El Cid y el Grial en el corazón de las tres culturas
Por: Rafael Monzó
A lo largo de la historia, todas las culturas necesitaron adaptarse a las necesidades de su tiempo, y junto a ellas también lo hicieron aquellos símbolos y mitos que permitieron su desarrollo. Hoy cuando han cambiado tanto nuestras concepciones tradicionales de la vida y ha comenzado la andadura de un nuevo tipo de sociedad globalizada, también necesitamos con urgencia, encontrar o renovar aquellos arquetipos que de nuevo puedan darnos soporte y orientación, tanto en el ámbito individual como social, para poder seguir avanzando hacia una Cultura de Paz, como es aquella meta que para la Humanidad, aspiran alcanzar los objetivos del Milenio, que fueron propuestos por Naciones Unidas.
En ese sentido viene en nuestro auxilio, la figura legendaria del Cid, que ha perdurado en el tiempo y no solo en nuestra península sino más allá de nuestras fronteras. Porque los valores que él representó, como caballero ejemplar, que llegó a gobernar como Príncipe de las Tres Culturas, sobre musulmanes, judíos y cristianos mozárabes, en Valencia (1094/99), junto con su mujer y sus tres hijos, también se difundieron por Europa a partir de la obra de Pierre Corneille, El Cid. Una representación teatral, que en la Francia de 1636, llego a entusiasmar y a poner en pie a los parisinos. También en el continente Americano hoy se puede contemplar la efigie ecuestre del Cid, gracias a la admiración que sintió por él Milton Huntington, el filántropo y mecenas creador de la Hispanic Society of América, con sede en New York, donde se encuentra la escultura que fue realizada por su esposa Anna Hyatt, y de la que donó copias no solo a Valencia y Sevilla, sino también a Buenos Aires, San Francisco y San Diego.
Lo que sucedió fue, que más allá de los controvertidos hechos históricos y de sus protagonistas, la leyenda del Cid, fue consagrándose con el tiempo, a partir de la gran popularidad que alcanzaron obras como el Romancero, que en el Siglo de Oro, fue la más popular, o las Mocedades de Rodrigo o el Cantar del Mío Cid, que precisamente este mismo mes, por primera vez en seis siglos, ha sido expuesto en la Biblioteca Nacional y todos los años, es el libro más consultado de sus fondos, por Internet. También podemos hacernos una idea de la importancia arquetípica que subyace en esta leyenda, si consideramos las inquietantes palabras que Ortega y Gasset, llegó a expresar en uno de sus grandes momentos de inspiración:
“…pero esta pobre tierra, que hoy podría comprarse por treinta dineros, ha producido un poema – el Myo Cid – que allá en el fin de los tiempos, cuando venga la liquidación del planeta, no podrá pagarse con todo el oro del mundo.”
¿Pero cuál es el verdadero secreto de tanta fama, y de que aún, como se cuenta en su leyenda, “siga ganando batallas después de muerto”?. La cuestión esencial es que este mito se encuentra vinculado al ámbito del sentimiento y por ello sitúa en el lugar central, el problema ético del ser humano, una cuestión que hoy es decisiva para el futuro de la Humanidad. Al mismo tiempo, su leyenda nos permite también entender, porque en el pasado, se dio el fracaso de la convivencia y del mestizaje entre las culturas, una circunstancia esta, que día a día adquiere una mayor relevancia en esta Sociedad Globalizada, en la que se ha vuelto una urgente necesidad, la integración de los valores éticos, al servicio de la convivencia en paz.
Somos precisamente nosotros los españoles y más en concreto los valencianos, quienes deberíamos de manera más profunda, tratar de entender el mensaje legendario, que hoy día aún contiene y está por descubrir, porque el destino nos ha dado el privilegio de entregarnos en custodia esta figura sin igual, que incluso se ha vinculado a nuestra comunidad con el sobrenombre de Valencia del Cid.
