Los Mudéjares: dimmíes bajo gobierno cristiano (I)
Carmen Panadero Delgado 20/07/2021
Al-Ándalus, la España musulmana. Aunque el término “España” aún no se había acuñado cuando al-Ándalus fue implantado en nuestro suelo ibérico por foráneos invasores árabes y beréberes, y aunque con ellos penetraran en la península lengua, religión y cultura ajenas a la ibérica de entonces, bien podemos atribuir a al-Ándalus el nombre de España Musulmana, porque hispano no solo era el solar, hispano era, sobre todo, el gran cuerpo de la población andalusí, el ciudadano base, con todos los componentes propios que aportaba en cuanto a temperamento, carácter, pasado histórico, bagaje de influencias de invasores anteriores, cultura íbero-romana-visigótica, cristianismo… Componentes que, unidos a los orientales recién implantados, dieron como resultado al-Ándalus.
De haber faltado esos componentes autóctonos, hubiera sido otra comunidad musulmana, tal vez ni mejor ni peor, pero distinta.
De aquellos hispanos ya arabizados, unos abrazaron con el tiempo la religión islámica —muladíes— y otros continuaron siendo cristianos —mozárabes—. Estos últimos, al igual que los judíos, vivieron bajo la administración musulmana mediante el pago de contribuciones especiales, como dimmíes o protegidos. Pero, siglos después, cuando los reinos cristianos del norte peninsular prosperaron, con el progresivo avance de castellanos y aragoneses hacia el sur se originó la situación inversa: fueron los musulmanes vencidos quienes hubieron de vivir como protegidos de los monarcas cristianos. No todos los musulmanes andalusíes permanecían en Castilla o Aragón tras el avance de estos reinos, pues muchos preferían desplazarse hacia el sur según se desplazaban las fronteras; pero quienes decidían quedarse en sus tierras o ciudades, sobre todo cuando estas se entregaban por medio de pactos o capitulaciones, quedaban inmersos en un régimen de convivencia similar al que antes acogiera a los mozárabes en al-Ándalus y recibieron el nombre de mudéjares.
En los reinos de España, hasta el siglo XIII se respetó lo pactado en las capitulaciones; por ellas se autorizaba a la población musulmana a permanecer bajo dominio cristiano en los territorios conquistados, conservando la religión islámica y la práctica de su culto, la lengua árabe, su organización jurídica propia, sus oficios, bienes y heredades, a cambio del pago de tributos especiales. Hay que recalcar que esta condición de moros libres se limitaba a los sometidos por capitulación.
El nombre “mudéjar” procede de la palabra árabe mudaŷŷan, los que se quedaron, los doblegados, los domeñados; “tributario sometido” añade Leopoldo Torres Balbás, mientras W. Montgomery Watt especifica: “Tributario” con matiz de “manso, domesticado”. En España este término fue utilizado antes por los musulmanes que por los cristianos, y con cierto menosprecio hacia los que decidieron quedarse. Los cristianos no lo usaron hasta el siglo XV, porque entre ellos era más habitual llamarlos “moros” en Castilla y “sarrai´ns” (sarracenos) en Aragón.
Está generalmente considerada como punto de partida del fenómeno mudéjar la incorporación del reino taifa de Toledo a la corona de Castilla por el rey Alfonso VI en 1085. La capitulación de la antigua capital visigoda y sus tierras se llevó a cabo por medio de unos pactos benévolos que hicieron posible la nueva situación: unas condiciones de vida iguales a las que se imponían en al-Ándalus a los cristianos sometidos a los musulmanes.
