Las huellas de los cordobeses en Creta: cultura y arte andalusí
En anteriores artículos míos aparecidos en Las nueve musas, presentamos a los cordobeses que, desterrados por el emir al-Haqem I en 818 d.C., conquistaron Creta y fundaron allí un emirato[1].
Hicimos mención en dichos artículos a la manipulación y los prejuicios con que las fuentes bizantinas y, después, las griegas han tratado a la Historia del emirato de Creta. Por ello, este artículo tiene como objetivo desterrar el tratamiento parcial de este fragmento de Historia y dar a conocer algunas de las principales aportaciones que los cordobeses proscritos del arrabal de Sequnda legaron a Creta —muchas de ellas, desaparecidas—.
Gracias a las fuentes arábigas y a tres historiadores griegos —Vassilios Christides, Christos Makrypoulias y Nikolaos Panagiotakis—hemos podido reconstruir en parte la gesta que protagonizaron aquellos hispanos —musulmanes y cristianos— en el Mediterráneo oriental.
Panagiotakis escribe: “La imagen que nos ofrecen las fuentes bizantinas sobre el Estado que fundó Abũ Hafs no puede ser sin duda una imagen favorable, ya que están influenciadas por el fanatismo y el odio que causaron no solo las constantes invasiones y la destrucción en Bizancio por parte de los árabes, sino también por toda la lucha que llevó a cabo el Imperio Bizantino en contra del mundo árabe”.
Tiene razón, pero, tal vez, en lugar de hablar de “mundo árabe”, debería decir “mundo musulmán”, ya que fue la diferencia religiosa la causa de tal encono y de la ocultación de la Historia. No fueron los cordobeses los únicos invasores de Creta. Algún tiempo después de su expulsión, fue conquistada la isla por los venecianos, y también se mantuvieron en ella durante siglos sin que Bizancio se la pudiera arrebatar, y, no obstante, no borraron sus huellas hasta el último indicio, como hicieron con los cordobeses, ni destruyeron su legado cultural.
Nikolaos Panagiotakis añade: “Paradójicamente, es todo menos objetiva la actitud hacia los árabes de Creta por parte de los historiadores y estudiosos de este periodo en los últimos años. Presentan a los musulmanes de Creta como despiadados piratas, bárbaros e incivilizados”. Por su parte, Christides dice: “Muy lejos de ser sanguinarios piratas profesionales, como se ha afirmado continuamente por algunos autores, ellos desarrollaron su propia civilización, a la cual en algo contribuirían, naturalmente, los nativos”.
En efecto, los andaluces cretenses desarrollaron una avanzada civilización, como los demás Estados arabizados del momento, pese a que no sean demasiadas las referencias que de ello podamos brindar, ya que Nicéphoro Phocas, el reconquistador de Creta para Bizancio, tras su ocupación puso harto empeño en el exterminio, la destrucción de todo documento y en no dejar piedra sobre piedra, asegurándose así de la extinción a conciencia de aquella civilización.
Pero, aun así, vemos sus influencias en algunas costumbres de la vida cotidiana (en gastronomía, por ejemplo, y en algunos usos que llegaron hasta inicios del s. XX), aunque los habitantes actuales de Creta no los hayan sabido identificar o relacionar. También hicieron los cordobeses aportaciones en la alta Cultura (Literatura y Arte especialmente), como a continuación vamos a probar pese a que en su mayoría fueron producciones aniquiladas por los bizantinos.
En Gastronomía, entre las influencias culinarias que pudieron dejar los andaluces en Creta, una de las más probables son las almojábanas (al-muŷabbanãt) andalusíes, que eran dulces de masa parecida a la de los pestiños, rellenos de queso fresco con albahaca o de otros ingredientes, dulces o salados, fritas luego en aceite de oliva y bañadas en miel o azúcar. Era un producto que se consumía en todo al-Ándalus, pero cobraron especial fama las de Cádiz y Jerez.
Pues bien, en Creta aún se consumen los siguientes dulces: “Kalitsounia, pequeñas tortas hechas con masa trabajada a mano, rellenas con quesos cretenses (anthotiros y mizithra) y fritas con aceite de oliva. Existe también una versión dulce de estas tortas rellenas de queso, llamada lichnarakia. Todas se toman rebozadas en miel” [2]. No existe diferencia entre esta receta y la de las almojábanas de al-Ándalus. Así mismo, el fãludaŷ era un pastel de origen árabe elaborado con miel, aceite, almidón y almendra. Por otra parte, la zalãbiyya era un dulce andalusí que consistía en figuras de animales de masa que se freían o se horneaban, se rociaban de miel y se espolvoreaban con especias finas y azúcar. Todavía, en la actualidad, se hacen en Creta los animales y figuras de masa.