Para llegar a reinterpretar en la actualidad, esta mítica figura y poder llegar a esclarecer su importancia como modelo actual, tenemos que situarnos en la historia de Al-Ándalus, en el s. XI, el cual supuso un punto de inflexión, cuando con el final del Califato de Córdoba, surgieron diferentes territorios hispanomusulmanes que fueron llamados Reinos de Taifas. Hasta entonces, ya habían trascurrido casi cuatro siglos de historia de al-Ándalus, donde con sus luces y sus sombras, tanto los judíos sefardíes como los cristianos mozárabes, bajo el dominio musulmán, mediante el pago de tributos, pudieron continuar con su arraigo social y sus tradiciones culturales y religiosas. Esto hizo posible que durante aquel periodo, en al-Ándalus, llegara a desarrollarse un espíritu de convivencia, que llevó consigo un desarrollo científico, cultural y artístico sin precedente, y donde también llegó a florecer la más elevada concepción del ser humano. Allí nacieron incontables personalidades en los diversos ámbitos del conocimiento, como fueron en la filosofía Averroes y Maimonides, o Ibn Hazm de Játiva, con su célebre Collar de la paloma, que es una profunda reflexión sobre la verdadera esencia del amor, o también Ibn Tufail, quien escribió, El filósofo autodidacta, considerada la más importante obra de la literatura andalusí, en la que ya se adelantaba a nuestras actuales concepciones, proponiendo en ella el desarrollo ético y espiritual del individuo, frente a las religiones colectivas y sus dogmas.
Pero sería en la corriente mística musulmana del sufismo, en donde mejor llegó a expresarse aquel gran desarrollo de la conciencia y del espíritu de relación hispanomusulmán, que de forma decisiva influyó en el desarrollo de aquella sociedad. Entre todos ellos destacó Ibn Arabí de Murcia, quien llegaría a expresar de manera excepcional, en los versos de su obra, El Intérprete de los deseos ardientes, la esencia de aquel Eros andalusí de convivencia.
“…!Oh maravilla! ¡Un jardín entre llamas!
Mi corazón se ha hecho capaz de aceptar todo:
pasto para gacelas,
convento para los monjes cristianos,
templo para los ídolos
y Kaaba para los peregrinos,
las tablas de la Tora y el libro del Corán.
Yo profeso la religión del amor y en cualquier lengua…
el amor es mi religión y mi fe…”
Pero lamentablemente, sería a partir de 1085, cuando tras la toma de Toledo, por el rey cristiano Alfonso VI de León y Castilla, algo que realizó en contra de la opinión de sus consejeros mozárabes y llevado de su ciega ambición, pues incluso llegó a coronarse a sí mismo como emperador de toda España, quien con aquella lamentable actuación, desencadenaría el comienzo del deterioro irreversible de aquella convivencia, pues a partir de entonces, irrumpirían las corrientes integristas, tanto del lado musulmán como del cristiano, que trataron de imponerse a sangre y fuego, unas a otras.
Fue precisamente en ese contexto, cuando emerge la controvertida figura de Rodrigo Díaz de Vivar, que desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI y hasta su muerte en Valencia, llegaría a vivir nada menos que durante diecisiete años, como caballero mozárabe en las tierras de al-Ándalus. En ellas recibió el nombre de Cid, que procede del término árabe, Sidi que quiere decir Señor. Ben Basam, un historiador musulmán (s.XII), en un testimonio excepcional que dejó escrito, llegó a referirse a su singular personalidad, diciendo de él, que “… fue uno de los grandes milagros del Creador…”.
Pero el Cid en la leyenda encarnó, frente a la actitud del rey Alfonso VI, la defensa de los acuerdos de las parias, que eran unos tributos que pagaban los reinos hispanomusulmanes a los reinos hispanocristianos, para que les defendieran de sus enemigos, garantizándose de esta manera la seguridad y la paz en al-Ándalus. En este sentido no deja de ser significativo que fueran arrancadas, las dos primeras hojas del Cantar, en donde el Cid mostraba esta firmeza en su actitud, manteniendo la lealtad a los acuerdos adquiridos. Pero como dejó escrito en sus memorias, el rey Abdala de Granada, en un manuscrito descubierto recientemente en Túnez, en él nos relata, como la ambición y la codicia sin límites del rey Alfonso, convirtieron las parias, en una forma de extorsión, para debilitar los reinos hispanomusulmanes y apoderarse de ellos, como había hecho con Toledo. Esa actitud, falta de toda honestidad, quedo expresada memorablemente en un conocido verso del Cantar, “Dios! Que buen vasallo si tuviese buen señor”, haciendo referencia en él, al rey Alfonso, que no solo llegó a desterrar al más honrado y leal de sus caballeros, sino que incluso llegaría a tomar Toledo, en donde incluso anteriormente había recibido la generosa hospitalidad de su rey, cuando fue expulsado de León por su hermano Sancho. También en el Cantar encontramos expresado, aquel sentimiento fraternal que llegó a existir con los hispanomusulmanes, cuando por ejemplo se refiere a Abengalvan, como el amigo entrañable y natural del Cid.
