de tradición bizantina. No obstante, la teología islámica, conforme se va creando la ortodoxia (hacia el año 800), va a rechazar la representación de Dios y del Profeta, lo cual no quiere decir que no encontremos en algunos casos ejemplos de ello. Por lo general, el arte áraboislámico por excelencia será la Caligrafía. Esto se debe a su relación con la Palabra Divina, pero en este caso lo que prima es la tradición. Cuando se produce la revelación al Profeta en lengua árabe, ésta toma un significado sacro que hace que posteriormente el Corán –recopilado en época del califa Utmán-, escrito y leído siempre en árabe, sea el símbolo de su religión. Y por tanto esto se refleja en las manifestaciones artísticas. Así pues, la lengua árabe adquiere también ese carácter sagrado.
Pintura figurativa de ¿bailarina? en el Palacio Omeya de Qasr `Amra (Jordania).
Este es un aspecto tan arraigado en la tradición islámica que es utilizado por los grupos terroristas para sembrar el pánico entre la población, que toma el mensaje de la shahada y de la caligrafía árabe como símbolo sagrado que aporta legitimidad a sus terribles fines políticos.
La bandera del yihad es reconocible en todas las partes del mundo. Se utiliza en ella no solamente un mensaje que tiene que ver con los cinco pilares del Islam, si no que se entronca, además, con la legitimidad que aporta la figura del Profeta Muhammad, y, por tanto, con la imagen del califa. El primer líder de DAESH, al-Baghdadi, manipula la historia de tal manera que se hace emparentar con el propio Profeta. En la historia del Islam sunní la figura del califa es fundamental, entre otras cosas porque se encarga de salvaguardar la imagen de Muhammad como protector de la `Umma. El califa se fue politizando conforme el Islam adquiere poder en los territorios que conquista, de modo que, cuando esta imagen se pierde al caer el Califato Otomano, el mundo islámico queda descabezado. Es muy importante saber que la historia del Islam no se puede comprender sin conocer los mecanismos del poder califal, sea en Damasco, en Bagdad o en al-Andalus. De hecho, si nos fijamos en la bandera del yihad, llama la atención la utilización de los colores negro y blanco. El negro se asocia tradicionamente con las banderas del Califato `Abbasí de Bagdad. Por lo general, los grupos terroristas suelen vincularse más a la figura de los `abbasíes, gobernadores del territorio que en la actualidad aglutina la influencia de DAESH.
En definitiva, la bandera porta la palabra de Dios, y como ya hicieron muchos movimientos fundamentalistas islámicos a lo largo de la Historia, se manifiesta la unicidad de Dios. Una unicidad de Dios para posicionarse en contra del Cristianismo –y de lo que ellos llaman politeístas-, aunque esta es una valoración sumamente simple, ya que en la Historia del Islam a los cristianos y judíos se les considera “Gentes del Libro” y por tanto merecen el respeto de todos los musulmanes; y, por último, la búsqueda de legitimidad a través de las acciones del Profeta Muhammad y sus sucesores.
El problema de los mitos fundacionales.
¿Existió un Imperio Islámico en los primeros años del Islam?, ¿qué entendemos por los primeros años del Islam?, ¿la época del Profeta?, ¿el inicio de las conquistas?