Cuando el rey de Castilla Alfonso VI logró hacerse con la taifa de Toledo, según se narra en mi novela El Collar de Aljófar, el hecho de acoger a los musulmanes andalusíes sin que hubieran de renunciar a su fe, llevó al rey castellano a arrogarse el título de “Emperador de las dos Religiones”. Nombró luego gobernador de la ciudad a Sisnando Davidiz, noble cristiano que dominaba la lengua árabe, ya que en su juventud fue mozárabe en al-Ándalus; cautivo de guerra, medró en la taifa de Sevilla durante unos 30 años, donde fue visir para asuntos mozárabes. La elección por Alfonso VI de este gobernador prueba el interés que puso en mantener buenas relaciones con sus nuevos súbditos mudéjares. “Alfonso VI de Castilla y León conquista Toledo con unas ideas con las que se adelanta a su tiempo, piensa restaurar la monarquía visigoda con un nuevo signo: un imperio hispánico donde lo árabe tendría cabida, de ahí su título de emperador de las dos religiones”, afirma Mª Jesús Rubiera Mata.[1]
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Las condiciones de vida de los mudéjares, pactadas en las capitulaciones, quedaban garantizadas por el pago de los impuestos convenidos, tributos especiales que los convertía en sujetos de protección, y que eran similares en los diferentes reinos, pero podían variar de nombre. Aunque las condiciones fueron parecidas, detallaremos las peculiaridades en cada reino. En este artículo desarrollaremos el fenómeno mudéjar en Castilla, mientras que en un próximo y diferente artículo nos centraremos en los mudéjares de Aragón.
Los mudéjares de Castilla
Tras la anexión de Toledo a Castilla, los musulmanes de la ciudad y sus términos eran libres de irse —llevando consigo sus bienes muebles— o de quedarse, en cuyo caso podían conservar su religión y practicar su culto, para lo cual se les permitió mantener tres de sus mezquitas, entre ellas la Mezquita Mayor. Pero, aunque las condiciones pactadas en la capitulación se respetaron durante siglos, la referente a la Mezquita Mayor fue vulnerada aquel mismo año; los borgoñones que acompañaban a la reina doña Constanza en su corte, que jamás entendieron las concesiones que ofrecían los cristianos de Castilla a los moros en las capitulaciones, presionaron, escandalizados, y acaudillaron una actuación violenta que, encabezada por el nuevo arzobispo de Toledo, Bernardo, logró apoderarse de dicha mezquita, llegando para conseguirlo incluso a enfrentarse a Sisnando Davidiz,[2] quien se mostró en total desacuerdo con aquel desafuero. Era el mes de julio de 1085. Unas fuentes defienden que fue consagrada como catedral católica, mientras otras aseguran que únicamente como basílica, continuando como catedral Santa María del Alficén.[3]
La ciudad era un centro urbano excepcional para la época, próspero y muy poblado —unos 28.000 habitantes—.[4] Como ya avanzamos, los conquistados debían satisfacer, además del tributo general que también abonaban los cristianos, un impuesto directo anual que debían pagarlo todos los cabezas de familia mudéjares y judíos de Castilla; durante los siglos XII, XIII y XIV se llamó cabeza de pecho, mientras que en el XV era llamado servicio, medio servicio o pecha (peyta ordinaria).
Del reino de Toledo fueron emigrando hacia al-Ándalus gran número de sus moradores musulmanes en la primeras décadas de su anexión a Castilla, mientras que se acrecentó la entrada de mozárabes y judíos por las emigraciones originadas en al-Ándalus a causa de la intolerancia de almorávides y almohades (s. XII e inicios del XIII). Entre 1180 y 1235, como las conquistas cristianas fueran avanzando hacia el sur, se incorporaron a Castilla nuevas tierras de la cuenca del río Guadiana, extensas áreas de Castilla-La Mancha y Extremadura. Las condiciones de vida de los mudéjares en estas zonas fueron más benignas que en Toledo porque se rigieron por diferente régimen, el Fuero de Cuenca, gracias al cual se aseguró el estatuto mudéjar y, en aquellos pueblos (Almagro, Aldea del rey, Daimiel, Arenas, Alcázar, Villarrubia, etc. así hasta 70 u 80), dependientes de señoríos y Órdenes Militares, su vida fue más plácida. Baste el ejemplo de Hornachos (Extremadura), donde la población mudéjar alcanzó las 3.000 almas, la mayor concentración musulmana en los reinos de Castilla y León.