Fue entonces, cuando los reyes de al-Ándalus, para defenderse frente a la absoluta falta de honestidad y la ambición del rey cristiano, que se vieron obligados a tener que pedir ayuda militar a los fanáticos Almorávides del norte de África, aun a sabiendas del riesgo que corrían con ello, porque aquellos musulmanes, eran unos radicales integristas, al igual que hoy lo son los actuales yihadistas.
Efectivamente, lo que sucedió después fue, que estos fundamentalistas islámicos, tras quebrar las ambiciones del rey Alfonso, terminaron por deportar a Marruecos a los reyes hispanomusulmanes y después dominaron al-Ándalus durante décadas, pero mostrando su especial actitud de intolerancia hacia los mozárabes, comenzó así la destrucción de aquel espíritu de convivencia, que durante casi cuatro siglos allí llegó a florecer.
El Cid, fue capaz de detener el impulso de expansión hacia el levante, de los condes catalanes, pero su fama universal la alcanzó, precisamente frente a los Almorávides, porque él solo, llegó a impedir su avance en la vertiente del Mediterráneo, y así fue como nació una conocida leyenda, en la que contaba que tras la muerte del Cid, sus hombres montándolo sobre su caballo Babieca, lograron que los almorávides al verlo huyeran temerosos.
No fue hasta después de ocho décadas de dominio del fundamentalismo almorávide, cuando los Almohades, llegados también del norte de África, y que fueron otra nueva corriente de musulmanes integristas, con su propia interpretación radical del Corán, se impusieron sobre los Almorávides y encontrándose ya muy debilitada la cristiandad mozárabe en Al-ándalus, ellos mostraron su especial intolerancia frente a los judíos sefardíes. No fue hasta el año 1212, en la batalla de las Navas de Tolosa, cuando una coalición de ejércitos cristianos lograron derrotarlos, abriendo paso al avance del espíritu de la cruzada y la inquisición, que llevó hasta la conquista de Granada por los Reyes Católicos en 1492, y quienes llegaron a consumar la expulsión de los judíos. Pero un siglo después, con la expulsión de los moriscos, todavía se profundizó aún más una herida que hasta hoy, se encuentra abierta en nuestra alma colectiva.
Fue precisamente en aquella época, entre los siglos XI y XII, cuando comenzaba a forjarse la leyenda del Cid, cuando se inició una corriente literaria, inspirada en la poesía Árabe y que daría vida a las novelas de Caballería, al Amor Cortés y a las leyendas de la Búsqueda del Grial. En todas ellas se ensalzaba el valor heroico y las virtudes morales de la caballería, pero lo que siempre jugaba un papel fundamental en ellas, era el amor de un Caballero a su Dama.
Es en ese contexto, que puede considerarse la figura legendaria del Cid, como un predecesor, porque su historia de amor con Jimena, se hizo universal, tanto en la literatura, como en el teatro y el cine, e incluso desde el s. XVIII, dio lugar en diferentes países, nada menos que a cuarenta libretos de ópera, un hecho excepcional que ha sido completamente único en la historia, lo cual desde el punto de vista simbólico, nos muestra la necesidad de que llegara a ser compensada, mediante una historia de amor y lealtad, la unilateral mentalidad racionalista y patriarcal de la sociedad, que había dejado a un lado al principio femenino, pero que estando ligado al ámbito del sentimiento, es imprescindible para el desarrollo de los valores y el comportamiento ético, así como también para favorecer la tolerancia y la convivencia en paz.
Estas cualidades, en relación con los sentimientos humanos, fueron aquellas que en Argelia, encarnó también el Emir Abd el-Kader (1808/1883), que enfrento a los ejércitos de la Francia colonial, y quien representó en la historia, al igual que el Cid en la leyenda, la figura de un caballero ejemplar, mediador y unificador, defensor de los principios éticos y de convivencia.
Desde el punto de vista simbólico, son muy numerosas las leyendas, que aún hoy nos hablan de tesoros que quedaron escondidos en tierras de al-Ándalus, lo cual es una alusión al gran desarrollo, la riqueza cultural y de aquel vínculo de relación entre las culturas, cuyo declive se inició, tras la toma de Toledo, la llegada de los Almorávides y la muerte del Cid en 1099, un hecho significativo que coincidió cinco días después, con el dramático acontecimiento de la toma de Jerusalén por los cruzados.