Empezaremos por los reclamos territoriales de DAESH y su relación con un “panislamismo” irreal e inexistente en el pasado. La mayor influencia de este grupo terrorista se encuentra en la zona de Iraq y Siria, como manifiestan las siglas con las que se identifican, y es precisamente en esta zona desde donde tradicionalmente se iniciaron las conquistas con las que se reconoce este panislamismo –incluso en Occidente una corriente historiográfica aboga por esta ruptura-. En resumen, la idea que tenemos de la conquista islámica –o árabe- es de una masa de población guerrera que parte de Damasco y en menos de un siglo domina medio mundo acabando con la cultura romana –o mediterránea- e impone un nuevo sistema de creencias. De nuevo la realidad es mucho más compleja y, si hacemos un estudio comparativo, sabemos que los procesos de arabización e islamización son mucho más lentos y tienen unos mecanismos de desarrollo distintos dependiendo del territorio. Sin embargo, tanto la historiografía occidental como la islámica caen en los “mitos fundacionales” que plasman las crónicas escritas -de un siglo y medio después-. Este es un discurso de legitimidad que en numerosas ocasiones hemos podido escuchar en los vídeos propagandísticos de DAESH, cómo el Islam, desde su punto de origen –que deja de ser Meca, Medina o Jerusalén- en Damasco se expande rápidamente y tiende al relato universalista. Esta es una tendencia básica en los reclamos imperialistas de DAESH, lo cual, como es evidente, es completamente falso. Las conquistas árabes desde la época del Profeta –aparte de estar en revisión- siguen un patrón literario que exige un análisis más riguroso a nivel historiográfico.
La propaganda yihadista: ejemplos en la historia.
Lo primero que habría que aclarar es que el Yihad como “guerra santa” parte de la época de las Cruzadas y cristaliza con los relatos del hanbalí Ibn Taymiyya en el s. XIII.
Ante la imposibilidad de analizar todos los movimientos de “vuelta a las fuentes” que se han dado durante la historia del Islam, podemos tomar como ejemplo la reforma religiosa de los Almohades (al-muwahiddun). En primer lugar, sus referencias continuas a la unicidad de Dios tienen muchos paralelos con la doctrina de los grupos terroristas como DAESH; en segundo lugar, preconizaron ciertas prácticas del wahabbismo, defensor de una única visión del Islam basada en el Tawhid y la utilización del yihad para imponerla, tal y como explica Maíllo Salgado. El ideólogo de la doctrina almohade, Ibn Tumart, se posicionó contra las innovaciones internas del Islam, que desde el siglo VII había evolucionado de forma natural. De hecho, en lo que conocemos como arte religioso de los almohades –Mezquita de Tinmal o la Kutubiyya- podemos hallar de forma masiva referencias a la unicidad de Dios, sobre todo en las cúpulas de la maqsura. De hecho, en el mihrab de la Mezquita Kutubiyya de Marrakech se puede leer la sura 22 del Corán, muy común también en algunas mezquitas saudíes: <<¡Luchad por Dios como Él se merece! Él os eligió y no os ha impuesto ninguna carga en la religión. ¡La religión de vuestro padre Abraham! Él os llamó “musulmanes” anteriormente y aquí, para que el Enviado sea testigo de vosotros y que vosotros seáis testigos de los hombres. ¡Haced la azalá y dad el azaque! ¡Y aferraos a Dios! ¡Él es vuestro Protector! ¡Es un protector excelente, un auxiliar excelente!>>.
Mihrab de la Mezquita Kutubiyya.
Lo interesante de este sistema de comparación es que los movimientos fundamentalistas en el Islam, por lo general, utilizan este mismo discurso de legitimación, el cual apuesta por una llamada a la unidad de todos los musulmanes que pueblan el mundo y la vuelta a unas prácticas que consideran “verdaderas”. No obstante, se apoyan en una base histórica inventada y manipulada para su propio beneficio. Otro tema recurrente, muy interesante y que afecta de manera directa al Estado Español, es el mantra sobre la recuperación de al-Andalus. Este discurso se ha incrementado a raíz de los atentados de Barcelona en verano de 2017, sobre todo de mano de al-Qurtubi cuyo nombre, como es evidente, hace referencia a Córdoba, la capital califal.
Estas pequeñas pinceladas, que podrían desarrollarse mucho más, ponen de manifiesto la importancia del conocimiento tanto de los sistemas religiosos como de la historia para, en suma, llevar a cabo una crítica de los mismos, tanto desde sus propias instituciones como desde las “del otro”. El desconocimiento de la historia –y analizarla homogéneamente- desemboca en la manipulación de la misma y es utilizada por el poder para crear un discurso ficticio, inexacto e incorrecto.
En realidad, ¿qué sabe DAESH de la historia del Islam?