También fueron muy apreciadas en Creta la industria y artesanía andaluzas, llegando con el tiempo a exportarse. Pensando en estas, potenciaron en la medida de lo posible la obtención de materias primas: por ejemplo, para propiciar la industria sedera se incrementaron las plantaciones de morera ya existentes e implantaron la cría del gusano de seda. Los telares de la isla fabricaron por primera vez en su Historia el tejido de seda, de tanta tradición ya entonces en al-Ándalus.
En el hilar y el tejer no solo destacaban los profesionales, sino que cualquier madre de familia andalusí dominaba esa tarea como una más de sus labores de hogar. Todas la mujeres, el día que contraían matrimonio, llevaban una rueca a su nueva residencia; incluso a las de clase más humilde, aunque no pudieran aportar ajuar ni dote, no les faltaban el huso y la rueca entre sus modestos enseres. Existía un dicho en al-Ándalus que, refiriéndose a las mujeres, decía: “Si no lo hilas, no lo comes”. Idéntica costumbre se mantuvo durante siglos en Creta (hasta el siglo XIX).
Abũ Hafs al-Ballutĩ (el primer emir) y sus visires se percataron de que, debido al clima reinante en Creta, tan similar al del sur de al-Ándalus, podrían tratar de aclimatar en la isla algunos cultivos que hasta entonces no le eran propios, como la caña de azúcar, el algodón y el lino, entre otros, de modo que también hiciéronse traer de Egipto semillas y cañas para su siembra[3]. Muchos cretenses ignoran aún a quienes les deben algunos de sus cultivos, que no eran endémicos de la isla antes de la llegada de los cordobeses.
Por entonces, como advirtiera al-Ballutĩ que conseguían excedentes del azúcar de las cosechas de sus plantaciones de caña, comprendió que ahorrarían gran cantidad de dinares si no tuvieran que importar el azúcar blanco refinado, cuyo consumo íbase implantando prestamente en todos los países del mundo conocido. Hicieron cálculos y determinaron fundar una fábrica refinadora de azúcar en la isla. Pronto los cretenses saboreaban su propio azúcar blanco; y, dentro del procesamiento industrial, elaboraron también otras golosinas derivadas y el azúcar cristalizado en forma de terrón, al que llamaron Kũra al-milh[4], “bola de sal”, por su apariencia.
En lo referente al azúcar, pronto no fue necesario importarlo, así como el algodón y el lino. En efecto, la caña de azúcar y las semillas de algodón y lino compradas a Egipto habían sido plantadas por los andaluces en tierras cálidas, con caudal de agua bastante y protegidas de vientos fríos, repartidas por el sur y el este de la isla: la llanura de Mesara, el área del estrecho de Ierápetra, los valles de Amari, de Kavoussi y la península de Ítanos. Procuraban con ello los gobernantes del emirato ahorrarse el gasto de importar mientras en la isla existieran zonas que disfrutaban del clima idóneo para producir dichas especies. Las cañas de azúcar —plantadas por primera vez en suelo cretense— lograron que pronto el paisaje del este y sur de la isla acrecentara su apariencia tropical, al agregar extensas masas de caña a los ya existentes bosques de algarrobos y de endémicas palmeras salvajes.
Tampoco fueron menores las aportaciones artesanales en las que siempre habían destacado los andalusíes: entre otras, las manufacturas del metal, como los primorosos trabajos de los maestros armeros y de los artesanos metalúrgicos cordobeses. Warren y Georges Carpenter Miles, tras estudiar unos clavos de hierro hallados en los restos de una construcción andalusí de Knosos, aseguran que los constructores demostraban ser competentes artesanos del metal, algo que no sorprende al conocer sus monedas de oro, plata y cobre.
Miles y Warren aseveran que los metales hallados en Knosos amplían la visión de que aquellos musulmanes no eran meros piratas, pues poseían una industria muy desarrollada del metal. Lo dicho se amplía a las escasas joyas encontradas, que se conservan en museos de Atenas, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta la maestría cordobesa en orfebrería desde su antigüedad.