La figura del Cid como modelo heroico, encarnó durante siglos, el arquetipo del héroe mercurial, cuya singularidad es la de no ser unilateral, sino que es capaz de soportar una tensión entre opuestos, de establecer vínculos y por ello en la figura del Cid, llegar a ser ejemplo de convivencia, y a nivel interior de ser capaz de tomar decisiones éticas, una actitud que no solo hubiera evitado las cruzadas y la reconquista, sino también la expulsión de judíos y moriscos, e incluso hasta el sometimiento imperial de las culturas de América, o la ruptura y enfrentamiento de las dos Españas en la guerra civil. Hoy día en nuestra sociedad, hubiera sido ejemplo de lealtad a los principios y valores sociales e individuales, frente a la ambición, la codicia y el interés egoísta, de nuestros representantes políticos y religiosos.
Una interesante historia paralela, tuvo también lugar en la Francia de aquella época, que fue protagonizada por el fanático instigador de la primera cruzada, el monje cluniacense Bernardo de Claraval. Él se enfrentó con el sabio filósofo y humanista Abelardo, defensor del pensamiento crítico y quien vivió una colosal y trágica historia de amor con Eloísa. Aquel fue el tiempo de la construcción de las catedrales y bajo la advocación de Notre Dame de Paris, desde entonces simbólicamente se compensaría durante siglos, la unilateralidad de la dominante patriarcal de nuestra sociedad, al igual que Bernardo de Claraval, compensó su ciega racionalidad, con su exaltada devoción a la Virgen María.
Tomando en consideración estas cuestiones, se puede llegar a concluir, que la fallida convivencia entre las Tres Culturas, fue la consecuencia de no llegar a integrar los valores ligados a la función del sentimiento, y es por esto que resulto un hecho de gran significación simbólica, que cuando fue descubierta en 1897, la Dama de Elche, llegara a alcanzar una gran popularidad bajo la denominación de La Reina Mora. Una expresión, que muestra la latente necesidad de conectar, con ese principio femenino de relación, que de una manera excepcional había llegado a desarrollarse en al-Ándalus hasta el s. XI. Pero también hoy en día, de manera individual y en nuestra sociedad, existe una urgente necesidad, de tener que rehabilitar la función psíquica del sentimiento, si es que queremos seguir avanzando en el desarrollo de la conciencia colectiva, de los valores éticos y de la convivencia en paz.
Recientemente en Valencia, el escultor, Manuel Valdés, realizó una obra que precisamente representa una Dama Ibera. Su especial singularidad es que esta realizada mediante el ensamblado de 22.000 pequeñas figuras, de esa misma Dama, que unidas entre todas ellas, componen una gran escultura del tamaño de la Esfinge egipcia. En esta obra, de una manera simbólica, también se puede ver representada, esa inmensa fuerza de unión y relación, del que está dotado el principio femenino, que es capaz de unir y relacionar todas las cosas, un principio universal, que en la antigüedad era conocido como Eros Cosmogónico.
También existe desde la Edad Media un conocido motivo, que está relacionado con otra representación arquetípica del principio femenino, y que dio lugar en la literatura a la legendaria saga de la búsqueda del Santo Grial. Una maravillosa y milagrosa piedra, copa o recipiente, que desde el punto de vista simbólico, con él se alude también al ámbito de las emociones, los sentimientos y las vivencias.
El mito del Cid, al igual que el Grial, además de haber estado compensando durante siglos, como ya se ha mencionado, la dominante unilateral y patriarcal de nuestra sociedad, también nos estuvieron preparando para afrontar el problema religioso del mundo moderno, que no es otro que la relación consciente con el ámbito interior y subjetivo del ser humano, y esa necesaria relación con la función del sentimiento, que nos pone en contacto con el principio femenino, vinculado al ámbito de los valores, y también para que podamos llegar a confrontar, nuestro propio lado oscuro, esa desconocida dimensión de la psique, de donde de manera autónoma, surgen los impulsos egoístas e inconscientes.
Tanto la figura del Héroe, como la del Tesoro difícil de alcanzar, representan dos elementos arquetípicos, que se pueden encontrar en todas las culturas y en todos los tiempos, porque forman parte de una dinámica psíquica que proviene del Inconsciente Colectivo, en su deseo de que avancemos en el desarrollo de la conciencia social e individual de la Humanidad.
En el ámbito social, necesitamos de un código de normas de convivencia, que hoy representan los valores democráticos, los Derechos Humanos y las instituciones internacionales que como Naciones Unidas, velen por su salvaguarda y cumplimiento. Pero además, hoy día también es necesario que emprendiéramos la tarea de la difusión e implementación de la Declaración Universal de los Deberes Humanos, y que precisamente fue redactada en Valencia, hace ahora veinte años, por iniciativa de UNESCO con la Fundación Valencia III Milenio.