Pero, en sucesivos reinados, Castilla prosiguió su avance hacia el sur; la Andalucía del valle del Guadalquivir fue anexionada entre 1224 y 1264. Las capitulaciones promovidas por Fernando III eran muy favorables; propiciaron los pactos y la permanencia de numerosos núcleos de mudéjares en extensas áreas rurales, aunque muchos menos en las ciudades. Sin embargo, los levantamientos acaecidos en 1264-1265 fueron causa de emigraciones y destierros hacia Granada y África. Por ello, a partir de esas fechas y en contra de lo que generalmente se cree, Andalucía tuvo menos población mudéjar que el resto del reino de Castilla. Por otra parte, la conquista de Murcia por capitulación en 1243 fue muy similar a la andaluza, y muchos de sus moradores permanecieron allí como mudéjares hasta la citada revuelta de 1264. “Después, la mayor necesidad de mano de obra en la región, y la proximidad de Valencia —donde las circunstancias eran algo diferentes— explican la permanencia de bastantes pequeñas morerías rurales, cuyos miembros no llegaban a sumar más del 10 por 100 de la población murciana” [5] (Miguel Ángel Ladero Quesada).
Los muslimes en Castilla tenían sus propias carnicerías, y se respetaban mucho los usos basados en preceptos y tabúes religiosos en lo que a los alimentos se refiere, así como respecto a contactos físicos con cristianos y judíos; tenían prohibidas bajo pena de muerte las relaciones sexuales con personas de las otras dos comunidades religiosas. También les estaba prohibido el tener sirvientes cristianos y ejercer como especieros, médicos, cirujanos, boticarios y comadronas, excepto entre musulmanes.
Para su jurisdicción interna regida por el Corán y la Sunna, cada concentración numerosa de mudéjares constituía una aljama, equivalente al Concejo cristiano. Su principal autoridad en Castilla recibía el nombre de “alcalde” o “viejo mayor”. No obstante, no se les obligó a vivir agrupados hasta 1480, aunque ellos lo procuraban. Mudéjares y judíos tenían prohibido el ejercicio de cargos públicos que pudieran suponer alguna preeminencia sobre los cristianos, sin embargo no siempre se cumplió, como en el caso de los visires judíos de Alfonso VIII o de Pedro I y en el hecho de consultar a médicos musulmanes cuando las vidas corrían verdadero peligro.
Puede servir como ejemplo de coexistencia entre las tres comunidades (cristiana, musulmana y judía) la que fuera ciudad mudéjar por excelencia, Toledo, a finales del siglo XII e inicios del XIII y reinando Alfonso VIII, cuando aún no había degenerado la convivencia con las minorías judía y mudéjar y antes de que el aire se volviera irrespirable. En ese tiempo, Toledo aún parecía gozar de cierto aire andalusí, debido a la integración de las tres culturas. La riqueza industrial y la perfección de menestrales y artífices toledanos, en su mayoría de origen andalusí, hacíanse patentes en su zoco y en sus ferias.[6]
La comunidad judía de Toledo era muy numerosa, alrededor de la octava parte de la población; La Historia de España de John Lynch (tomo VII) asegura que representaba el 15% de la población total. Durante el siglo XII creció mucho a causa del fenómeno migratorio que se produjo en al-Ándalus y norte de África bajo el dominio del fundamentalismo almohade. El Papa Inocencio III llegó a quejarse del favor que el rey de Castilla otorgaba a judíos y sarracenos.