Y, como no podía ser de otro modo, también dejaron su legado intelectual en Creta. En primer lugar, deberíamos dejar constancia de que en los territorios insulares del emirato cretenseandalusí se hablaban las dos lenguas: el árabe y el griego. Los naturales de la isla debieron de llegar a aprender el árabe, y los cordobeses, con el correr de los años, es sabido que aprendieron el griego; también permanecería durante largo tiempo, sobre todo en el uso coloquial, la lengua romance andalusí.
Según Panagiotakis, los musulmanes de Creta no eran muy diferentes en su cultura, su carácter y habilidades a otros árabes contemporáneos suyos; y añade que “la percepción que se ha mantenido sobre el emirato de estos hispanoárabes como nido de piratas es simplista y engañosa”. Aunque no se han conservado documentos legales de los cretensesandalusíes, es de suponer que los asuntos de leyes se tratarían de igual manera a como lo hacían los musulmanes de España, como sugiere Vassilios Christides, y que los cristianos, tanto nativos cretenses como de origen andaluz, disfrutarían de una limitada independencia judicial bajo la potestad de sus propios jueces, qadĩ al-nasãrã o qadĩ al-ajam.
Dos de las fuentes árabes más fiables, Himyari y el historiador y jurista cordobés Abũ-l-Walĩd ben al-Faradĩ, nos mencionan algunos nombres de juristas cretenses musulmanes: Fath ben al-Ala era el cadilcodá (qadĩ-l-qudã, “juez de jueces”), máxima autoridad judicial del Estado en la segunda mitad del siglo IX; también ejerció en Creta, como jurista, Merwãn ben Abd al-Malik ben al-Fajjar, que, aunque nacido y educado en España, de donde marchó a principios del siglo X, logró enorme fama por el ejercicio de su profesión en el emirato cretenseandalusí, siendo considerado uno de los eruditos ulemas de la isla, donde sus fetwa/s o sentencias eran muy respetadas, y su casa era visitada por nobles y gobernantes para solicitar su consejo legal.
Otro jurista e intelectual muy reconocido, de quien ya hicimos mención, fue Suhayb ben Abũ Hafs, hijo del iniciador de la dinastía, quien primero ejerció como magistrado y embajador, y, tras la muerte de su padre, convirtiose en el segundo emir de Creta. Suhayb I ben Abũ Hafs`Umar, segundo soberano del emirato cretenseandalusí, “Saipes” para los bizantinos, falleció en el año 261 de la Hégira (875 d.C.) —sin que ninguna fuente aclare si murió de muerte natural o en batalla—, después de veinte años de reinado y en torno a los setenta de su edad. Le sucedió en el trono su hijo Abũ Abdallãh ben Suhayb ben Abũ Hafs, que habría de ser conocido como “Babdel” por los bizantinos. Las fuentes aportan muy escasos datos sobre el emir Suhayb I. Varias de ellas recuerdan que fue qadĩ y embajador de su padre, en vida de este. Vassilios Christides escribe: “De los emires de Creta, sólo a Suhayb I, el primogénito de Abũ Hafs, se le menciona como amante de la vida intelectual”. Por otra parte, Himyari, cuando cita a los intelectuales del emirato, entre ellos nombra al segundo emir, Suhayb, el hijo de al-Ballutĩ.
Suhayb, el más erudito de los emires de Creta, había sufrido tanto por la injusticia y tiranía padecidas en el arrabal de Sequnda en su más tierna edad y por el penoso éxodo posterior que sabía cuán dignos son de compasión los que así se hallan perseguidos. Por ello, durante su gobierno señaló casa en sus reinos a cuantos desterrados procuraron su amparo, y su Corte llegó a ser el asilo de los caballeros agraviados.
En lo que se refiere a la actividad literaria, la destrucción concienzuda llevada a cabo en la isla por Nicéphoro Phocas tras su reconquista no permitió la supervivencia de ningún documento literario, pero, como aclara Christides, existe información en las fuentes arábigas acerca tanto de autores residentes en el emirato y títulos de sus trabajos como del constante movimiento de intercambios entre visitantes intelectuales de Bagdad, Egipto y al-Ándalus con los de la Creta andalusí.