Por otro lado, en el ámbito individual, el simbolismo del Grial, representa una puerta a la dimensión interior del ser humano, a la llamada trascendencia, porque no se trata de la búsqueda de un objeto, sino del acceso a una verdad interior, a una imagen, a un símbolo personal, que en las antiguas tradiciones culturales iniciáticas de los pueblos americanos, ellos llamaron la Búsqueda de la Visión, un tipo de experiencia espiritual individual, que al margen de las religiones tradicionales, es capaz de dar fuerza moral, orden y sentido a la vida personal.
En relación con los motivos del Cid y el Grial, existe una interesante coincidencia, pues en los tiempos en que el Cid vivía como un caballero mozárabe, se encontraba en el Monasterio Mozárabe de San Juan de la Peña, un Grial muy singular. Una excepcional obra de arte, que contiene elementos de las Tres Culturas, porque al vaso original judeo-cristiano, que la tradición ha relacionado con la Cena de Jesús con sus discípulos, en donde promovió una Nueva Alianza, el amor al prójimo y la no violencia, a esa copa, mediante un engarce de oro, que simboliza el Árbol de la Vida, le fue unido en la base, una naveta hispanomusulmana, de posible origen fatimí cordobés, en la que se encontró una misteriosa inscripción en árabe cúfico, que trascrita como Lil-Zahira, ha sido traducida como, para la más radiante o para la más floreciente. Esta composición, hace que podamos hablar propiamente de un Grial Mozárabe, y también de un Nuevo Símbolo de unión, totalidad y concordia para los Hijos de Abraham, una joya de la orfebrería medieval, que providencialmente se encuentra desde 1424 en nuestra Catedral y que en los últimos años ha llegado incluso a dar a Valencia el sobrenombre de La Ciudad del Grial.
También resulta muy interesante, que durante los últimos veinte años, se promocionara el trazado del llamado Camino del Grial, y al que ahora también se le conoce como la Ruta del Conocimiento o el Camino de la Paz, que intenta rememorar el recorrido que en el pasado, realizó este Grial desde el Pirineo Aragonés, hasta llegar a Valencia, en donde ahora se da también la interesante coincidencia de que converge aquí, con El Camino del Cid, que durante ese mismo periodo ha estado adquiriendo una gran popularidad. Se trata de una ruta turística y cultural, que tiene su inicio en Burgos y recorre 2.000 Km, para precisamente finalizar en la Valencia del Cid y ahora también Ciudad del Grial.
De esta manera las figuras legendarias del Cid y del Grial de Valencia, se encuentran hermanadas hoy, no solo por este mismo territorio, sino también por un vínculo común, como es aquel que mantienen con la desaparecida cultura Mozárabe, y de la que ambos motivos legendarios son un fiel testimonio. Una cultura que estaba constituida por aquellos cristianos islamizados que hasta el s. XI, y durante casi cuatrocientos años en una época anterior a las cruzadas, llegaron a representar en Al-ándalus, un puente de unión entre el cristianismo y el islam. Una cultura plenamente desarrollada, que llegó a contar con diecisiete diócesis, que tenían su propia lengua, sus propias tradiciones culturales, así como sus propias manifestaciones artísticas, arquitectónicas, etc.
Si tomamos en consideración estas excepcionales circunstancias, en la actualidad nuestra Comunidad de Valencia, podría llegar a ser considerada, como “El Corazón de las Tres Culturas”, porque estos motivos y figuras legendarias que ahora establecen un puente entre la Edad Media y la Sociedad de la Globalización, hoy nos sitúan en un lugar preferente, en el contexto de la promoción de los valores de una Cultura de Paz, y para favorecer un cambio de actitud en las personas, que ayude a trasformar la sociedad del S. XXI. Es frente a la profunda crisis de valores que vivimos, que el Grial de Valencia se ofrece en la actualidad, lleno de esperanza para el futuro, como un extraordinario símbolo unificador, de totalidad y de concordia, y por ello como un adecuado contenedor, para recibir el nuevo espíritu del tiempo, tanto colectivo como individual, y que podría ayudar a reconciliar el mundo, porque ahora al comienzo de nuestra Era Digital, nos invita a reflexionar sobre la dimensión interior del Ser Humano y también sobre nuestras raíces históricas y culturales, que desde hace siglos nos han enfrentado, por las ambiciones de los representantes del poder político y religioso, que olvidaron la fundamental tarea de Humanizar la Tierra.