“La comunidad mudéjar de Tulaytulah,[7] en estos momentos, era menos numerosa que la judía y así mismo menos conflictiva, con la intención quizás de pasar desapercibida. Habían decrecido paulatinamente desde el siglo XI, tras la conquista de la ciudad por Alfonso VI de Castilla, pero seguían manteniendo su primacía como alarifes o arquitectos. Para edificar, desde una casa a una iglesia, o para embellecer cualquier aposento con el mejor artesonado, siempre se buscaba a un mudéjar. Los mudéjares no llegaron a tener bajo el reinado de Alfonso VIII cargos públicos, como fue el caso de los judíos, pero ejercieron mayor influencia en la cultura popular, las costumbres, la lengua, las artes manuales y decorativas, y en la arquitectura”.[8]
En Toledo se hablaban las tres lenguas y se practicaban las tres religiones monoteístas, pero los tres Fueros se refundieron en uno solo con Alfonso VIII. La inmensa mayoría de las mezquitas se habían convertido en iglesias cristianas, pero tres todavía prestaban servicio religioso a los musulmanes toledanos. Pocas de las mezquitas que hubo en la ciudad bajo dominación musulmana lo eran de origen; la mayoría se habían alzado sobre las antiguas iglesias visigóticas y volvieron a su culto tras la conquista de la ciudad por los cristianos.
La confluencia de las tres lenguas propició que, desde mediados del siglo XII, floreciera en Castilla el fenómeno de la traducción. Los traductores de la capital castellana vertían los libros de ciencia árabes, grecoárabes y judíos a la lengua de los cristianos latinos. Primero, bajo el impulso del arzobispo Raimundo, trabajaron Roberto de Chester, Hernán de Carintia, el mozárabe Pedro de Toledo y el mudéjar Muhammad de Toledo para realizar una traducción del Corán; el resultado fue Corpus mahometium. Luego, Gerardo de Cremona y Dominico Gundisalvo crearon escuela en Toledo y, junto a sus discípulos, ampliaron su actividad. Las primeras obras traducidas por Gerardo de Cremona al latín fueron el Canon de ibn Sinã —Avicena para los latinos— y varios textos sobre Medicina y Cirugía del médico cordobés Abu-l-Kássim. Más tarde se tradujeron el Viático de ibn al-Gazzãr, y el Libro de las Orinas del judío Ishãq Isrâili, también llamado Isaac Judaeus. Otros traductores toledanos del siglo XII fueron: Marco de Toledo, médico y canónigo, Juan Hispano y Abraham ibn Daud, conocido como ibn Dawid o Avendauth —judío de familia cordobesa exiliada ante el acoso almohade—, Hernán Alemán, el alfaquí musulmán Don Abraham, el mozárabe Fernando de Toledo y Bernardo el Arábigo (probable mudéjar converso).
Los supervisores almohades de al-Ándalus habían prohibido la venta de libros de ciencia a los cristianos; la fatwa del alfaquí sevillano Ibn `Abdún sentenciaba que no debían “venderse a judíos ni a cristianos libros de ciencia, salvo los que tratan de su ley, porque luego traducen los libros científicos y se los atribuyen a los suyos y a sus obispos” (Lévi-Provençal y García Gómez, 1948: 173). Pero este veto no se cumplía rigurosamente en la vida real, y los libros continuaron llegando a Toledo; luego, tras su traducción, íbanse dispersando por los reinos cristianos. La complejidad étnica y cultural hizo posible la Escuela de Traductores de Toledo, que alcanzaría su mayor esplendor durante el reinado de Alfonso X el Sabio.
A mediados del siglo XII comienzan algunas restricciones en las condiciones de vida de los mudéjares, poca cosa para lo que habría de sobrevenirles en siglos posteriores: En 1141, reinando ya Alfonso VII, pierden el derecho de propiedad sobre sus talleres, negocios, herramientas y útiles de trabajo; la propiedad pasó al rey, para ellos quedaba el usufructo. Mas tarde, cuando se liberó a castellanos y francos del impuesto de portazgo y diezmos, se les mantuvo sin embargo a judíos y mudéjares. También se vieron privados de algunos derechos judiciales, como exigírseles testigos cristianos en los pleitos; ya no les bastaba con aportar testigos musulmanes.[9] Esta misma limitación la sufrieron los judíos. La revuelta de 1225 fue decisiva como causa de la emigración interior que se produjo hacia el este y sur de Castilla, procurando asentarse bajo el más benigno Fuero de Cuenca. Muchos retornaron a al-Ándalus.
