Tras la muerte de Almanzor II
Tras la muerte de Almanzor II
Juan José Valle
Qurtuba – Safar 397 hégira
Córdoba- noviembre 1006 d.c.
La sublevación en Córdoba contra Al-Malik, hijo mayor de Almanzor
Al día siguiente Muyáhid recibió la visita de Abderrahmán Sanchuelo. El amirí, con gran extrañeza de Muyáhid, se presentó sin avisar y sin escolta. Una vez a solas:
– Te pido disculpar por venir sin haber sido invitado,- ante el gesto de Muyáhid ofreciéndole asiento -.Necesitaba hablar contigo. Una conversación directa hace caer barreras y defensas, aclarando las verdades a medias.
Muyáhid se inquietó y Sanchuelo continuó:
– Me comprenderás enseguida- dijo Sanchuelo observando a Muyáhid.- Hixem Omeya con una frase se despidió de ti y piensas que el organizador era yo, – con un gesto le impidió interrumpir y añadió -.Somos responsables de lo que hicimos, pero no de lo que no hemos hecho y se me injuria achacándome toda suerte de maldades e impiedades.
Muyáhid se sintió preocupado. Los tentáculos de Sanchuelo se extendían por todas partes, de otra manera desconocería la última frase del omeya degollado. ¿A que habría venido?.
– Quiero alejar tus sospechas. La maledicencia es hermana de la calumnia y aunque callado, anoche lo comprobé. Por tu suspicacia se me pueda mirar con precaución y lanzar sobre mí repugnantes rumores.
Quedó en silencio esperando contestación. Ambos se miraron, y Sanchuelo viendo que no había disipado su desconfianza, extrajo un pliego y se lo entregó:
– Sabes que Isa ben Said al-Yahsubí, era visir de Almanzor. Su hijo casó con una hermana nuestra y Al–Malik le nombro chambelán, derrochando el poder que le delegó mi hermano tras emparentar. No le gusta la amistad que te tiene, ni su afecto actual conmigo, – le miró con fijeza y añadió – . Tengo espías por todas partes, ordené seguirlo y por ello descubrí esto:
Muyáhid preocupado estudiaba el pliego mientras una sonrisa cruzaba el rostro de Sanchuelo. Embebido en su poder se sentó y continuó:
-. Isa sabe que ambos somos difíciles de combatir y decidió entrar en contacto con los Omeyas para traicionarnos. Convocó a Hixem en secreto y le ofreció el poder a cambio de ser su hayyb o primer ministro. A partir de ahí se extendió la conjura en la que participaron clientes de Omeyas y africanos; la lista la conoces – mientras Muyáhid leía el pliego -. Planearon nuestra muerte, Isa nos invitaría a su almunia para celebrar el nacimiento de su nieto, que es nuestro sobrino. Invitaría a mis amigos, a los de mi hermano y a ti. Estaba bien pensado.
Muyáhid había dejado el pliego. Intuyó fue un peón, pensando que la conjura se había seguido desde el principio. Sanchuelo se levantó y volvió a pasear hablando:
– Isa preparó muy bien la emboscada. Con nuestra escolta en el exterior, un grupo de sicarios escondidos en la almunia, acabarían con nosotros en plena fiesta.
¿Y después…? – interrogó Muyáhid no muy convencido.
– Todo estaba previsto. Buscarían a Hixem y lo jurarían en Az-Zahira. Los conjurados acudirían a una señal convenida y después llegarían los jefes del ejército que jurarían para no verse postergados. Convocarían al pueblo para deponer al califa Hisham II por su evidente incapacidad para ejercer el cargo, y finalmente propondrían a Hixem, como merecedor de la autoridad califal. No habría problemas,- comentó finalizando -. A un Omeya seguiría otro Omeya y la legalidad dinástica continuaría.
Muyáhid comprendió que esperaba su reacción. Se levantó y tras una ligera inclinación le abrazó dándole las gracias. Abderrahmán Sanchuelo se dio por satisfecho y creyó desvanecidas las sospechas, pero Muyáhid, no estaba del todo convencido. A veces el corazón se deja llevar por consideraciones no comprensibles por la razón. Se limitó a preguntar:
– ¿Qué ha sido de Isa b. Said?
– Está confinado en un ala del palacio de Az-Zahira. Desconoce lo ocurrido. Si tienes dudas ven esta noche, mi hermano da una fiesta.
