TulayTula
TulayTula
Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que había una ciudad llamada Toledo, capital del reino de los francos. Tenía un castillo que siempre estaba cerrado… (Las mil y una noches)
Tacuinum Sanitatis y los excesos de las fiestas (Feliz año nuevo)
No me sorprende que en alguna de las rutas por Toledo haya clientes que alucinan con el desarrollo científico alcanzado por la ciencia andalusí y toledana.
A mediados del siglo XI, cuando Ibn Wafid dedicaba todo su tiempo en las huertas y jardines del Tajo a sus investigaciones y estudios sobre medicina, botánica y alimentación, al otro lado del Dar al Islam el médico cristiano iraquí Ibn Butlân componía uno de los manuscritos más interesantes de la historia de la ciencia: Taqwin al-sihha o Tablas de la salud. La ciencia oriental e islámica supuso una revolución global, pues recuperaba los conocimientos clásicos que habían sido olvidados, e incluso voluntariamente marginados, en la Europa cristiana. En Irak, Egipto, España o Túnez surgieron redes de médicos y científicos cuyos estudios en árabe, traducidos en los siglos siguientes al latín, fueron fundamentales para el desarrollo de aquello que conocemos como Renacimiento cristiano. El papel de Toledo en el siglo XIII es fundamental para entender ambas revoluciones, pues aquí se tradujeron y desde aquí se distribuyeron por Europa todas las obras clásicas del conocimiento griego, romano y árabe. Pero desafortunadamente, también en ese proceso se perdieron muchos de los manuscritos originales, conservándose hoy sólo esas traducciones latinas posteriores.
El Taqwin al-sihha de Ibn Butlân perdió su nombre original pero alcanzó fama global cuando fue traducido al latín en el Palermo del siglo XIII como Tacuinum Sanitatis.
El texto original árabe fue retocado, añadido y adaptado para un público distinto, acostumbrado a leer también unas imágenes prohibidas en el mundo islámico por representar la vida humana en muchas de sus acciones cotidianas. Y esta nueva versión, a lo largo del siglo XIV, corrió manuscrita y copiada tras haberse llenado de preciosas imágenes e iluminaciones a color. Como –casi- todo en esos años de la Edad Media, las zonas de monasterios del norte de Italia y Europa central contaron con los mejores scriptorium donde estos bellos manuscritos se realizaban, y de ahí salieron las más espléndidas copias que hoy se conservan del tratado original de Ibn Butlân.
Las imágenes y el texto del manuscrito se leen de forma conjunta, permitiendo un recorrido que aúna los factores que se consideraban la base de la salud y el bienestar hace mil años: aire puro, ambiente sano, cuidar los estados de ánimo, no dejarse llevar por el estrés, dormir placenteramente, ejercitarse, comer sano y beber con mesura. Nada nuevo hoy, más de 1000 años después de su redacción. Sin duda lo más interesante es su visión cientificista pura, en un momento en el que la teología era la luz a la que se acudía para explicar todas las acciones de la vida humana. Las propuestas e imágenes que aportan reflejan unas pautas racionales médicas, muy distantes del sentido religioso y fatalista con el que se concebían las enfermedades, tantas veces relacionadas con el pecado y cuya curación pasaba también por designios divinos. En los distintos Tacuinum se muestran no sólo escenas de la vida cotidiana a través de las cuales podemos conocer costumbres, vestidos, rutinas, y también un buen número de excesos. Excesos debidos a la mala alimentación, al exceso en el consumo de alcohol o a la falta de sueño. Y, junto a cada imagen, una breve “receta” explicativa de la naturaleza del elemento, los remedios curativos, sus propiedades terapéuticas y las contraindicaciones.
En épocas como esta en las que el cuidado del cuerpo y de la salud se antojan difíciles, las imágenes que decoran estos manuscritos siguen siendo una delicia visual de absoluta actualidad. Os dejo algunas del códice conservado en la Biblioteca Nacional de Francia y recientemente editado en facsímil por Moleiro editores, cuyo facsímil podéis consultar por completo en este enlace.