En efecto, el Fuero de Cuenca otorgaba a mudéjares y judíos los mismos derechos jurídicos y un régimen procesal y penal idéntico al de los cristianos, salvo en los delitos de sangre; disfrutaban de mayores garantías laborales y mercantiles que con el Fuero general de Castilla y podían ejercer como corredores de comercio. Los acogidos al Fuero de Cuenca, aún en 1465, gozaban de idénticas exenciones fiscales que los cristianos. Se aplicó, como ya avanzamos, por todas las tierras del Guadiana pertenecientes a las Órdenes Militares y por Extremadura —desde Coria hacia el sur—, excepto en Badajoz y Medellín por ser morerías de realengo. El fuero de Cuenca recibió en Extremadura el nombre de Fuero de los Alfayates.[10]
Antes de iniciarse el siglo XIV, las morerías más pobladas de Castilla fueron, por este orden: Toledo, Madrid, Alcalá de Henares, Trujillo, Alcántara, Plasencia, Cuenca, Uclés, Almagro, Aldea del Rey, Daimiel, Villarrubia… “Sin contar el caso excepcional de Hornachos, que, siempre en ascenso, llegaría a constituirse en el mayor núcleo mudéjar de toda Castilla. En Hornachos, con más de 400 pechas y más de 1.000 hogares, se demuestra que fue más ventajosa para ellos la pertenencia a tierras de señores y de Órdenes militares que a las de realengo”.[11] Por tanto, en tierras extremeñas y manchegas se concentró, aproximadamente, la mitad de toda la población mudéjar de Castilla. Los mudéjares de Toledo alcanzaron su más alta cota de población entre 1225 y 1265, decayendo desde entonces a causa del deterioro de sus condiciones y de la atracción que el reino de Granada ejercía sobre ellos. Antes de que finalizara el siglo XV, la comunidad mudéjar de toda Castilla integraba en torno a unas 25.000 personas, entre un total de población superior a los cuatro millones de habitantes. De dichos mudéjares, “… entre el 35 y el 40 por 100 vivían al sur del sistema central —no había mudéjares en Galicia, Asturias, León, Cantabria y Vascongadas—; del 20 al 30 por 100 en Castilla la Nueva y Extremadura; hasta un 10 por 100, como máximo, en Andalucía, y algo más del 20 por 100 en Murcia”[12] (Miguel Ángel Ladero Quesada).
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Como deja constancia el Código de las Partidas, los mudéjares horros o libres estaban bajo la protección de la Corona, y añade: “… quien falte a los seguros establecidos, molestando la persona o la propiedad del mudéjar, deberá ser castigado”.[13] Es sabido que algunos reyes les prestaron una protección especial, como fueron los casos de Pedro I y Enrique IV. Respecto a Andalucía, puede decirse que fue a partir de 1264 cuando en verdad comienza el fenómeno mudéjar; Sevilla, que en 1248 había visto exiliarse a la mayoría de sus muslimes, fue recibiendo de nuevo musulmanes desde 1264, y en 1293 tenía la morería más poblada de Andalucía, seguida muy de cerca por Córdoba. Pero en 1304 Córdoba vio disminuir su población mudéjar en favor de Granada, debido a la tregua pactada entre Muhammad III de Granada y Fernando IV de Castilla; y lo mismo acaeció en Sevilla.
Una de las morerías que más destacó en el siglo XIV por el número de hogares fue la de Palma del Río, pero no eran mudéjares andaluces, sino mudéjares “antiguos” del norte de Castilla, traídos desde el entorno de Aranda de Duero en tiempos del rey Pedro I, convirtiéndose en el único caso de repoblación cristiana realizada con mudéjares.[14] Finalmente, a partir del 1500, después de la conquista de Granada por Castilla, el éxodo provocado hizo subir el censo de Sevilla hasta los 40.000 habitantes.[15] Las morerías de Murcia siguieron un camino muy similar a las de Andalucía, con idénticas migraciones en las mismas fechas; las poblaciones urbanas casi se despoblaron, sin embargo, entre las rurales algunas alcanzaron buena densidad de población, como la del Valle de Ricote.