Muyáhid quedó preocupado. Tras la oración del anochecer comunicó a Aurora que no le esperara y galopó hasta Medina Az-Zahira. Cuando penetró en la zona de los festejos quedó atónito. Un grupo de danzarinas se deslizaba entre los invitados al ritmo de melodías emitidas por músicos y cantores. Los coperos pasaban llenando las jarras y cuando le ofrecían una copa, fue advertida su entrada por el primer ministro.
Al-Malik parecía encontrarse ligeramente ebrio. Empujando al personaje de su costado, le llamó o saludó. Muyáhid probó la copa puesta en su mano sin dejar de observar, ya que, aunque sabía que el hayib bebía, nunca le había visto en ese estado.
Minutos después entró Isa b. Said escoltado por dos esclavos. Al-Malik se levantó y abrazó, mostró alegría y preguntó por su estancia en palacio. Le ofreció una copa e Isa se confió y tras beber manifestó su extrañeza por su retención. El rostro del hayib se alteró, empezó a censurarle y le acusó de traición. Isa se turbó y atribuyó sus reproches al vino ingerido, entonces Al-Malik perdió el control y dejó surgir lo que guardaba en su ser. Cuando arrojó la copa y le cubrió de insultos, Isa comprendió que estaba perdido y desconcertado pidió prueba de sus acusaciones.
– Loado sea Dios que te ha puesto en mis manos, traidor – contestó Al-Malik visiblemente beodo -. Tus compañeros han sido descubiertos y ejecutados.
Isa quiso hablar, pero Sanchuelo y su grupo le rodearon insultándole. Muyáhid observó la terrible escena. El hayib encendido de ira, desenvainó su espada y se lanzó contra Isa. Le hirió en plena cara y hendió hasta la barbilla. Isa cayó de bruces pero se levantó hasta recibir otro golpe que esparció sus entrañas y los invitados, como bestias feroces, le atacaron e hicieron pedazos. Al-Malik ordenó cortar su cabeza y echarla a un lado. Cuando la gritería hubo cesado, el hayib señaló a los visires Jalaf ben Jalifa y a Hasan ben Fatah, ordenando fueran decapitados allí mismo. (1)
Muyáhid pensó que su amigo y señor había perdido la razón. Tembló al ver a los dos visires arrodillados, pidiendo por sus vidas, y la frialdad del hayib al negarles el perdón. Tras la degollina, Al-Malik ordenó arrojar los cadáveres al río en espuertas lastradas con piedras y llamando al Sahib Az-Zahira, alcaide de la ciudadela, le ordenó apoderarse de los bienes de Isa, aprisionar a su familia y encerrarlos en calabozos.
– ¡También son tu familia! – Muyáhid reaccionó. Había presenciado la matanza temblando y en silencio, pero ante aquella orden se atrevió.
Miradas inyectadas en sangre se posaron en él y creyó era su final.
– ¿Te atreves a discutir mis órdenes? – exclamó el indignado hayib, pero al ver que varios invitados se dirigían hacía Muyáhid, añadió -. ¡Dejad que se explique!
Muyáhid comprendió lo peligroso de su situación. Acababa de romper el lazo afectivo que siempre le unió con el primer ministro y era necesario intentar retomarlo.
– Solo diré dos frases dictadas por Dios: “Nadie comete mal sino en detrimento propio”, e Isa ya lo ha pagado. La otra dice “Nadie soportara la carga ajena”, y notando que las citas del Corán hacían mella, añadió – la familia de Isa es la tuya y su nieto es tu sobrino. – Viendo que se calmaba concluyó – .Ahora haz lo que quieras.
Al-Malik se dejó caer sobre una alfombra y la crueldad del ambiente se disipó. Las espadas cayeron mientras le miraban en silencio. Poco después levantó los ojos y alargó su brazo hacia Muyáhid que le ayudó a incorporarse. Paseó su mirada por el suelo ensangrentado, y mirando las cabezas apiladas y los cuerpos sangrantes, desfalleció.
-.Era Satanás que se apoderó de mí por efecto del vino. Jamás volveré a beber.
– Arrojad los cadáveres al río, – continuó ya recuperado -. La cabeza de Isa ben Said, se colocará sobre la puerta de Medina Az-Zahira, a fin de que sea ejemplo, signo de mi poder y advertencia coercitiva,- volviéndose a Muyáhid -. En cuanto a ti, nunca agradeceré bastante tu ayuda para recuperar la razón.
Al día siguiente Muyáhid recibió varias tinajas de harina que ocultaban miles de dinares de Abderrahmán III y dírhems de plata de Hisham II. El hayib le manifestaba su agradecimiento, Muyáhid era muy rico.
(1) Crónicas reales de Ibn Hayyan y otros, noveladas por Juan José Valle.
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