Levi-Provençal, Himyari y A. Tayby fueron los primeros en citar a algunos intelectuales que realizaron su trabajo en la Creta musulmana. Pero es, sobre todo, al historiador griego Vassilios Christides a quien hemos de agradecer la recopilación de todo el material existente en las fuentes arábigas sobre este asunto, pues es el que aporta mayor número de nombres de intelectuales de la etapa cretenseandalusí.
Yaqũt y el qadĩ Iyad escriben expresamente que se puede verificar la existencia en la Creta musulmana de gran cantidad de personas cultivadas, y el último aclara, incluso, que parte de ellas se establecieron en la isla ya desde los primeros tiempos del desembarco de los cordobeses.
Al-Razi informa: “El alfaquí Muhammad ben Ayšĩ era piadoso y sabio; peregrinó a la Meka y participó en la conquista de Creta. Después de eso, él residió permanentemente en Creta”. Idéntica información sobre este alfaquí, ben Ayšĩ, nos la aporta también al-Maqqarĩ, añadiendo luz al tema tan discutido de la participación de algunos alfaquíes renombrados por su extremada educación en el destierro y éxodo del grupo de Abũ Hafs, al que siguieron de forma voluntaria.
El qadĩ Iyad nos proporciona de nuevo noticias sobre este asunto al añadir que “un erudito, Ahmãd ben Khalid ben Yhazid, apodado Abũ`Umar, natural de Córdoba y discípulo de ben Waddãh, viajó por motivos de estudio a la Meka, Yemen, Creta e Ifrĩqiya”. Este mismo erudito, ben Khalid, es mencionado por Humeydi para añadir sobre él que, después de muchos viajes de estudio, finalmente retornó a morir a su país de origen, al-Ándalus (España).
El antes citado historiador y jurista cordobés de los siglos X-XI ben al-Faradĩ, en su obra Ta`rij… o “Guía de Ulemas”, menciona también al anterior, Ahmad ben Khalid, y añade sobre él que había sido discípulo del gran ulema Merwãn ben Abd al-Malik.
Sobre este último, Merwãn ben Abd al-Malik ben al-Fajjar, al que ya citamos como jurista, escribe ben al-Faradĩ que “fue discípulo del qadĩ Baqĩ ben Majlad, y que no solo era profesor de Historia, sino también un famoso jurista, que poseía una magnífica biblioteca y que, a su casa de Creta, acudían toda clase de personas, y hasta los poderosos, para solicitar su consejo legal; incluso el emir Suhayb II honraba a Merwãn, procurando su asesoramiento”.
Este dato nos permite situar a este intelectual en las últimas décadas del emirato, ya que Suhayb II reinó desde 940 hasta 948. Al-Faradĩ nos aporta, asimismo, un dato más sobre él de enorme importancia, al afirmar que Merwãn ben Abd al-Malik por entonces estaba dedicado a escribir una “Historia de Creta“, recogiendo documentación local, y que todos los que viajaban desde la península ibérica a la isla para aprender con él, regresaban a Córdoba refiriendo la vida austera que llevaba, a pesar de que poseía una casa de varios pisos.
También Humeydi nos brinda alguna noticia más acerca de Merwãn: que murió en Basora en 330 de la Hégira (941 d.C.), fecha que, como avanza Vassilios Christides, es suficientemente tardía como para suponer que este erudito ya había llegado a conocer el griego.
Por otra parte, Himyari, además de citar y ensalzar al cadilcodá de la isla Fath ben al-Ala, nos proporciona una pequeña relación de otros intelectuales: Ishaq ben Salim; Musa ben Abd al-Malik; Yhãya ben `Umar, y su hermano, Muhammad ben`Umar, conocido como ben Abĩ al-Dawanĩk; Ismaĩl ben Badr, su hijo Muhammad y su nieto Ismaĩl ben Muhammad; de este último se sabe que murió en 961, durante el sitio de Khandaq, poco antes de la caída de Creta en poder de Nicéphoro Phocas, y que los enemigos bizantinos confiscaron sus bienes y apresaron a su familia.
Ben al-Faradĩ y Humeydi mencionan asimismo a un andalusí, Maslama ben al-Qasim, como uno de los estudiosos que acudió a ampliar conocimientos a Creta. Según añade Christides, “este caso es de particular interés porque muestra cómo los musulmanes que viajaban a los grandes centros culturales árabes para adquirir una excelente educación, incluían a Creta en su itinerario”.