“El paso decisivo, por lo que a la definitiva ruptura de esa convivencia entre cristianos, musulmanes y judíos, o si se quiere simple coexistencia, tuvo lugar en el transcurso del siglo XIV… Estamos hablando de una centuria sumamente compleja, que fue testigo de una durísima crisis, manifiesta en los más diversos planos, desde los demográficos y los económicos hasta los sociales, los políticos y los espirituales. Ahora bien, la denominada “gran depresión” del citado siglo, expresión habitual de la historiografía, se proyectó asimismo, de manera claramente negativa, sobre los grupos minoritarios que vivían en los reinos de la España cristiana, convertidos con frecuencia en los chivos expiatorios de los terribles males que se padecieron en aquel tiempo” (Julio Valdeón Baruque).[16] Baste recordar los frecuentes y terribles brotes de peste que diezmaron la población a lo largo de aquella centuria y cómo tendían a culpar de ello a las minorías. Pese al clima demoledor, mientras más se agravaba la situación, más se esforzaban los mudéjares en sus trabajos y en todo cuanto emprendían, procurando dominar con maestría los oficios que los cristianos desconocían. Había numerosos oficios que, como siempre estuvieron en manos musulmanas, eran desconocidos por los cristianos e, incluso, por eso mismo hasta los despreciaban, pero que como les eran indispensables tenían que seguir tolerándolos o bien verse obligados a aprenderlos. Mas, entretanto, necesitaban a los mudéjares como mano de obra.
Mudéjares y moriscos
Todo concluyó en el reinado de Isabel y Fernando; la Iglesia ejercía enorme influencia sobre la reina.[17] En 1478 el Papa Sixto IV les apremió a ser rigurosos con herejes, apóstatas, judíos y musulmanes; esto trajo en consecuencia poco después la creación del Santo Oficio en Sevilla. “Cuando en 1492 Castilla logró conquistar el reino de Granada, último reducto de los musulmanes españoles, el sentimiento generalizado era que habíase completado la unión política de España. Pero no olvidaban los Reyes Católicos, y aun menos la Iglesia, que la unidad plena anhelada no se alcanzaría hasta lograr también la unidad religiosa; aquel objetivo se vio más asequible tras el decreto de expulsión de los judíos en marzo de 1492. Sin embargo, esta medida estaba muy lejos de poder aplicarse a aquellos miles de muslimes que después de la caída del reino nazarí acababan de trocarse en súbditos de Isabel y Fernando; su derecho a seguir practicando su religión, el Islam, a usar su lengua, a conservar sus propiedades y a vivir según sus costumbres y tradiciones quedaba amparado por las capitulaciones de rendición del Estado granadino”.[18] Bien sabido es que luego todo se agravó.
Tras los sucesos de Granada de principios del siglo XVI —bautismos forzados, revuelta y expulsión de moriscos granadinos—, los mudéjares de Castilla (también de Aragón) pusieron harto empeño en dejar constancia de su estancia en aquellas tierras desde siglos atrás y en dejar claras las diferencias entre moriscos antiguos y moriscos granadinos. Antes de 1501 las conversiones de los mudéjares viejos al cristianismo eran escasas y nadie se las exigió, pero desde esa fecha los sucesos políticos presionaban y se convirtieron en masa porque, de lo contrario, veríanse forzados a emigrar. “Así… a causa de las revueltas granadinas, se aceleró la desaparición del fenómeno mudéjar de Castilla (y Aragón) sin que se requirieran para ellos medidas políticas especiales. Ocurrió en silencio, como son tantas veces las desgracias más íntimas de las gentes humildes, las que dejan huella más duradera” [19] (M.A. Ladero).
En esas condiciones aguantaron un siglo más. Cuando en el siglo XVII se promulga el edicto de expulsión definitivo, ¡qué profundas debieron de ser las amarguras en aquellos años finales! La permanencia de la población mudéjar bajo el poder cristiano había durado más de 500 años, desde 1085 hasta 1610-1614.
Literatura y Arte mudéjar
La población arabizada (mudéjares, mozárabes y judíos de al-Ándalus) explica la existencia de la escuela de Traductores de Toledo y núcleos de traducción en Aragón (estos los desarrollaremos en un próximo trabajo), así como las influencias evidentes en las figuras de Pedro Alfonso, autor de Diciplina clericalis, el Arcipreste de Hita, Ramón Llull y tantos otros.
Mientras en al-Ándalus se vivió bajo dominio almohade, fue de gran esplendor la poesía estrófica y en la península proliferaron los poetas panegiristas, que buscaban congraciarse con el poder. Al mismo tiempo, el misticismo musulmán, el sufismo, surgió con brío, destacando en al-Ándalus la figura de Ibn ‘Arabī de Murcia, uno de los pensadores místicos más importantes del Islam. Los sufíes habrían de ejercer enorme influencia entre los poetas cristianos españoles del Renacimiento, surgiendo en España el género de la literatura mística (Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, etc.), movimiento que no se dio en el resto de Europa, pero sí en España, gracias al influjo sufí.
La literatura árabe clásica estuvo siempre en manos de las clases privilegiadas andalusíes (a excepción de las esclavas de la nobleza), pero se manifestó a nivel popular a través de los zéjeles, poemas en lengua árabe coloquial, “que tal vez convirtieron a los poetas en juglares”.[20] Es de sobra conocida la existencia de juglares moros en las cortes de los reinos cristianos peninsulares, así como que su aportación era muy valorada. Las mujeres andalusíes y, más tarde, las mudéjares también propiciaron la difusión de la poesía estrófica y, asimismo, nos hablan las fuentes de la presencia en estos siglos de juglaresas moras (citadas incluso por el Arcipreste de Hita), las cuales recitaban y tañían instrumentos musicales, porque tanto el zéjel como la moaxaja eran coplillas. La música acercó la poesía hispanoárabe a juglares y trovadores, además de ser transmitida como herencia andalusí al norte de África.
Pero los mudéjares estaban lejos de participar ya en la cultura andalusí y tampoco en la del reino nazarí de Granada. Nuestros mudéjares, como hemos visto, conservarían su religión, pero perderían paulatinamente su lengua, y aunque la mantuvieran —siempre obligados al bilingüismo—, terminarían creando algo tan representativo de su identidad como fue la literatura aljamiada: escrita en español, con letras árabes y con contenido musulmán. “La mayor importancia del arte mudéjar reside en su carácter de testimonio de la simbiosis de ambas sociedades, consecuencia a su vez de la adopción en la vida de los reinos cristianos de gran parte de la cultura material e intelectual de al-Ándalus”[21] (Montgomery Watt).
Por ello, la ley musulmana hubo de aplicarse en los siglos XIV y XV a través de textos en castellano, porque los mudéjares habían olvidado ya la lengua árabe escrita o la conocían superficialmente. Las compilaciones más estudiadas de leyes mudéjares en Castilla son las siguientes: Fragmentos de leyes de moros, escrita por Muhammad el Xartosí, un médico mudéjar de Guadalajara; y Breviario Çunní o Suma de los principales mandamientos y devedamientos de la ley y sunna, de Isa Jedih (1462). Este autor reconoce como motivo de su trabajo que “… lo escribe porque los moros de Castilla con grande subjección y apremio grande y muchos tributos, fatigas y trabajos han descaeçido de sus riquezas y han perdido las escuelas del arábigo, y pues las grandes escripturas pertenescen a aquellos que tienen sus mantenimientos seguros y aquesto cesa en los moros de Castilla”.[22] Pueden citarse también escritos mudéjares de carácter médico, pese a la dificultad y degradación con que mantenían la herencia científica de al-Ándalus, como es el caso de Sobre el tratamiento de las heridas y tumores, escrito en 1344 por un cirujano de Crevillente (Alicante) llamado Muhammad al-Safra. Finalmente, en 1613 el carpintero sevillano Diego López de Arenas, mudéjar, escribió un Compendio de carpintería y Tratado de alarifes.
Entre su transmisión oral, no podemos olvidar los cuentos; aunque algunos circularon en escritos aljamiados (procedentes de la tradición árabe, persa o india), llegaron a engrosar con el tiempo los repertorios literarios españoles. Un ejemplo de esta transmisión narrativa queda patente en la obra de Pedro Alfonso. A principios del s. XII, Pedro Alfonso, judío converso bautizado en 1106, reunió 33 cuentos de origen árabe, los tradujo al latín y los publicó con el título de “Disciplina clericalis”.
Como traductores, podemos nombrar al alfaquí de Toledo Don Abraham, que vertió del árabe al castellano el Mi ͨrãŷ o Escala de Mahoma, hadiz, y a Abd Allãh al-Turŷman, nombre árabe de Anselm Turmeda, fraile franciscano convertido al Islam, autor de una obra en árabe titulada La Tuhfa.
En el ámbito del Arte y la arquitectura, sus decoraciones en yeso alcanzan la perfección; el dominio de un material tan dúctil queda patente en labores como las de las sinagogas de Toledo, las del Palacio de la Aljafería de Zaragoza o las del Alcázar de Sevilla. Otras artesanías de relieve en manos mudéjares fueron trabajos en marfil, en cuero, damasquinados en metal, tejidos, alfombras, etc. El mudéjar supuso algo más que un estilo, “…representa la profunda interpenetración de la cristiandad y el Islam, forjada en el curso de ocho siglos de convivencia en la Península Ibérica. Indisociable de una época cuyo rasgo distintivo era la tolerancia”[23] (R.H. Shamsuddín Elía). La gran revancha cultural de los mudéjares radicó en que su arte y sus técnicas fueran utilizadas, apreciadas y admiradas por los cristianos: el Arte llamado mudéjar.
Afirma Montgomery Watt en su Historia de la España islámica que en el Arte de estilo mudéjar hay que distinguir dos variantes, el “mudéjar cortesano” y el “mudéjar popular”: El primero tiene su máxima expresión en el Alcázar de Sevilla y tiende a seguir las pautas omeyas. El segundo ha sido calificado por Henri Terrasse de arte nacional de la España de aquel periodo. A este último pertenecerían numerosas iglesias de Castilla (Toledo en especial) o de Aragón (Teruel, Calatayud).
“Esta vivencia de los musulmanes vencidos (mudéjares) en tierras de Castilla y Aragón, así como la fascinación de los cristianos por los monumentos islámicos de las ciudades conquistadas, que ven convertidos los alcázares musulmanes en palacios de los reyes cristianos y las mezquitas aljamas en catedrales e iglesias, a lo que se suman las estrechas relaciones que se mantienen con los territorios de al Ándalus aun no conquistados —basta con mencionar la amistosa y fructífera cooperación entre las cortes de Pedro I, rey de Castilla y León, y el sultán granadino Muhammad V—, si exceptuamos las intermitencias bélicas, son algunos de los factores que explican el singular fenómeno del arte mudéjar” (R.H. Shamsuddín Elía).[24]
Hay autores que aseveran que no en todas las áreas donde existe arte mudéjar vivieron mudéjares; dicen que la presencia de las técnicas, las tendencias estéticas, decorativas y arquitectónicas que conocemos como Arte mudéjar o mudejarismo no implican necesariamente la presencia de mudéjares, porque terminaron por ser asumidas como propias por cristianos, mozárabes y judíos. Pero hay datos de presencia efectiva de mudéjares en zonas muy norteñas peninsulares. “En la época mudéjar —siglos XIII y XIV— esa estructura económica y esa cultura material comunes a cristianos y musulmanes llegaron incluso a abarcar aquellas zonas de la España septentrional que no habían tenido contacto directo con los musulmanes, como lo prueban las obras artísticas del periodo” (Montgomery Watt).[25] En efecto, desde el siglo XIII, se pudo advertir el crecimiento de pequeños núcleos de población mudéjar en la cuenca del río Duero, en ciudades de Castilla-León donde nunca antes se había detectado presencia de musulmanes: en Palencia, Valladolid, Burgos, Arévalo, Medina… se crearon grupos procedentes del sur de Castilla.
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