Este Maslama, además de a la isla, viajó también a Bagdad, El Cairo y Tarsos; en Creta fue discípulo de Ahmad ben Muhammad ben Khalid, y murió en prisión en 353 de la Hégira (964 d. C.), tres años después de la reconquista de la isla (961).
Entre los descendientes del emir Abũ Hafs al-Ballutĩ, no podemos olvidar como renombrado por su erudición a su tataranieto `Umar; en 923 d.C., los cretenses apoyaron a la flota siria de León de Trípoli en la incursión que llevaron a cabo contra la isla de Lemnos. Esta expedición concluyó en uno de los escasos éxitos navales de Bizancio y supuso una derrota ignominiosa para León de Trípoli, que a duras penas logró escapar con vida, ya que las fuerzas del imperio destruyeron muchos barcos de la escuadra musulmana e hicieron gran número de cautivos. Entre ellos, uno de los prisioneros fue este tataranieto de Abũ Hafs y primo de Alí I ben Yusũf, el emir reinante entonces en Creta, que, a su vez, también era tataranieto de al-Ballutĩ. El real prisionero era bisnieto de Yusũf, uno de los hijos varones del primer emir de Creta, y su nombre era`Umar ben Isã ben Muhammad ben Yusũf ben Abũ Hafs al-Ballutĩ; este marino era además uno de los intelectuales de la isla y permaneció dos años cautivo en Constantinopla, hasta que fue rescatado en 925. Durante su cautiverio escribió el libro titulado “El Significado y las Maravillas del Corán”, en cuyas páginas dejó constancia de su profundo conocimiento de la lengua árabe y de su enorme competencia en temas religiosos islámicos.
Levi-Provençal afirma que se ha demostrado que los lazos culturales de Creta con al-Ándalus y con los demás países árabes se reforzaron con el paso del tiempo.
Por último, sin abandonar aún el ámbito literario, hemos de subrayar que, poco antes del fin del emirato, se venía dando ya en Creta un inicio de influencia mutua entre la literatura árabe y la bizantina; valga como prueba la mencionada “Historia de Creta” de Merwãn ben Abd al-Malik, a cuyo fin debió de utilizar fuentes bizantinas escritas y orales. Si tales influencias hubiesen perdurado más en el tiempo, se habrían podido lograr resultados parecidos a los de la España musulmana, donde la interacción entre las literaturas latinas y árabes dio sus frutos en el esplendor del Renacimiento español.
Con el paso del tiempo llegaron a producirse intercambios incluso entre Bizancio y Creta, y no solo en embajadas. Se conservan noticias de correos entre ambos Estados, y entre el Patriarcado de Constantinopla y las autoridades de la isla. Durante el ejercicio del Patriarca Photios (906-912), se establecieron contactos en cierto modo cordiales entre ambos bandos. Igualmente sucedió con el Patriarca Nikolaos Mýstikos, del que se conservan cartas (Jenkins y Westerninck, carta 2); este Patriarca, en su segundo mandato (912-920), escribía al emir Yusũf ben`Umar, bisnieto de Abũ Hafs, y entre otras cosas le decía que esperaba mantener con él tan excelente relación como la que se había establecido entre el gobierno de Creta y su predecesor en el Patriarcado, Photios.
Ambos Patriarcas mediaron en las operaciones de canje de prisioneros, y dichas cartas de negociación solían ser bilingües en el siglo IX, pero escritas solo en griego en el siglo X. Una de estas misivas de Mýstikos comenzaba así: “Al muy ilustre, muy honorable y muy amado emir de Creta…” En efecto, Nikolaos Mýstikos logró entablar tan magnífica relación con el emir Yusũf que, después de haber dejado el Patriarcado en 920 y antes de su muerte en 925, probablemente a finales de 924, fue requerido de nuevo por el emperador —habiendo fallecido ya Yusũf—, encomendándosele una nueva mediación, en esta ocasión con el emir Alí I ben Yusũf, que concluyó con excelentes resultados; a consecuencia de dicha intercesión, entre los cautivos redimidos en esa ocasión, se contaba el tataranieto del primer emir, apresado en la batalla de Lemnos, aquel que aprovechó los dos años de cautiverio en Constantinopla para escribir su obra “El significado y las maravillas del Corán”.
Sigue leyendo en: